La madrugada del 24 de abril marcó un nuevo punto de inflexión en la guerra entre Rusia y Ucrania. Un ataque ruso con drones y misiles sobre la capital ucraniana, Kiev, dejó al menos ocho muertos y más de 70 heridos, según confirmaron las autoridades locales. Se trata del mayor bombardeo sobre la ciudad en lo que va del año, con múltiples incendios, daños estructurales severos y personas atrapadas entre los escombros.
El Ministerio del Interior de Ucrania detalló que 145 drones y 70 misiles fueron lanzados durante la noche, entre ellos 11 misiles balísticos. Las fuerzas aéreas ucranianas lograron interceptar 112 objetivos. Sin embargo, la magnitud del ataque resultó devastadora: edificios residenciales, centros administrativos y vehículos quedaron completamente destruidos. Al menos seis menores se encuentran entre los heridos.

La ofensiva ocurrió en un momento de fuerte presión internacional para alcanzar un acuerdo de paz, y mientras Washington intentaba consolidar un frente diplomático en Londres. El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, no tardó en atribuir la responsabilidad de la continuidad del conflicto al mandatario ucraniano Volodímir Zelenski, acusándolo de obstaculizar las negociaciones por negarse a ceder Crimea, territorio anexado por Rusia en 2014.
En redes sociales, Trump calificó de “intransigente” la postura ucraniana respecto a Crimea y advirtió que la negativa de Kiev podría “prolongar innecesariamente el campo de matanza”. En un tono similar, su vicepresidente JD Vance amenazó con retirar el apoyo estadounidense si no se logra un avance inmediato en las tratativas. Según trascendidos diplomáticos, la propuesta de Washington incluiría reconocer el control ruso sobre parte del territorio ocupado y excluir la posibilidad de adhesión de Ucrania a la OTAN.
El propio Zelenski reafirmó públicamente su posición: “Crimea es parte de Ucrania, no es materia negociable”. El líder ucraniano vinculó el ataque a Kiev con un intento de Moscú de condicionar las negociaciones y responsabilizó a Rusia de ser el principal impedimento para la paz.

Mientras tanto, el panorama en otras regiones del país también fue desolador. Kharkiv, segunda ciudad más importante de Ucrania, fue blanco de al menos 24 ataques combinados entre drones y misiles. En la región de Zhytomyr, los equipos de rescate fueron atacados por segunda vez mientras intentaban apagar incendios provocados por el bombardeo inicial. En Dnipropetrovsk, un ataque con drones sobre un colectivo dejó nueve muertos, todos civiles.
A pesar del horror, Ucrania ratificó su voluntad de seguir apostando al diálogo diplomático. El jefe de la Oficina del Presidente, Andrii Yermak, encabezó la delegación ucraniana que participó en la reunión de Londres junto a representantes de Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Allí, sostuvo que “el camino hacia la paz no es sencillo, pero Ucrania sigue comprometida con una solución justa y duradera”.
Las negociaciones, sin embargo, quedaron marcadas por la ausencia del Secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, lo que debilitó el impacto político de la cumbre. Según voceros europeos, aún persisten amplias diferencias sobre las condiciones mínimas que permitirían establecer un cese del fuego.
En paralelo, se supo que el emisario de Trump, Steve Witkoff, tiene previsto un nuevo encuentro con Vladimir Putin esta semana en Moscú. Ya ha mantenido tres reuniones previas con el mandatario ruso como parte de los esfuerzos estadounidenses por presionar hacia un acuerdo, aunque estos movimientos despiertan suspicacias entre los aliados europeos, especialmente ante la posibilidad de concesiones territoriales a Moscú.
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