Abundantes recursos energéticos, y posición estratégica de acceso al norte global, son algunas de las características que hacen al Ártico una región única en el mundo. De los 14,5 millones de kilómetros cuadrados que lo componen, Rusia integra dentro de su territorio una superficie considerable, mostrando una clara tendencia a incrementar su presencia en la región en los últimos años. Actualmente, la cooperación ruso-china en el Ártico abre interrogantes sobre los posibles efectos de esta alianza y cómo afectará a la seguridad regional.
El Ártico, nuevo escenario de cooperación entre Moscú y Pekín
Desde la publicación del libro blanco de China sobre su política ártica en 2018, China ha defendido el derecho de los países no árticos a participar en la región, incluyendo actividades como la investigación científica, la navegación, la pesca, y la exploración y explotación de recursos. Aunque Pekín no es un Estado circumpolar, su creciente interés estratégico en el Ártico responde a su visión del área como un nuevo cruce geopolítico, fuente de materias primas y vía de expansión de poder.

Desde el inicio de la guerra en Ucrania en 2022, Rusia comenzó a realizar concesiones sin precedentes a China en asuntos árticos. En 2023, ambos países establecieron un grupo de trabajo conjunto para avanzar en el proyecto de la Ruta Marítima del Norte y firmaron un memorando de entendimiento sobre cooperación en derecho marítimo. También se coordinaron en foros multilaterales como BRICS para formular una agenda común para el Ártico.
China y Rusia también realizaron ejercicios navales conjuntos en el estrecho de Bering durante 2022 y 2023. En septiembre 2024, llevaron adelante el ejercicio naval ártico conjunto “North-Joint 2024”, una muestra del fortalecimiento de su cooperación en materia de seguridad. Esta creciente sinergia entre Rusia y China en una región clave ya genera preocupación en Washington, dado que coincide con un debilitamiento del aislamiento estratégico de Moscú tras las sanciones de Occidente.
Las discrepancias que podrían estancar el avance de la alianza ruso-china en la región
Aunque Rusia y China han fortalecido considerablemente su cooperación en la región ártica, sus enfoques estratégicos siguen siendo marcadamente distintos. Mientras Moscú prioriza el control soberano y unilateral del Ártico, centrado en la explotación de hidrocarburos y la militarización del territorio, Pekín promueve una visión multilateral, que busca internacionalizar la región mediante su integración en la Iniciativa de la Franja y la Ruta bajo el concepto de “Ruta de la Seda Polar”.

En este sentido, no sería extraño que esta diferencia estructural genere tensiones: Rusia podría percibir el interés chino como una posible intromisión en su zona exclusiva de influencia, particularmente en la Ruta Marítima del Norte, la cual trata como un corredor nacional, sujeto a regulaciones estrictas, tarifas y escoltas obligatorias de rompehielos rusos. En este punto, cabe recalcar que la alianza también se ve limitada también por factores económicos y jurídicos.
Pese a inversiones significativas en proyectos energéticos como Yamal LNG y Arctic LNG 2, China no controla ninguna de estas iniciativas y ha mostrado cautela creciente tras el endurecimiento de las sanciones occidentales. A estas circunstancias se suma la restrictiva legislación rusa con respecto a propiedad extranjera de recursos energéticos. Paralelamente, China mantiene vínculos activos con otros actores del Ártico, como Islandia, Noruega y Canadá, lo cual genera resquemor en Moscú.
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