En medio de un reordenamiento estratégico global marcado por el ascenso de China como principal rival sistémico de Estados Unidos, el jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, General David Allvin, reclamó un mayor volumen de recursos para su rama incluso si eso implica reducir el presupuesto de otras fuerzas armadas. Sus declaraciones, realizadas en una entrevista exclusiva con Breaking Defense el pasado 16 de mayo en el Pentágono, marcan un punto de inflexión en el debate interno del Departamento de Defensa sobre el rediseño del gasto militar frente al nuevo entorno geoestratégico.
“Allí donde se juega el liderazgo global de Estados Unidos, como en el Indo-Pacífico, es donde la Fuerza Aérea tiene más ventajas comparativas”, sostuvo Allvin. En su análisis, las características del teatro del Pacífico favorecen una fuerza ágil, dispersa, de rápido despliegue y capacidad ofensiva flexible—atributos que, argumenta, están integrados en la doctrina y estructura de la USAF.

Una redistribución presupuestaria en ciernes
El jefe de la Fuerza Aérea no se limitó a destacar las ventajas operativas de su rama, sino que sugirió explícitamente una reconfiguración del presupuesto del Pentágono, actualmente dividido en tercios entre Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Según Allvin, la coyuntura representa una “oportunidad para romper la inercia presupuestaria” y hacer un “reset” que priorice a las ramas más relevantes frente a amenazas como la china.
“La intención no es crecer a costa de los demás necesariamente… pero puede ser el resultado”, admitió, enfatizando que la amenaza emergente obliga a redirigir recursos hacia donde haya mayor retorno estratégico.
Un conflicto de lógicas dentro del Pentágono
La propuesta de Allvin no pasó desapercibida. Todd Harrison, analista senior del American Enterprise Institute, advirtió que estas declaraciones son reflejo de una disputa abierta entre ramas: “Los cuchillos están afilados. Todas se están disputando quién recibe los mayores recortes”. Aunque la administración Trump prometió un presupuesto récord de un billón de dólares para el año fiscal 2026, la base presupuestaria ajustada por inflación registra una caída respecto al último pedido de la era Biden.

Este nuevo escenario se enmarca en una línea de conducción más disruptiva por parte del Secretario de Defensa, Pete Hegseth, y en reformas estructurales dentro del Ejército impulsadas por su secretario, Daniel Driscoll, que incluyen desde recortes a contratistas tradicionales hasta el impulso de startups tecnológicas como Anduril o Palantir.
Velocidad, maniobra y disuasión
Entre los principales argumentos técnicos, Allvin subrayó que las capacidades de maniobra de la Fuerza Aérea, medidas en velocidad supersónica, superan ampliamente a las de las fuerzas terrestres o navales, limitadas por la física de sus entornos operacionales.
La iniciativa Agile Combat Employment (ACE) de la Fuerza Aérea busca diseminar sus plataformas en múltiples ubicaciones, reduciendo su vulnerabilidad y maximizando la capacidad de respuesta ante un entorno hostil. Esta agilidad táctica, según Allvin, “es difícil de replicar por otras ramas en superficie”.

Desde el anonimato, un estratega de la USAF fue aún más categórico: “En el Indo-Pacífico, lo que se necesita es superioridad aérea y espacial. Nadie está pidiendo que las fuerzas terrestres desembarquen a combatir”. Esta postura refuerza la narrativa de que el poder aéreo y espacial será el eje del conflicto si se desata un enfrentamiento abierto en la región.
Un mensaje para la Casa Blanca
En un guiño directo a la administración Trump, Allvin destacó que la superioridad aérea permite enviar señales claras sin comprometer tropas en el terreno. “Podés lanzar un ataque, entregar ayuda humanitaria, y volver a la situación anterior sin quedar atrapado”, explicó. A diferencia de los despliegues terrestres, la aviación permite intervenir y retirarse rápidamente, lo que se alinea con un enfoque menos intervencionista del poder ejecutivo.
En esa línea, resaltó que la Fuerza Aérea está preparada para capitalizar el dinamismo del sector tecnológico, especialmente en programas de nueva generación como el caza F-47, que incorporan tecnologías disruptivas con un grado de adaptabilidad superior, incluso, al de la industria espacial.
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