El movimiento armado ha logrado, en una cuestión de meses, reorganizarse y hacer de la partida de las tropas norteamericanas su avance sobre la nación afgana, tomando Kabul el domingo pasado. Luego de su periodo en el mando durante los años que transcurrieron entre 1996 y el 2001, siguieron dos décadas de estar apartados del poder, en zonas remotas del territorio, impuesto por la presencia militar de países Occidentales, en especial de Estados Unidos. De todos modos, durante esos años combatieron contra el Gobierno afgano y las tropas internacionales y acrecentaron su influencia.

La historia se repitió. Como en el año 1996, las fuerzas talibanes entraron en la ciudad de Kabul con el objetivo de instaurar un emirato islámico. Su ofensiva neutralizó los poderes estatales del Gobierno de Ashraf Ghani, quien el domingo abandonó el suelo afgano para trasladarse a los Emiratos Árabes Unidos. Y, ahora que están en el poder, se atendrán a la ley islámica, la misma que es objeto de denuncias por violaciones a los derechos humanos y contra los derechos de las mujeres.

Después de veinte años, se confirmó que las expectativas puestas sobre la transformación de Afganistán no iban a cumplirse y que optar por la presencia continuada tratando de lograr este objetivo había sido un error. Y fue así porque el proceso de construcción del Estado se insertó en una realidad compuesta de conflictos entre grupos étnicos y religiosos, acciones de corrupción generalizada y la persistencia de la actividad insurgente.

El Confidencial

A su vez, no se puede omitir mencionar el 2018 como sustancial, ya que ese año comenzaron las conversaciones del grupo con el fin de gestar un intercambio acorde a los intereses en disputa. Fue en el 2020 en la ciudad de Doha (Qatar) donde se firmó el “Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán“, iniciativa entre el gobierno de Donald Trump y grupo Talibán, cuyo trasfondo era cesar “la guerra más larga“. En él, se fijó el calendario para la retirada definitiva de Estados Unidos y sus aliados tras casi dos décadas de conflicto. A cambio, se firmó el compromiso de los talibanes de no permitir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos.

¿Con qué resultado observable nos encontramos luego de ese proceso? La caída del gobierno afgano, la salida del presidente Ashraf Ghani del país y el temor a que los talibanes restauren el régimen que impusieron en Afganistán antes de la invasión occidental. 

Al parecer, la intención actual de los talibanes está centrada en frenar cualquier oposición, dejando en evidencia que la fuerza rebelde ha progresado con respecto a su pasada estrategia de combate. Lo que, por otra parte, no debe desatender el compromiso con sus promesas de proteger y defender los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, las niñas y las minorías. Eso motivó un comunicado reciente de Naciones Unidas, donde insta a descreer de su legitimidad. Para contrarrestar las críticas, los talibanes han declarado una amnistía al pueblo afgano e instaron a las mujeres a unirse al gobierno.

Lo que no se debe obviar es que hay un escenario en el cual la economía del país se encuentra en un estado de fragilidad y de dependencia de la ayuda internacional. A ello se le suma la concentración de los ingresos en la producción agrícola limitada y una gran porción de economía informal e ilegal. Lo que deja a las perspectivas para su presupuesto, la estabilidad financiera y el crecimiento económico del nuevo gobierno como uno de los temas de vital importancia sobre el cual crear el tipo de entorno adecuado para negociar.

Reacciones de los actores con poder global

Todo indica que el país asiático seguirá perdurando como una nación en disputa por los intereses de las potencias extranjeras. En ese sentido, con la salida de los Estados Unidos, se intensifica la rivalidad entre occidente y Rusia, con la presencia de un nuevo actor con poder global: China.

Por el lado de Moscú, sus intereses se tratan de garantizar la seguridad de las fronteras de sus aliados en Asia Central. Empero, sus intenciones a partir del nuevo gobierno pueden adquirir otro matiz para contrarrestar la influencia de los Estados Unidos, del mismo modo de persistir la preocupación por los movimientos del Estado Islámico. Un accionar desmedido podría terminar amenazando a sus aliados y poniendo en riesgo sus propios intereses.

Jim Huylebroek for The New York Times

Si comparamos la capacidad de negociación de los compañeros y los socios, hace tiempo que entendí que los talibanes son mucho más capaces de llegar a acuerdos que el gobierno títere de Kabul“, dijo este lunes Zamir Kabulov, enviado presidencial ruso a Afganistán.

En el caso de China, si bien hay sólidos atractivos económicos que priman la exportación del cobre y petróleo, también ve con preocupación el avance de los grupos islamistas que operan en la región de Xinjiang, al norte del gigante asiático. Zona que, por otra parte, registra una larga historia de desencuentros entre las autoridades estatales y la minoría uigur.

China, al igual que la India, comparte una diminuta frontera con la nación afgana. En ese sentido, de parte de ambos países existe preocupación que, en caso de que los talibanes toman el control de todo el territorio, los grupos islamistas se volverán más fuertes y podrían cruzar la frontera. Por lo que, será determinante las posturas que se pongan en común para garantizar el compromiso y, así, aprovechar su ventaja como socio comercial. Queda claro que, al igual que Moscú, hay un gran interés en contrarrestar la influencia que tienen los Estados Unidos en la región.

Yendo hacia Washington, existe un cierto consenso en que, a pesar de que la gestión de este proceso trasciende a la administración Biden, la retirada del territorio afgano fue un error. Al respecto, los Estados Unidos mantienen varias aristas para permanecer en la órbita de Afganistán. 

No solo considera prevenir el hecho de que Occidente tenga que lidiar un territorio que puede albergar grupos extremistas, que es pasible de ocasionar una catástrofe humanitaria en la región. También pretende limitar la presencia rusa, china e iraní en el país.

Habiendo mencionado a las potencias globales, ahora es el turno de Irán, cuya frontera que alberga el tránsito de migrantes, drogas y grupos armados es un punto a monitorear. En ese sentido, desde los Estados Unidos y del saliente gobierno afgano se denunció el apoyo financiero y militar hacia los talibanes. En ese sentido, consideran a la Fuerza Quds como un poderoso brazo paramilitar de élite del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, considerada por Estados Unidos como un grupo terrorista.

Lo anterior permite extraer que la cooperación de seguridad de Irán con los talibanes se basa en la hostilidad compartida hacia potencias occidentales como Estados Unidos y Reino Unido.

Por último, se debe mencionar la situación de Pakistán, que comparte una frontera con Afganistán de más de 2.400 kilómetros. Si bien precede una relación conflictiva con la nación limítrofe, como China y Rusia, pretende crear las condiciones para una transición suave buscando puntos de contacto con las autoridades talibán. Imran Khan, primer ministro de Pakistán, dijo que el grupo insurgente había “roto las cadenas de la esclavitud mental en Afganistán“.

En ese sentido, la nación pakistaní niega las acusaciones de haber proporcionado ayuda militar a los talibanes afganos y sostiene que en las negociaciones de Doha abogó por la paz. Empero, se especula con que su principal prioridad ha sido mantener de su lado a los talibanes. Por lo que, el asunto se remite al temor generalizado de que el resurgir y futuro gobierno en Afganistán envalentone a los ya poderosos grupos islamistas radicales de Pakistán y haga al país más vulnerable al yihadismo.

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