Por Gerardo Sánchez Ávila, miembro del Observatorio Universitario de Terrorismo

Hasta hace unos años, los noticieros de todo el mundo estaban inundados con acontecimientos ligados a una agrupación terrorista con capacidades nunca antes vistas: El Estado Islámico de Irak y el Levante, mejor conocido como ISIS. Este grupo, que parecía había surgido de la nada, contaba ya con control territorial en Irak y Siria, una capacidad armamentista equiparable con la de otros Estados de la región y el objetivo de instaurar un califato, que unificaría al islam bajo su bandera y sus principios radicales. Sin embargo, la génesis de ISIS no se dio de manera espontánea y el prolegómeno de esta dantesca historia tiene como protagonista a un hombre: Abu Bakr Al-Baghdadi. 

Nacido en 1971 como Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai en la localidad de Samarra, en Irak, se educó bajo los preceptos religiosos ortodoxos de la corriente salafista del islam y se adentró en el estudio de temas religiosos, licenciándose en la carrera de Estudios Islámicos en la Universidad Islámica de Bagdad (hoy Universidad Iraquí). Más tarde, realizó una maestría en Estudios Coránicos y se presume que obtuvo un doctorado en Jurisprudencia Islámica o en Educación Islámica (Bin Othman Alkaff, 2014).

Tras la invasión estadounidense a Irak en 2003, Al-Baghdadi surgió como uno de los fundadores de un grupo insurgente llamado Jamaat Jaysh Ahl al-Sunnah wa-l-Jamaah, quienes realizaban ataques contra las tropas invasoras. En dicha agrupación, Al-Baghdadi encabezó al comité de la Sharia, hasta su detención en 2004 por las tropas norteamericanas y llevado a la prisión de Camp Bucca (BBC, 2019).

En la turbulenta época que siguió al derrocamiento de Sadam Hussein, las prisiones fueron unos de los principales centros de radicalización y conformación de redes y contactos. El caso de Al-Baghdadi no fue la excepción, pues en Camp Bucca llegó a convivír con Abu Muslim al-Turkmani, quien sería el número dos del autodenominado Estado Islámico (BBC, 2015)

Tras salir de Camp Bucca, se unió a una agrupación llamada Majils Shurra al Mujahidin Fi al Iraq, que era un conglomerado yihadista liderada por Al Qaeda en Irak y, posteriormente, sirvió en el Consejo de la Shura del Estado Islámico de Irak, organización que lideró tras la muerte de Abu Omar Al-Baghdadi (Locatelli, 2015). Ya como líder del ahora Frente Islámico de Irak y el Levante, quiso disputar con Al Nusra el norte de Siria, donde proclamó ser la continuación de Al Qaeda en ese país. (Locatelli, op. cit.).

No fue sino hasta el verano de 2014, que Abu Bakr Al-Baghdadi, tras haber logrado múltiples victorias militares en el escenario sirio y haber logrado controlar algunos bastiones territoriales, se autoproclamó como imán y califa del único y absoluto Estado Islámico. Esta nueva organización y el propio Al-Baghdadi, se nutrieron de elementos ideológicos extremistas emanadas de dos de sus principales teóricos: Abu Abdullah al-Muhajir y Abu Bakr Nayi. El primero, en su libro “Cuestiones sobre jurisprudencia de la yihad”, afirma que solo se debe respetar la vida y los bienes de aquellos a quienes la organización considera como verdaderos musulmanes, de igual forma plantea las bases para justificar ataques terroristas alrededor de todo el globo y da el visto bueno para la utilización de tácticas del terror como las decapitaciones, el secuestro, la tortura, el asesinato de civiles y de aquellos a quienes consideraban infieles (Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2019).

Bajo el liderato de Al-Baghdadi, el ISIS-Daesh logró hacerse de múltiples territorios a lo largo de Irak y Siria; poseía una enorme cantidad de efectivos dentro de sus filas y se había posicionado como uno de los grupos terroristas más conocidos, al haber llevado a cabo múltiples ataques en el territorio de potencias occidentales. Sin embargo, el hacerse de tantos enemigos, fue debilitando a la organización, la cual se vio confrontada por múltiples naciones como Francia, Estados Unidos, Rusia e Irán. 

Finalmente, el hasta entonces líder de ISIS, fue abatido en una operación militar por parte de Estados Unidos el 27 de octubre de 2019 en la provincia de Idlib, al noroeste de Siria. Sin embargo, su muerte no significó la desaparición de la organización, pues la semilla ideológica del salafismo yihadista ya había sido plantada en la mente de miles de personas alrededor del mundo y, para muchos musulmanes extremistas, su muerte lo convirtió en un mártir; un mártir al que buscarán emular para continuar su sueño de un gran califato islámico.  

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Observatorio Universitario de Terrorismo
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