La guerra entre Ucrania y Rusia ha entrado en una nueva etapa de confrontación, con los ataques ucranianos a las refinerías de petróleo rusas como último punto de fricción entre Kiev y Washington. Mientras que el gobierno ucraniano considera estos bombardeos como necesarios para elevar el costo de la agresión rusa, la administración Biden teme que los mismos generen un alza de los precios globales de la energía y represalias más agresivas de Moscú.
La vicepresidenta Kamala Harris ya había instado a Volodymyr Zelensky a frenar estos ataques en una reunión privada en Múnich, advirtiendo que podrían llevar a un encarecimiento del crudo a nivel mundial. Sin embargo, lejos de acatar la recomendación, Ucrania intensificó la estrategia, bombardeando incluso la tercera refinería más grande de Rusia, ubicada a más de 1.300 kilómetros del frente de batalla.
Desde la óptica estadounidense, estos ataques tienen un impacto militar cuestionable, ya que no logran disminuir significativamente las capacidades bélicas rusas. Más bien, han provocado una feroz respuesta de Moscú contra la infraestructura energética ucraniana, dejando a millones de personas sin electricidad. Adicionalmente, preocupa que un alza de los precios del petróleo pueda reducir el apoyo europeo a la ayuda militar para Ucrania.
Por el contrario, las autoridades ucranianas consideran que estos bombardeos son un “juego limpio” frente a los incesantes ataques rusos dentro de su territorio. Sostienen que son necesarios para incrementar el costo que Rusia debe pagar por su invasión y para compensar la merma de su artillería en el frente, cada vez más sometida al fuego enemigo.