Por Rocio Yasmín Cura, miembro del Grupo de Jóvenes Investigadores

Con la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, solo han bastado unas semanas para que los talibanes, en el poder antes de la intervención militar de Occidente en 2001, volvieran a ocupar Kabul, la capital afgana.

El domingo 15 de agosto, los talibanes llegaron a la capital de Afganistán con el control de 28 de 34 de las provincias en ese momento, y también de las fronteras del país con varios de sus pasos fronterizos. Las autoridades entonces iniciaron conversaciones en búsqueda de organizar un ejecutivo de transición en un entorno pacífico y seguro. Pero para poder entender bien cómo es que sucedió todo esto, es importante analizar la historia del país y el origen de los talibanes.

En 1979, la Unión Soviética, en plena Guerra Fría, invadió Afganistán para colocar en Kabul a un gobierno comunista afín. En 1989, con el fin de la URSS acercándose, los muyahidines, afganos y extranjeros, derrotaron a las tropas de la Unión Soviética en Afganistán tras 10 años de guerra.

Los talibanes fueron una de las facciones que lucharon en la guerra civil de Afganistán en la década de 1990, después de la retirada de la Unión Soviética. Son un movimiento de seminaristas religiosos (talib) de las áreas del este y sur de Afganistán que fueron educados en escuelas islámicas de Pakistán. El grupo surgió en 1994 en torno a la ciudad de Kandahar, en el sur de Afganistán. Su fundador fue Mohammad Omar, quien dirigió a los militantes hasta su muerte en 2013. Estos originalmente sacaron a sus miembros de entre ex combatientes de la resistencia afgana, llamados muyahidines, que fueron apoyados por Estados Unidos en su lucha contra las fuerzas soviéticas en la década de 1980.

En 1996, la guerrilla tomó el control de Kabul y sacó del poder al líder muyahidín Burhanuddin Rabbani, uno de los héroes de la victoria frente a los soviéticos. Los talibanes instauraron en ese momento un régimen integrista sobre la interpretación rigurosa de la ley islámica.

El 11 de septiembre de 2001 Al-Qaeda llevó a cabo el mayor ataque terrorista jamás realizado en suelo estadounidense. Los funcionarios identificaron al grupo militante islamista y a su líder Osama Bin Laden, el cual estaba bajo la protección de los talibanes, como responsables del ataque. Un mes después de los atentados de Nueva York y tras la negativa de los talibanes a entregar a Bin Laden, Estados Unidos inicia la operación “Libertad Duradera”, apoyado por Reino Unido. En noviembre de ese mismo año las fuerzas opositoras toman las principales ciudades afganas, lo que supone el fin del régimen talibán. Luego, en la Conferencia de Bonn, se designa a Hamid Karzai presidente interino y prevé la creación de una fuerza internacional. El Consejo de Seguridad de la ONU autoriza el despliegue de la Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia (ISAF) en Kabul, que se extendería después al resto de Afganistán.

El 1 de mayo de 2003, Estados Unidos anuncia el fin de las operaciones de combate en Afganistán. En agosto, la OTAN asume el mando de la ISAF. El 9 de octubre de 2004 se llevan a cabo las primeras elecciones libres en las que Karzai es elegido presidente democráticamente.

En 2009, Barack Obama (elegido presidente con la promesa de que acabaría con las guerras en Irak y Afganistán) aumentó el despliegue de tropas. El objetivo era sofocar la insurgencia talibán y fortalecer las instituciones afganas.

A mediados de 2011, más de 150.000 soldados extranjeros estaban en suelo afgano, de los cuales 100.000 eran estadounidenses. Bin Laden murió el 2 de mayo de ese año en una operación de las fuerzas especiales estadounidenses en Pakistán.

En junio de 2014 Ashraf Ghani fue electo presidente de Afganistán en medio de acusaciones de fraude. Ese mismo año las fuerzas internacionales de la OTAN finalizaron su misión de combate, dejando la responsabilidad de la seguridad al ejército afgano y, en virtud de pactos firmados meses antes, 12.500 soldados extranjeros (de los cuales 9.800 eran estadounidenses) se quedaron en el país para entrenar a las tropas afganas y llevar a cabo operaciones puntuales antiterroristas. Sin embargo, la seguridad en Afganistán volvió a empeorar con la nueva expansión de la insurgencia de los talibanes y la aparición del grupo yihadista Estado Islámico (EI) a principios de 2015.

En 2017, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, canceló el calendario de retirada de tropas y volvió a mandar miles de soldados. En febrero de 2020, Estados Unidos y los talibanes firmaron un acuerdo de paz tras los atentados del 11-S. De esta forma se ponía fin a la presencia de tropas estadounidenses en Afganistán. El pacto preveía la retirada de unos 5.000 de los 12.000 o 13.000 soldados que Estados Unidos tenía desplegados en el país asiático en un plazo de 135 días, o cuatro meses.

En junio de este año, coincidiendo con la retirada de tropas, los talibanes avanzaron y controlaron 100 de los 402 distritos del país. El presidente afgano, Ashraf Ghani, pidió a las fuerzas de seguridad que garantizaran la “seguridad de todos los ciudadanos” manteniendo el orden público en Kabul. El domingo 15 de agosto por la noche, Ghani abandonó el país, según aseguró el ex vicepresidente Abdullah Abdullah. Imágenes de televisión confirmaron que los talibanes estaban en la capital afgana y se habían apoderado del palacio presidencial. Por su parte el presidente Ghani, escribió en un mensaje en Facebook que huyó del país para “evitar un baño de sangre”, y reconoce que “los talibanes han ganado”.

Afganistán actualmente está bajo el control de los talibanes, que en un tiempo récord lograron imponerse de nuevo en todo el país y provocaron la desintegración del gobierno. Esto no es solo el resultado de su fuerza militar, sino también de su habilidad para influir en la moral del ejército del gobierno y de su capacidad para cerrar acuerdos. Los insurgentes mezclaban amenazas e incentivos en su propaganda de guerra cada vez que tomaban una ciudad (algunas incluso sin pegar un solo tiro), hasta que entraron en la capital, Kabul.

Estados Unidos y Afganistán estaban convencidos, cuando las tropas internacionales comenzaron su retirada en mayo, de que el ejército afgano podría responder a los ataques de los talibanes. Pero, frente a un ejército más pequeño pero más motivado y cohesionado, muchos soldados del gobierno, incluso unidades enteras, desertaban o se rendían, dejando libres las ciudades a los talibanes.

A pesar de los últimos acontecimientos, Joe Biden ha asegurado que no lamenta su decisión de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán después de más de 20 años. “He sido el cuarto presidente que supervisa una presencia de tropas estadounidenses en Afganistán: dos republicanos y dos demócratas. No pasaré esta guerra a un quinto”, dijo.

El lunes 16 de agosto, un día después de la toma del poder de los talibanes, la ONU realizo una reunión extraordinaria de emergencia, donde el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, dijo: “hago un llamamiento al Consejo de Seguridad y a la comunidad internacional en su conjunto para que se mantengan unidos, trabajen juntos y actúen juntos”. Instó a las naciones a “utilizar todas las herramientas a su disposición para suprimir la amenaza terrorista global en Afganistán y garantizar que se respeten los derechos humanos básicos”.

Reino Unido fue uno de los países que insistió en que los talibanes “cumplan sus promesas de proteger y defender los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, las niñas y las minorías”.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, urgió a los países para evitar que Afganistán vuelva a ser el “santuario del terrorismo” que fue hasta la invasión estadounidense. “Esto es clave para la seguridad y la paz internacional (…) haremos todo lo posible para que Rusia, Estados Unidos y Europa cooperen de forma eficiente, ya que nuestros intereses son los mismos”, afirmó Macron. También advirtió que había que esperar “flujos de migrantes irregulares” como consecuencia de la situación, y añadió que Francia, Alemania y otros países de la Unión Europea pondrían en marcha una iniciativa “sólida, coordinada y unida” para protegerse del importante éxodo que se espera.

Durante la reunión, el embajador de Afganistán ante la ONU, Ghulam M. Isaczai, instó a las naciones a “declarar inequívocamente” que no reconocerían un gobierno talibán.

China, por otro lado, dijo que está dispuesta a mantener relaciones “amistosas y de cooperación” con el próximo gobierno de Afganistán, mientras que Moscú confirmó que ha “establecido contactos de trabajo con representantes de las nuevas autoridades”.

Con nuevamente un gobierno talibán en el poder en Afganistán, solo queda evaluar si realmente habrá cambios significativos desde el último gobierno en su poder o simplemente será un regreso al pasado.

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