El los últimos años en Brasil, cientos de ingenieros están diseñando y ensamblando lentamente las piezas del Álvaro Alberto, un submarino de propulsión nuclear que lleva el nombre de un antiguo vicealmirante y pionero del programa nuclear del país. Si todo va bien, podría aterrizar en las aguas de la isla de Madeira, en Itaguaí, a principios de la década de 2030.

Brasil es pionero en la energía nuclear, los esfuerzos de las fuerzas armadas brasileñas empezaron a trabajar seriamente en la década de 1970, con el objetivo de llegar a producir armas nucleares. Este trabajo sobrevivió al final del gobierno militar en 1985. Luego se estancó durante un tiempo, pero recibió el apoyo entusiasta de Luiz Inácio Lula da Silva, presidente desde el 2003 a 2010.

El progreso desde entonces ha sido lento, aunque Jair Bolsonaro, asistió a una ceremonia que marcaba el montaje inicial de un prototipo de reactor en Iperó. Un mes más tarde, la Armada finalizó el diseño básico del barco. Esto fue en gran parte gracias a Naval Group, la empresa armamentística francesa, de propiedad mayoritariamente estatal.

En virtud de un acuerdo pactado en 2008 bajo el mandato de Lula, Naval Group firmó un contrato con Odebrecht para vender submarinos diesel-eléctricos avanzados a Brasil.

Muchos consideran que la búsqueda de submarinos nucleares por parte de Brasil es una misión imposible. Es “una indulgencia loca de la era del boom de Lula”, dice un diplomático extranjero. Los funcionarios brasileños justifican el programa señalando el “Amazonas Azul”, un término acuñado por la marina. Se refiere a los 8.000 km de costa del país, a las riquezas económicas que se encuentran frente a ella y a la importancia de defenderlas. Brasil afirma que su plataforma continental le otorga derechos más allá de la zona económica exclusiva de 200 millas náuticas establecida en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.

También intervienen factores geopolíticos. Los submarinos han justificado la necesidad de dominar el ciclo completo del combustible -el proceso de extracción, molienda y enriquecimiento del combustible nuclear- y, por lo tanto, han colocado a Brasil “en el umbral entre ser un Estado nuclear y no serlo”, dice Carlo Patti, autor de “Brasil en el orden nuclear mundial”. Eso significa que el país puede producir su propia energía nuclear, sin buscar la ayuda de los países ricos que han monopolizado esa tecnología con el pretexto de la no proliferación.

En 2019, el hijo de Bolsonaro, miembro del Congreso, dijo que Brasil sería “tomado más en serio” si tuviera armas nucleares. Brasil se ha negado ha firmar el Protocolo Adicional con el Organismo Internacional de Energía Atómica, sobre la base de que los estados con armas nucleares no han hecho lo suficiente para desarmarse.

A diferencia de los submarinos británicos y estadounidenses, que utilizan uranio enriquecido hasta los niveles adecuados para una bomba, el reactor previsto por Brasil utilizará material poco enriquecido. Los oficiales de la marina brasileña quieren demostrar que su programa es legítimo y no les gustaría que se les incluyera en el grupo de los parias nucleares como Irán.

Un submarino nuclear es una de las piezas más sofisticadas y complejas de hardware militar que cualquier país puede construir. El programa de Brasil ha sobrevivido a gobiernos militares y civiles, y a presidentes tanto de izquierdas como de derechas.

“El proyecto parece irreversible”, señalaron Kassenova y otros dos expertos que visitaron el astillero de Itaguí en 2018. Ningún país por debajo del ecuador ha poseído ni operado nunca un submarino de propulsión nuclear. Brasil se encuentra en posición para llegar a ser el primero.

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Redacción
Equipo de redacción de Escenario Mundial. Contacto: info@escenariointernacional.com

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