La economía rusa en 2025 llega a fin de año atrapada entre dos fuerzas que tiran en direcciones opuestas: por un lado, el impulso de la militarización como motor de actividad desde la invasión a gran escala de Ucrania; por el otro, señales cada vez más visibles de estancamiento por límites de oferta, inflación persistente y costos crecientes para sostener el esfuerzo bélico. Ese diagnóstico aparece en el informe The Russian economy in 2025 Between stagnation and militarization, de Elina Ribakova y Lucas Risinger, publicado por el Atlantic Council.

Según el documento, la resiliencia de Moscú —que contradijo los pronósticos iniciales occidentales de un colapso rápido por sanciones— se explica por una combinación de altos precios energéticos en 2022, gasto estatal extraordinario y un giro acelerado hacia China para reemplazar mercado, financiamiento y componentes que antes fluían desde Europa. Pero ese “colchón” ya no rinde igual, ya que el crecimiento se frena y prioriza defensa y guerra a costa de gasto social.
En el plano macro, los autores describen una economía que “se sobrecalentó” desde fines de 2023, donde la demanda empujada por el Estado supera a la oferta y obliga al Banco Central ruso a endurecer condiciones financieras. En ese marco, la tasa de interés llegó a un pico de 21%, se mantuvo en ese nivel durante el primer semestre de 2025 y recién inició un ciclo de bajas en junio, hasta 16,5% en diciembre, en un intento de moderar inflación sin apagar del todo la actividad.
China como salvavidas, sanciones económicas y el costo interno
El pivot hacia el Este es el otro gran capítulo. Ribakova y Risinger sostienen que la relación con China es asimétrica, ya que Rusia exporta principalmente energía y materias primas, e importa maquinaria, vehículos y electrónica, profundizando una dependencia tecnológica que antes se repartía con Europa. Ese “rescate” chino, sin embargo, remarca que Pekín compra crudo y gas con descuentos y mantiene poder de negociación por la falta de alternativas reales de Moscú.
Para Rusia, el costo estratégico reemplazó la dependencia europea por una dependencia china, con menor inversión y con bienes que muchas veces no igualan el estándar tecnológico occidental, mientras la economía queda cada vez más orientada a sostener la guerra. En 2025, además, el régimen de sanciones se volvió más irregular y “político”. El informe señala que, tras el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, Washington evitó endurecer medidas durante meses, mientras la UE y el Reino Unido continuaron expandiendo restricciones.

Donde el texto se vuelve más crudo es en la dimensión social y territorial. El informe describe un esquema de incentivos que empuja recursos a la guerra y reconfigura economías locales, como bonos de alistamiento crecientes y pagos por bajas y heridos que funcionan como estímulo en zonas pobres. Esa dinámica también explica por qué la expansión es desigual: regiones con base militar-industrial o con reclutamiento alto reciben ingresos extraordinarios, pero a costa de perder fuerza laboral para el sector civil.
La fotografía final que propone Atlantic Council es incómoda para quienes esperaban un colapso automático por sanciones. Si bien la economía rusa luce precaria, es administrable y con capacidad de financiar déficits vía deuda interna, aunque con un sector civil que no acompaña el boom del complejo militar-industrial. En otras palabras, el problema no es sólo “si cae” o “si resiste”, sino qué tipo de economía está construyendo Rusia: más dependiente de China, más expuesta a shocks de petróleo y sanciones, y más condicionada por el trade-off entre sostener el esfuerzo bélico o preservar estabilidad social.
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