El cambio climático es el mayor reto medioambiental del siglo y la preocupación económica-social al respecto va en aumento cada año. Lo cierto es que requiere cada vez con más énfasis una transición climática colectiva profunda.

La esencia del acuerdo entre las instituciones europeas sobre la ley climática se propuso avanzar a una neutralidad hacia el año 2050 y, al menos un 55% de reducción de las emisiones de dióxido de carbono para el 2030. Tanto el Pacto Verde europeo como el Acuerdo de París, son compromisos decisivos para pasar a la acción, ya que 195 países aprobaron limitar el incremento de la temperatura global a 2 °C a finales de siglo respecto a la era preindustrial y proseguir las metas propuestas para reducirlo a 1,5 °C.

Esta necesidad de un esfuerzo conjunto ha alcanzado a varias industrias. Si bien es un desafío energético, solucionarlo requiere acciones que van mucho más allá de la generación eléctrica. Además, las reservas de depósitos de petróleo y gas en todo el mundo y la creciente dificultad de prospección de nuevas reservas son un condicionante positivo a la hora de abordar la reducción de emisiones de gases necesaria para el impacto medioambiental.

El acuerdo global, al que regresó Estados Unidos por medio de la reciente Cumbre de Líderes sobre el Clima, hace del presente un momento idóneo que dirija la transformación del trayecto seguido durante dos siglos de apuesta exclusiva por los combustibles fósiles. Este hecho se ve reforzado por el reconocimiento de la necesidad urgente de “descarbonizar” la sociedad para prevenir los efectos negativos del cambio climático.

¿Qué es descarbonización?

Es el proceso por el cual se reducen las emisiones de carbono, sobre todo de dióxido de carbono (CO2), a la atmósfera. Su objetivo es lograr una economía global con bajas emisiones que consiga la neutralidad climática a través de la transición energética. Al quemar combustibles fósiles para el desarrollo de la economía, se han incrementado las emisiones de CO2 —uno de los causantes del efecto invernadero (GEI), y por tanto del calentamiento global y el cambio climático—.

Para lograr las metas propuestas es necesario que haya una transición energética, ecológica y económica. Los incentivos, además, serán consecuencia del diseño de políticas públicas y privadas que contemplen las condiciones locales. 

Si bien es cierto que la energía solar y eólica revolucionaron nuestro sistema energético, en la actualidad el sector eléctrico genera apenas el 20 % de la energía. Por lo tanto, un aumento en la producción más renovable no nos permitirá reducir las emisiones netas de dióxido de carbono a cero para mediados de siglo.

El éxito dependerá del marco regulatorio que se establezcan. A ello se supedita que la reducción de los costes, la conducción hacia vectores energéticos y usos finales más competentes y libres de emisiones propicien una descarbonización eficiente.

3 aspectos claves.

En primer lugar, presentan una oportunidad de maximizar los beneficios al alinear las políticas de cambio climático con la planificación económica a largo plazo. Los planes pueden ayudar a los países a alinear sus decisiones a corto plazo con estrategias de inversión que promuevan el desarrollo bajo en emisiones de carbono y reduzcan el potencial de generar activos abandonados.

En segundo lugar, los países con planes de descarbonización para el 2050 pueden compartir sus proyectos a nivel regional e internacional, así como involucrar a la sociedad civil y los think tanks para desarrollar planes a largo plazo.

En tercer lugar, pueden facilitar debates nacionales sobre las opciones que los países pueden tomar para construir sociedades más inclusivas con cero carbonos. Lograr los objetivos del Acuerdo de París y de los ODS es un desafío, pero los potenciales beneficios de la creación de economías sin emisiones de carbono y resistentes al clima son fundamentales para un crecimiento inclusivo y sostenible.

Planes y compromisos.

Desde hace algunos años en Europa se estableció el impulso por la transición energética mundial. Ello trajo consigo la disposición de objetivos y políticas regulatorias la consecución de una economía baja en carbono. Por ejemplo, el European Green Deal, publicado a finales de 2019, es la estrategia de la Comisión Europea para lograr la neutralidad en carbono a 2050 y mejorar la competitividad. Este proyecto implica el desacople del crecimiento económico de la utilización de recursos.

A su vez, Estados Unidos presentó un plan para duplicar, para 2024, la financiación climática pública anual para los países en desarrollo en relación con el nivel promedio durante la segunda mitad de la Administración Obama-Biden.

Un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial sobre el estado del clima global en el 2020 brindó detalles de indicadores climáticos. Entre los preocupantes factores se encontraban las concentraciones récord de contaminación por gases de efecto invernadero, el aumento de las temperaturas de la tierra y los océanos, del nivel del mar, deshielo y retroceso de los glaciares y clima extremo. 

El mundo sigue utilizando grandes cantidades de carbón que es barato de extraer, pero en la actualidad la electricidad que genera es tan cara como las nuevas energías renovables. Ello se debe a que las centrales eléctricas de carbón han sido restauradas con la capacidad de capturar y almacenar el carbono que se emite durante su combustión.

La combinación interconectada de tecnologías, así como su enfoque y evolución futura, variará en distintas partes del mundo. Hace cinco años, grupos y entidades influyentes auspiciaban el advenimiento de la economía del hidrógeno en la que las únicas emisiones de gases de los coches serían vapor de agua. 

Hoy estamos al borde de una nueva revolución tecnológica en la que los coches eléctricos dominarán con notable probabilidad el sector de la automoción en el futuro. Los avances en las capacidades de las baterías eléctricas y la revolución en la producción de electricidad de fuentes limpias se conjugan así para encabezar una nueva trayectoria de desarrollo sostenible.

El desafío de avanzar hacia un mundo “descarbonizado” se compara entonces con frecuencia con la revolución industrial en Europa y Estados Unidos. La “descarbonización” de nuestra sociedad exige cooperación de la mayoría de los países del mundo, a través del desarrollo de una amplia gama de energías. Por ello, par que se produzca acciones transfronterizas coordinadas serán las instituciones multilaterales las que tienen un papel fundamental en todas estas áreas.

Eventos próximos como el “Diálogo de Petersberg sobre el Clima”, la “Asociación para el Crecimiento Verde”, la “Cumbre de los Objetivos Globales” y la “Cumbre de los Líderes del G7”, serán momentos cruciales para que los líderes asuman compromisos vitales en materia de financiación del clima.

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