Podría afirmarse que, en 2025, la disputa por las Islas Malvinas salió del plano declarativo y se reconfiguró en tres frentes concretos: la militarización británica creciente en el Atlántico Sur, el avance del frente energético offshore con el proyecto Sea Lion, y una Argentina que, con intermitencias, empezó a endurecer públicamente su posición y a reordenar su estrategia diplomática y de memoria histórica.

A lo largo del año, Londres consolidó presencia militar y civil en el archipiélago, mientras las empresas petroleras avanzaron hacia la fase de desarrollo del yacimiento Sea Lion. En paralelo, Buenos Aires reforzó el reclamo en foros regionales e internacionales, cuestionó la explotación de recursos en un territorio en disputa y reactivó algunos instrumentos internos para sostener la causa Malvinas en el tiempo, casi hacia el final del 2025.
En el terreno, el Reino Unido llevó adelante la operación “Southern Sovereignty”, un despliegue que combinó maniobras aeronavales, vuelos de patrulla y presencia reforzada en el Atlántico Sur. La operación se presentó como una demostración de capacidad de proyección sobre Malvinas y las rutas marítimas adyacentes. A esto se sumó el anuncio de un nuevo ejercicio militar terrestre en las islas, la rotación de una compañía del Regimiento Real Irlandés y la actividad del patrullero FPV Lilibet, que incluso hizo escala en Uruguay, reforzando la logística británica en la región. En paralelo, Londres avanzó con un nuevo desarrollo urbano en Puerto Argentino, profundizando la “normalización” de las islas como espacio de vida civil británico: más infraestructura, más inversión y un mensaje político claro hacia adentro y hacia afuera. Pareciera que todo encaja en una misma lógica de mantener una presencia militar robusta y visible que disuada cualquier intento de cuestionar, en términos prácticos, el control británico del archipiélago.
La dimensión quizá más sensible de 2025 fue la energética. Sobre el telón de fondo del yacimiento Sea Lion, Londres habilitó nuevos pasos para consolidar la explotación offshore en la cuenca norte de Malvinas, con la petrolera Rockhopper Exploration y Navitas Petroleum como actores centrales. Con retrasos -recién en diciembre-, el gobierno argentino endureció su posición ante el plan petrolero offshore y advirtió al Reino Unido que cualquier actividad de exploración y producción en la zona en disputa es “ilegal” a la luz del derecho internacional y del derecho interno argentino. El mensaje combinó notas diplomáticas, referencias a la resolución 31/49 de la Asamblea General de la ONU (que insta a las partes a no introducir cambios unilaterales) y recordatorios de las sanciones previstas para empresas que operen sin autorización de la Argentina. En paralelo, Rockhopper anunció que, tras la decisión final de inversión (FID) sobre Sea Lion, se alcanzó el cierre financiero del proyecto, con un esquema de costos estimado en unos 2.100 millones de dólares para la Fase 1 y un paquete de financiamiento que, según la propia compañía, la deja “plenamente fondeada” para su porción accionaria.

En el plano diplomático, 2025 combinó continuidad histórica y gestos nuevos. Por un lado, el reclamo de soberanía se mantuvo constante, pero con variaciones en tono, alianzas y énfasis. En resumen, el 2025 mostró una etapa con fuerte alineamiento de Buenos Aires con Washington e Israel, donde recién a finales de año el gobierno de Milei reiteró el reclamo de soberanía sobre Malvinas en la cumbre del Mercosur. El tema Malvinas se cruzó además con la crisis venezolana, al ser utilizado como referencia comparativa por otros líderes sudamericanos para hablar de colonialismo, derecho internacional y tensiones militares en la región.
Otro momento crucial ocurrió cuando la vicepresidenta argentina, Victoria Villarruel, afirmó haber pedido a Washington que actúe como mediador en el reclamo argentino de soberanía, un giro interesante si se lo mira a la luz de los documentos históricos que confirman el apoyo militar norteamericano a Londres durante la guerra de 1982. Tales mensajes surgieron después de que se publicara el proyecto de Presupuesto 2026, el cual contemplaba un refuerzo de recursos para Cancillería y programas sobre Malvinas, Antártida y diplomacia.
En paralelo, puede observarse otro eje más en torno a la Causa Malvinas a lo largo del 2025: cómo las Islas volvieron a aparecer dentro del debate político británico. En la Cámara de los Lores, el rechazo al acuerdo entre el Reino Unido y Mauricio sobre la soberanía de las islas Chagos derivó en comparaciones explícitas con el caso Malvinas. A la vez, un ex asesor británico propuso usar las Malvinas como campo de asilo para inmigrantes irregulares. Más allá de que la idea no pasó de ser eso mismo, la propuesta revela que el archipiélago sigue siendo visto, en ciertos círculos, como un espacio geopolíticamente “disponible” dentro de la órbita británica, y que la disputa con Argentina está lo suficientemente congelada como para que algunos sectores se permitan imaginar usos internos del territorio.

Por último, este año también estuvo atravesado por la memoria de la guerra de 1982. La publicación de documentos secretos y desclasificados expuso con más detalle los planes militares británicos durante el conflicto y confirmó la magnitud del apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos al Reino Unido, reforzando la lectura argentina de que la guerra se dio en un marco de asimetría estratégica muy marcado. En paralelo, el Proyecto Humanitario Malvinas siguió avanzando —aunque con demoras— en la identificación de los restos de los soldados argentinos aún no reconocidos.
A grandes rasgos, el 2025 deja un contexto bastante claro: el Reino Unido consolidó su control ilegítimo de Malvinas mediante más presencia militar, más desarrollo civil en Puerto Argentino y el avance hacia la explotación sistemática de recursos energéticos en la cuenca norte de las islas. En paralelo, Argentina combinó, hacia el final, un tono más duro frente al frente petrolero y una mayor visibilidad del reclamo en foros regionales, así como también intentos de sumar a Estados Unidos a algún rol de mediación. El contexto internacional incorporó el tema Malvinas a debates más amplios sobre colonialismo residual, refugio de migrantes y gobernanza de territorios de ultramar (Chagos, por ejemplo), lo que puede abrir ventanas discursivas, pero no necesariamente cambios inmediatos en la posición británica.
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Imagen de portada empleada a modo ilustrativo.









