El pasado miércoles 2 de abril, el presidente argentino, Javier Milei, acompañado por el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, y la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, emprendió un viaje a los Estados Unidos con motivo de la entrega del premio Lion of Liberty Award. Este galardón fue otorgado al mandatario argentino en reconocimiento a su compromiso con la libertad individual, la economía de libre mercado y los valores conservadores, principios que lo han acercado ideológicamente al presidente estadounidense.
La entrega de dicho premio no fue el único propósito del viaje, ya que el presidente argentino tenía previsto mantener una reunión informal con el presidente reelecto de los Estados Unidos, Donald Trump. Sin embargo, el encuentro no pudo concretarse debido a inconvenientes logísticos relacionados con el transporte del mandatario estadounidense, sumados a la ajustada agenda de Javier Milei, lo que finalmente impidió la reunión. Es así como el jueves 3 de abril regresó a la Argentina sin poder cumplir dicho objetivo.

El peso de la ideología frente a la praxis
¿Por qué el presidente argentino buscaría reunirse con Donald Trump incluso después del anuncio de aranceles recíprocos, no solo hacia Argentina sino hacia buena parte del mundo? La respuesta podría radicar, en principio, en que los aranceles aplicados a la Argentina y a la mayoría de los países de América del Sur se encuentran entre los más bajos, con un aumento del 10 %. Esta medida fue celebrada por el mandatario argentino a través de su vocero presidencial, Manuel Adorni, quien la destacó en una de sus conferencias de prensa diarias como un gesto de trato preferencial. Sin embargo, esta reacción plantearía interrogantes sobre la coherencia entre el discurso de libre comercio que sostiene el presidente argentino y su aceptación de políticas proteccionistas cuando provienen de aliados ideológicos.

El anuncio de los aranceles recíprocos generó una fuerte caída en los mercados globales, afectando especialmente a las denominadas “Magnificent Seven”, el grupo de empresas tecnológicas más influyentes integrado por Apple, Amazon, Tesla, entre otras. A raíz de este impacto, comenzaron a circular rumores sobre una posible marcha atrás en la medida, que incluiría la suspensión de los aranceles para todos los países, con la única excepción de China. Sin embargo, medios como FirstPost informaron que el propio gobierno estadounidense desmintió tales versiones, reafirmando así su compromiso con una política comercial de corte proteccionista.
El aspecto más relevante —y el eje principal de este análisis— es el sólido vínculo tanto ideológico como cultural que actualmente une a la Argentina con los Estados Unidos. En primer lugar, el lazo ideológico se evidencia claramente en la entrega del premio a Milei en Mar-a-Lago, como reconocimiento a los valores conservadores que comparte con el presidente republicano. Esta convergencia también se manifiesta en su firme alineamiento con Israel, una posición reafirmada desde el recrudecimiento del conflicto palestino-israelí, y en su narrativa común en defensa del orden occidental.
En segundo lugar, desde una dimensión cultural, ambos presidentes se identifican abiertamente con los valores de Occidente, recuperando el discurso geopolítico propio de la Guerra Fría y exaltando el triunfo del capitalismo sobre el socialismo como un relato fundacional compartido. En este sentido, ambos mandatarios tienen un enemigo en común: el “wokismo”. El mismo es comprendido como un “despertar de la conciencia” donde se lucha contra las injusticias sociales y en favor del bienestar colectivo. Sin embargo, ambos presidentes lo interpretan como un virus que ataca los valores tradicionales y la libertad individual. Es, de esta manera, que impulsan una batalla contra el progresismo y el colectivismo, promoviendo y sosteniendo así ideales occidentales.
Pese a sus evidentes afinidades, Trump no dudó en aplicar los aranceles a la Argentina, y es aún más llamativo cuando se evidencia que países como Rusia o Corea del Norte no han sido afectados por dichas tarifas, considerando que tienen posturas ideológicas y políticas completamente distintivas. Sin embargo, esto no parece haber afectado el vínculo estrecho entre ambos presidentes americanos. Esto podría evidenciar que la balanza de prioridades de la política exterior de Javier Milei se inclina claramente hacia sus aliados ideológicos y culturales, por encima de los intereses estrictamente comerciales. El alineamiento del presidente argentino se presenta más como una elección moral que como una estratégica pragmática.
Este viaje dejaría en evidencia una clara contradicción entre el discurso y la práctica, y abre interrogantes sobre el rumbo de la política exterior argentina. ¿Podría esta retórica forzar a Argentina a tomar partido en el actual escenario global, inmerso en la polarización? ¿O podrá, en un posible gran conflicto internacional, mantenerse neutral como lo ha hecho a lo largo de su historia?
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