El pasado 3 de noviembre, en Washington, DC, el presidente de Estados Unidos lideró la Cumbre de la Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica (APEP). Este foro, integrado por líderes de 11 naciones occidentales, busca impulsar el crecimiento económico y fortalecer las cadenas de suministro, con un enfoque inicial en sectores como energía limpia, semiconductores y suministros médicos.

En este sentido, los objetivos de la cumbre incluyen el lanzamiento de una plataforma de inversión para infraestructura sostenible, con enfoque en puertos modernos, energía limpia y configuraciones digitales. Además, se busca ampliar la infraestructura y servicios sociales tanto para migrantes como comunidades de acogida, y del mismo modo desarrollar una fuerza laboral regional en tecnología digital.

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La APEP se configura como un reflejo de la preocupación de Estados Unidos por la creciente influencia china en áreas estratégicas de la región, especialmente en proyectos de infraestructura. Siguiendo esta línea, es posible afirmar que con esfuerzos políticos y diplomáticos paulatinos, China logró llenar el vacío que dejó la relativa ausencia de Estados Unidos en la última década, logrando convertirse en el principal socio comercial de las importantes economías latinoamericanas.

Sin embargo, esta iniciativa enfrenta una suerte de limitaciones y desafíos que debe sortear en pos de su desarrollo futuro. Las limitaciones refieren a la ausencia de Brasil, Argentina y otros miembros de CELAC, junto con la participación de solo un tercio de los países, destacando la falta de un consenso regional. La falta de retórica acompañando de inversiones y compromisos políticos es una constante en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

Redacción
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