El triunfo electoral de Gustavo Petro logró romper con una larga tradición conservadora de 200 años en Colombia. La imagen de “Cambio” asociada al presidente electo fue construyéndose y ganando adeptos gracias a la flexibilización de un discurso que comenzó siendo de izquierda para pasar a representar a múltiples sectores de una sociedad colombiana caracterizada por la diversidad y la desigualdad social.
En efecto, en una sociedad que ha sabido convivir con un conflicto armado de larga data, la única certidumbre que se tenía era la continuidad de una vieja clase dirigente conformada por una elite política tradicional a cargo del poder. Ese miedo al cambio fue socavándose gradualmente luego de que tomara lugar el proceso de paz con las FARC en el 2016. De pronto, la agenda no se centraba exclusivamente en la guerra, sino también en un compendio de amplias demandas multisectoriales de carácter económico y social.
No es casualidad que uno de los principales actores del paro nacional de 2019 y 2021 fuera el movimiento estudiantil, donde los jóvenes pusieron literalmente el cuerpo en las protestas demandando mayores fondos en educación pública. De hecho, la madre de Dilan Cruz, el joven asesinado por un agente del Esmad en los estallidos sociales de 2019, tuvo su participación activa en el discurso de Petro.
Sumado a esto, la figura destacada de Francia Márquez como la primera vicepresidenta afrodescendiente en la historia del país expone un nutrido discurso de inclusión que abarca desde la población afro y las comunidades indígenas hasta el colectivo feminista y la comunidad LGBT. Es decir, gran parte de los 11 millones de votos que llevaron la candidatura de Márquez a la victoria evocan la figura de todas esas mujeres víctimas del conflicto armado que supieron salir adelante gracias a su capacidad de resiliencia. No es casualidad que la victoria electoral se vio consolidada en los departamentos de la Costa Caribe, la región Pacífica y el sur del país, denominados como la gran “periferia”.