¿Están listos Estados Unidos y China para una política de détente en la guerra comercial desatada a comienzos de año? No tan rápido.
Ciertamente, el mundo ha reaccionado con alivio a la llamada que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su par chino, Xi Jinping, mantuvieron la semana pasada, aún si es solo porque cualquier comunicación entre dos grandes potencias rivales es mejor que ninguna comunicación.
Las repercusiones de la llamada
En su red social, Truth Social, Trump describió a la llamada como “muy buena” y confirmó que estuvo casi enteramente centrada en comercio, asegurando que no se habló ni de Ucrania ni de Irán. También dijo en ese posteo que Xi lo había invitado a China, y que él había aceptado su invitación, además de hacer lo mismo con el presidente chino.

La fecha y sede de la cumbre serían informadas más adelante a la prensa, concluyó Trump.
Xi, en tanto, dijo durante la llamada que “el diálogo y la cooperación” eran la “única vía correcta” para las relaciones entre Estados Unidos y China, y que era importante evitar las “perturbaciones y disrupciones”, de acuerdo con la agencia Xinhua.
También confirmó haber invitado a Trump a China, lo cual fue recibido “con aprecio” por el presidente estadounidense.
Puede parecer poco, pero en el contexto de una escalada sin precedentes de aranceles iniciada por Trump contra todos los países del mundo a poco de asumir en enero de este año, y especialmente contra China, la perspectiva de un encuentro entre ambos líderes ofrece al menos una expectativa de racionalidad.
El regreso de Trump y la reactivación de la guerra comercial
La actual guerra comercial comenzó en febrero, cuando Trump ordenó subir los aranceles a China al 10%, citando como causas las presuntas prácticas comerciales desleales chinas, la voluntad de reactivar la industria manufacturera estadounidense y acusando a China de proveer fentanilo a productores ilegales de drogas en Estados Unidos.
Beijing ha rechazado todas estas acusaciones, a las que considera sin fundamento y parte de un chantaje. En respuesta, impuso aranceles recíprocos a ciertos productos estadounidenses, y entonces comenzó una cadena de medidas “ojo por ojo” que llevó, en su pico en abril, a que Estados Unidos impusiera aranceles del 145% a China, y China de 125% a Estados Unidos.

Tal esquema, que se espera provoque el encarecimiento de bienes y la pérdida de empleos, es insostenible para las economías de ambos países, que se mantienen desde hace décadas interconectadas a pesar de los intentos recientes de EE.UU. de “desacoplarse” de China.
Y es insostenible, también, para la economía global: los mercados en todo el mundo vivieron días de pánico mientras acechaba la sombra de una recesión de efectos impredecibles.
Pero entonces flamearon las primeras banderas blancas: representantes de Washington y Beijing aceptaron reunirse en Suiza, y allí acordaron reducir los aranceles en 115% por 90 días.
Esa esperada tregua, que se mantiene a duras penas, fue la antesala para la llamada entre Trump y Xi, y también para su futuro encuentro, si es que finalmente tiene lugar.
La última vez que Trump y Xi se vieron la cara fue en 2019, cuando ambos líderes mantuvieron una reunión durante la cumbre del G20 en Japón. Fue durante el primer mandato del estadounidense, y en medio de otra guerra comercial, aunque de menor escala que la actual.
De hecho los primeros aranceles de Trump a China llegaron en masa en 2018, afectando a productos como el acero y los paneles solares, y se expandieron en menor medida en 2019, afectando principalmente productos industriales. El argumento era más sencillo: Trump hablaba solo de prácticas comerciales desleales y de un profundo déficit comercial de Estados Unidos que buscaba subsanar. Aquellos aranceles no fueron generalizados, como ahora, y en promedio oscilaron el 25%, cifra muy inferior a las vistas en este segundo gobierno de Trump.

China también respondió en esa ocasión imponiendo aranceles recíprocos sobre bienes estadounidenses, especialmente productos agrícolas y afectando a los pequeños granjeros.
En 2018, como ahora, hubo una tregua que se gestó durante la cumbre del G20 en Argentina, cuando Trump y Xi cenaron juntos y acordaron poner freno a la escalada; al tiempo que China se comprometió a comprar más bienes estadounidenses y se establecieron mecanismos de diálogo para los conflictos comerciales en detalle. La tregua se afianzó luego en la cumbre del G20 en Japón, al año siguiente.
¿Vamos entonces en camino a repetir ese escenario?
Es difícil saberlo. A diferencia de 2018, la escala de los aranceles estadounidenses es ahora monumental, al tiempo que las acusaciones de Washington contra Beijing son de un tenor mayor.
China, por otro lado, ha tenido tiempo desde la primera guerra comercial para prepararse y adaptarse a la realidad de que Estados Unidos, con quien compite por relevancia e influencia a nivel global, cada vez será un socio comercial más reacio y su expansión a otros mercados se ha potenciado.
Ambos países, sin embargo, se enfrentan al prospecto aterrador de una destrucción económica mutua, y ese será su límite de acción. Pero el comercio descomunal entre EE.UU y China, que modeló la economía global de las últimas décadas, parece tener los días contados.
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