Por María Sofia Zelaya miembro de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
El miércoles 13 de mayo de 1981 el Papa Juan Pablo II recibió cuatro disparos en frente de unos treinta mil fieles durante una audiencia semanal en la Plaza San Pedro ubicada en el corazón de la Ciudad del Vaticano. Dos proyectiles le alcanzaron y se alojaron en su estómago, otro le alcanzó el brazo derecho y el último le rozó la mano izquierda. El Sumo Pontífice tuvo que ser sometido a una cirugía de emergencia dado que las balas que habían alcanzado su abdomen habían producido una perforación intestinal, su estado era grave debido a la pérdida de sangre, pero tras la larga intervención pudo sobrevivir.
El atacante fue identificado como Mehmet Ali Ağca, un joven de origen turco de tan solo 23 años, pero con una larga trayectoria criminal internacional. El intento de asesinato fue catalogado como atentado terrorista. Si bien hoy en día no se conocen los motivos exactos del ataque, existen varias versiones. Y es que el mismo Mehmet Ali Ağca dio varias declaraciones contradictorias en sus múltiples interrogaciones, entre ellas que el Papa era la “reencarnación de todo lo capitalista”.
La versión más fuerte fue que la URSS y que la KGB había ordenado a los servicios secretos de la Bulgaria y de Alemania Oriental llevar a cabo la tarea. La KGB habría dirigido al servicio secreto búlgaro a asesinar a Juan Pablo II a causa de su apoyo a Solidarność, una federación sindical polaca a la que se veía como una de las amenazas más significativas a la hegemonía soviética en Europa Oriental. Originalmente, Ağca dijo ser un miembro del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), pero prontamente el FPLP negó cualquier vínculo con él.