Al hablar del fenómeno del Terrorismo –y particularmente del terrorismo yihadista- es prácticamente inevitable relacionarlo con un lugar geográfico específico dentro del planeta: nos referimos a la región conocida como Medio Oriente.
En aquel lugar del mundo –y con el transcurso de los años- la presencia de un amplio número de grupos terroristas activos en la zona, sumado a los escalofriantes datos que hablan de una enorme y triste cantidad de atentados terroristas llevados a cabos en varios países de la región, han llevado a que Oriente Medio sea catalogada como la cuna del terrorismo yihadista.
Sin embargo, desde hace unos cuantos años, el fenómeno del terrorismo yihadista se encuentra atravesando una etapa de transición que dejaría de tener como escenario protagonista a Oriente Medio para poner su foco en el continente africano. Más precisamente, en la región conocida como el Sahel.
Aquel flexible fenómeno
Diez años atrás, el nacimiento del autodenominado “Estado Islámico” –mayormente conocido por sus siglas en inglés como ISIS– daba inicio a una década en donde el fenómeno del terrorismo yihadista centraría sus ojos en la región del mundo conocida como Medio Oriente. Sin duda alguna, una zona plagada de años de guerra, destrucción, gobiernos fallidos, intervenciones militares, y terrorismo. Una región verdaderamente caliente.
No obstante, con el pasar de los años, el poder que se englobaba en la figura de ISIS ha tenido sus altibajos debido a la perdida de aquellas zonas que supieron controlar en los años de apogeo –desde 2014 a 2019 aproximadamente-, sumado al asesinato de los respectivos líderes (“Califas”) que el autodenominado “Estado Islámico” ha tenido desde su creación y posterior establecimiento bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi.
Durante dichos años plagados de sangre y yihad, y desde entonces, ISIS se posiciona como la organización terrorista más letal a nivel global. No solo si de la enorme cantidad de atentados perpetrados, sino también, a la capacidad que este grupo yihadista posee para adaptarse a las nuevas realidades y cambios en el mundo. Siendo esta especie de flexibilidad, una característica bastante propensa si de terrorismo hablamos.
De Iraq a Burkina Faso
Si de saber adaptarse hablamos, en reiteradas ocasiones hicimos mención del surgimiento de distintas células vinculadas a ISIS a lo largo y ancho del mundo, lo que ha encendido las alarmas de diversos gobiernos, ya que la ramificación de una organización terrorista tan grande como lo es el autodenominado “Estado Islámico” supone un peligro para decenas de países que se encuentran afectados por el terrorismo de índole yihadista, como lo es el terrorismo puesto en práctica por ISIS o Al Qaeda, en su defecto.
Lo mencionado previamente ha llevado a que, en el transcurso de los últimos años, el fenómeno del terrorismo haya mutado y modificado su principal campo de acción. Decimos esto ya que el nuevo epicentro del yihadismo a nivel mundial se encuentra, al día de la fecha, en la parte occidental del continente africano, en la región conocida como el Sahel. Una región con una enorme cantidad de atentados terroristas llevados a cabo en su suelo y con la notoria presencia de ciertas ramas de algunas de las organizaciones terroristas más letales del mundo tales como ISWAP (traducido en “La provincia del Estado Islámico de África Occidental”) -quien representa a ISIS en África-, y también JNIM (Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin), grupo terrorista con un fuerte vínculo con Al Qaeda. En cuanto a esto, si indagamos más en la problemática terrorista en África, Burkina Faso se posiciona, por segundo año consecutivo, como el país más afectado por el yihadismo a nivel global. Asemejándose así, a lo que era Iraq en 2014.
El ascenso del terrorismo yihadista en un país como Burkina Faso no es casualidad, ya que va de la mano con múltiples factores que, en muchas ocasiones, están vinculados más a cuestiones de carácter interno que a otras de carácter externo, tales como la ineficiencia de los gobiernos locales, la falta de controles, como así también, a la enorme inestabilidad socio-política de la región en general –de la misma manera que ocurrió en Siria e Iraq diez años atrás-. Una verdadera tierra propensa para la yihad.
De esta manera, estamos en condiciones de señalar que al menos por las próximas décadas, el terrorismo de índole yihadista seguirá siendo un mal y una amenaza latente no solo en el actual epicentro del yihadismo como lo es África, ni para la región conocida como Medio Oriente, sino también a nivel global, como tristemente fuimos testigos en incontables ocasiones.
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