En una demostración inusual de músculo aéreo sobre el flanco oriental de la OTAN, la Fuerza Aérea de Bélgica llevó a cabo una patrulla de alta complejidad sobre el mar Negro junto a cazas franceses Rafale, en una misión cuyo vector de vuelo se dirigió directamente hacia la región de información de vuelo rusa, aunque siempre sobre espacio aéreo internacional. Se trata de una operación que marca un salto cualitativo respecto de las habituales misiones de Policía Aérea en Europa del Este ya que, por primera vez, F-16 Fighting Falcon belgas operaron en conjunto con Rafale franceses apoyados por un Airbus A330 MRTT de reabastecimiento en vuelo.

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El accionar es interpretado como un mensaje directo hacia el espacio aéreo controlado por Rusia. Más que nada, porque la patrulla se ejecutó el jueves sobre aguas internacionales del mar Negro, pero en un rumbo considerado “en dirección a Rusia”, según describen analistas militares. En la práctica, esto significa volar cerca de la zona donde comienza la responsabilidad rusa de gestión del tráfico aéreo, sin violar soberanía, pero dejando un mensaje.
Interoperabilidad y control
Bélgica tiene una larga trayectoria en las misiones de Policía Aérea del Báltico bajo paraguas OTAN, pero este perfil de misión en el mar Negro representa una evolución porque ya no se trata solo de interceptaciones puntuales o patrullas de rutina, sino de un despliegue deliberado de medios avanzados, coordinados y con apoyo logístico propio, pensado para operar cerca de entornos altamente defendidos, como el que rodea Crimea.
La participación de los Rafale franceses aporta una capa adicional de capacidades avanzadas, con sensores de última generación, fusión de datos y, sobre todo, su suite de guerra electrónica SPECTRA, diseñada para operar en ambientes saturados por sistemas antiaéreos como los S-300 y S-400 desplegados por Rusia en Crimea.

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El verdadero multiplicador de la operación fue el Airbus A330 MRTT, que permitió prolongar significativamente el tiempo de permanencia de los cazas sobre el área crítica. En el mar Negro, la distancia entre las bases en Rumania o Bulgaria y las zonas sensibles cercanas a Sevastopol exige enormes reservas de combustible si se pretende patrullar más allá de un vuelo de “ida y vuelta” rápido.
Con el reabastecimiento en vuelo, la patrulla se convierte en una presencia casi persistente, capaz de sostener ventanas de vigilancia largas y reducir al mínimo los lapsos en los que el espacio es menos monitoreado. Para Rusia, esto implica que cualquier movimiento aéreo o naval relevante cerca de la zona será detectado y registrado por sensores aliados.
Más aún, porque esta operación se inscribe dentro de un marco más amplio de presencia aliada en la región, en el contexto de la guerra en Ucrania y de las restricciones impuestas a la actividad militar rusa. Sin embargo, también forma parte de un patrón: en noviembre, Francia ya había desplegado Mirage 2000 en una misión similar, aunque de menor complejidad. Ahora, la incorporación ahora de los Rafale y el MRTT sugiere una estrategia de escalada gradual en la calidad –más que en la cantidad– de los medios que la OTAN está dispuesta a mostrar en el teatro del mar Negro.
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