- 55% de los consultados apoya un nuevo pacto de defensa Reino Unido–Europa sin depender de EE.UU.; 11% se opone.
- El trasfondo es el interrogante sobre la fiabilidad de Washington como “garante último” del Artículo 5 de la OTAN.
- La discusión se cruza con un punto duro: Europa todavía depende de capacidades estadounidenses (inteligencia, reabastecimiento en vuelo, defensa antimisiles, munición de precisión, logística estratégica) para sostener una guerra de alta intensidad.

Una encuesta realizada por JL Partners para The Independent muestra que una mayoría de votantes británicos ve necesario reforzar un esquema de defensa con Europa ante el temor de que Estados Unidos, bajo Donald Trump, no garantice automáticamente su apoyo en caso de una crisis militar con Rusia. El dato central no es solo la preferencia por un “pacto europeo”, sino el cambio de percepción: una parte relevante del electorado británico parece asumir que el paraguas norteamericano —que desde 1949 estructuró la defensa europea a través de la OTAN— ya no es una garantía automática, sino una variable política.
En términos prácticos, esto presiona a Londres a ordenar prioridades: si la protección final no se da por sentada, entonces un mayor alineamiento operativo con Europa deja de ser una opción “complementaria” y pasa a convertirse en una capa adicional de seguridad (y también de disuasión) frente a Moscú.
OTAN, Artículo 5 y el “factor Trump”
La OTAN sigue siendo el andamiaje central de la defensa europea. Pero el debate que muestra el sondeo apunta a su nervio: el Artículo 5 es tan creíble como la voluntad —y la capacidad— de los aliados de actuar “como uno solo”.
En este marco, las señales políticas pesan tanto como los medios militares. Si la Casa Blanca insiste en condicionar compromisos, o si vuelve a poner el foco en que Europa “pague más” por su defensa, el resultado puede ser una OTAN formalmente intacta, pero con credibilidad irregular en el peor momento: el de una crisis rápida, híbrida y escalable. En paralelo, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, viene insistiendo en que los aliados deben prepararse para escenarios de mayor exigencia estratégica.

Un acuerdo europeo sin EE.UU. puede significar varias cosas, y no todas equivalen a “reemplazar” la OTAN:
- Un pilar europeo más robusto dentro de la OTAN
La opción más realista políticamente: Europa se organiza mejor (planificación, stock de municiones, producción, mando y control) para que, aun dentro de la OTAN, el peso operativo no dependa tanto de Washington. - Acuerdos minilaterales y fuerzas de alta disponibilidad
Estructuras tipo coalición (Reino Unido + socios europeos clave) para reaccionar rápido en el flanco norte/este, con interoperabilidad, ejercicios y reglas de empleo más ágiles. - Un tratado político de garantías mutuas
Lo más ambicioso: compromisos explícitos de asistencia, con mecanismos de consulta, despliegue y financiación. Esto exige resolver la letra chica: ¿qué cuenta como “ataque”? ¿qué plazos de respuesta? ¿qué capacidades se ponen automáticamente a disposición?
Lo que no es: un reemplazo instantáneo del poder militar estadounidense. Aunque aumente el gasto, Europa necesita tiempo para cerrar brechas estructurales (defensa aérea y antimisil, ISR, guerra electrónica, transporte estratégico, reabastecimiento, munición y capacidad industrial sostenida).
La señal hacia Moscú y el mensaje doméstico
Desde la óptica de disuasión, la clave es evitar una lectura de “ventana de oportunidad”. Si Rusia percibe que Occidente discute garantías sin construir músculo real, el riesgo es que el debate sea interpretado como fragilidad.
Por eso, el valor de un pacto Reino Unido–Europa no estaría solo en el anuncio, sino en su traducción concreta: más ejercicios, más disponibilidad, más munición, más logística y mando, y una arquitectura que permita pasar del “mensaje político” a la capacidad operativa.
En definitiva, el sondeo funciona como termómetro: en el Reino Unido crece la idea de que la seguridad europea no puede descansar únicamente en la presunción de que Washington siempre estará. La pregunta que sigue es si Londres y las capitales europeas están dispuestas a pagar el costo —industrial, presupuestario y político— de convertir esa intuición en estrategia.
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