El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se arrogó haber resuelto ocho conflictos en lo que va del 2025. Sin embargo, un repaso por la política exterior norteamericana de este año muestra distintas realidades detrás de cada afirmación, con la que el mandatario sustenta su voluntad de ganar el premio Nobel de la Paz.

Durante la campaña electoral que le permitió acceder a su segundo mandato, el entonces candidato republicano atacaba las “guerras eternas” de Washington D.C., a la vez que prometía acabar con el conflicto entre Rusia y Ucrania en 24 horas. Mientras la presión que la guardia costera y el departamento de Defensa -que Trump rebautizó como “de Guerra” sin autorización del Congreso- ejercen sobre Venezuela amenazan con derivar en un conflicto armado, la paz entre Moscú y Kiev sigue sin ser una realidad, aunque las negociaciones lograron una dinámica acelerada en los últimos meses.
En cambio, el mandatario sí puede exhibir progresos dispares en distintos conflictos alrededor de todo el mundo, donde su intervención tuvo efectos -que algunas de las partes niegan- para lograr acuerdos de paz que significaron un mejoramiento en las condiciones de vida para millones de personas.
Los conflictos que Trump resolvió en 2025 y los que no
Medio Oriente: del vértigo del bombardeo a Irán al acuerdo de paz por Gaza
Una de las regiones del mundo donde Trump ejerció una influencia incuestionable en 2025 es el Medio Oriente, donde su administración respaldó al gobierno de Israel encabezado por Benjamin Netanyahu pero también tendió puentes con naciones árabes, que le permitieron lograr avances en la relación del estado judío con sus vecinos.
El camino empezó siendo espinoso para el gobierno de Estados Unidos por el bombardeo que Israel condujo sobre instalaciones nucleares, militares y civiles en Irán, país al que acusó de estar enriqueciendo uranio con fines de crear armamento de destrucción masiva. Los ataques selectivos apuntaron a distintos objetivos de Teherán, entre los que estaban las residencias de militares de la Guardia Revolucionaria, así como científicos a cargo del desarrollo del programa nuclear del régimen.

Mientras los dos países con capacidad nuclear intercambiaban ataques con misiles, que resultaron en la muerte de cientos de civiles iraníes y decenas de israelíes, Trump tomó la decisión de bombardear la planta nuclear iraní de Fordo, Natanz e Isfahan, lo que representó un importante retroceso para el programa nuclear del régimen de los ayatollahs. Posteriormente, Teherán aceptó detener las hostilidades, poniendo fin al conflicto que el presidente republicano llamó “la guerra de los doce días”.
La resolución parcial de este conflicto –Irán sigue afirmando que su programa de misiles es “no negociable”, Israel sigue acusándolo de colaborar con sus enemigos- allanó el camino para lograr un acuerdo de paz en la Franja de Gaza, uno de los mayores logros de su administración. Después de despertar suspicacias en la región con su plan de crear “una riviera” en el territorio palestino, logró el apoyo de los países árabes para una segunda iniciativa, que contempla tanto el desarme y disolución del grupo terrorista Hamas como el retiro de las tropas israelíes, paso previo a la creación de un eventual estado palestino.
Aunque el alto al fuego ha sido violado por ataques selectivos de Israel sobre figuras del liderazgo de Hamas en la Franja de Gaza y el avance de las distintas instancias planteadas es desigual, el presidente Trump puede afirmar que su diplomacia ha conducido a un aquietamiento del conflicto que se recrudeció después del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023.
Europa: paz entre Azerbaiyán y Armenia y un rol discutido entre Serbia y Kosovo
La administración del republicano también hizo hincapié en la influencia presidencial sobre una larga lista de sangrientos conflictos en distintas latitudes del mapa mundi. El enfoque utilizado por Trump para lograr ceses de hostilidades fue explicitado por él mismo tras intervenir en las tensiones entre Serbia y Kosovo a mediados de este año: “Estaban a punto de tener una gran guerra, y la frenamos. La frenamos con el comercio. Ellos quieren comerciar con Estados Unidos y yo les dije ‘no vamos a comerciar con quienes vayan a la guerra'”.
Sin embargo, tanto en ese caso como en otros, el rol de Trump ha sido discutido por al menos uno de los lados involucrados. En julio de este año, el presidente de Kosovo, Vjosa Osmani, sostuvo que el republicano había contenido una potencial escalada “de Serbia” en la frontera de su país. En cambio, el mandatario serbio Aleksandar Vučić contradijo sus palabras al afirmar que Serbia no había tenido intenciones bélicas con su vecino balcánico.
Europa también se benefició de la intervención de Trump en el largo conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, que resultó en distintos conflictos bélicos por el control de la zona del Nagorno Karabaj, localizada al interior de Azerbaiyán, pero históricamente poblada por residentes de etnia armenia. Una renovación de las hostilidades emprendida por Bakú entre 2020 y 2023 con una ofensiva rampante sobre su vecino fue saldada con un acuerdo de paz firmado en Washington D.C., que contempla la construcción de una ruta entre los dos países que será llamada “La Ruta Internacional Trump para la Paz y Prosperidad Internacional”, cuyos derechos de desarrollo están garantizados a Estados Unidos por 99 años.
La deuda pendiente sigue siendo la guerra entre Rusia y Ucrania, un conflicto por el que Trump acusó a su antecesor Joe Biden. Luego de un año donde el norteamericano pasó de presionar a Kiev a ejercer más sanciones contra Moscú, la guerra no modificó su ritmo, pero sí parece acercarse a algún tipo de tregua con el reciente avance de las negociaciones mediadas por Estados Unidos.
Asia: de la cuestionada influencia entre India y Pakistán a una frágil paz entre Tailandia y Camboya
Virando hacia Asia, el foco de Trump estuvo en evitar una escalada entre India y Pakistán, dos potencias nucleares, luego del recrudecimiento de la disputa por la región de Cachemira, compartida entre ambos estados y disputada desde 1947. El escalamiento de las tensiones entre ambos países, divididos también por la confesión musulmana del estado pakistaní y la hinduista de Nueva Delhi, se aquietó luego de varios días de intercambio de ataques selectivos.
Trump sostuvo que esta paz momentánea fue alcanzada “tras una larga noche” de discusiones diplomáticas donde el comercio apareció como la principal palanca de negociaciones, aunque una vez más su intervención es disputada por los actores del conflicto. Mientras el primer ministro pakistaní Shehbaz Sharif agradeció al republicano por su “liderazgo y rol proactivo” en la confección del acuerdo de paz, mientras que oficiales indios negaron la intermediación de una tercera parte en la mesa de negociaciones.
Este continente, parte central de la Estrategia de Seguridad Nacional publicada recientemente por su gobierno, estuvo en el foco del gobierno de Estados Unidos a la hora de intermediar en las tensiones fronterizas entre Tailandia y Camboya, que recientemente se reanudaron con escaramuzas entre las dos naciones históricamente antagónicas.
Un acuerdo sellado en octubre durante la conferencia de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN por su sigla en inglés) con la presencia de Donald Trump y Xi Jinping es el principal sostén de la paz en la región. En medio de la reanudación de las hostilidades alrededor de la frontera compartida de más de ochocientos kilómetros, los oficiales de ambos lados acordaron una reunión este 24 de diciembre para volver a la tregua acordada por la administración Trump.
África: Trump declara victorias que no son tan claras en el terreno
En África, el presidente estadounidense celebró avances que son disputados en el territorio. Uno de los conflictos en los que Trump focalizó es la guerra fronteriza entre República Democrática del Congo y Ruanda, que llegaron a un acuerdo firmado en Washington D.C. para poner fin al conflicto que los enfrenta hace casi 30 años.
En concreto, el acuerdo buscaba poner fin a las incursiones de la guerrilla del M23, que controla porciones orientales del territorio congoleño. Estados Unidos y otras naciones han acusado al gobierno ruandés de financiar a este grupo, algo negado por esta nación. Aunque Trump llamó al acuerdo “un triunfo glorioso para la causa de la paz”, restan dudas sobre su sostenibilidad en el tiempo, teniendo en cuenta el largo historial de treguas rotas entre ambos actores. Sin embargo, en este caso, el presidente también prometió inversiones norteamericanas en el este de la RDC en reservas de minerales críticos, entre los que cuentan el oro, el cobre y el litio.

Trump también se arrogó una resolución al conflicto entre Egipto y Etiopía por una represa construida en este último país sobre el Nilo que El Cairo considera lo privará de acceso a las aguas del Nilo. Esta tensión ya había aflorado en el primer mandato del republicano, que supo mostrarse favorable a la soberanía de Egipto sobre sus recursos naturales en detrimento de Addis Abeba.
Aunque el presidente prometió “resolver muy rápido” la tensión entre los dos países, la realidad es que todavía no se firmó un acuerdo que disponga un nuevo marco para su convivencia. Esto deja abierta la puerta a una profundización del conflicto, que sin embargo puede considerarse algo aquietado tras el importante respaldo que Trump le dio a Egipto.
América Latina: la deuda pendiente en resolución de conflictos
La tendencia de la administración republicana a buscar acuerdos de paz que desactiven conflictos en el mundo se ve relativamente contrarrestada por su actuación en su propio hemisferio, donde Estados Unidos retomó una posición de liderazgo y supervisión regional inédita desde la invasión a Panamá en 1989.
Luego de definir el regreso de la “doctrina Monroe” para América Latina, el presidente declaró su oposición al régimen de Nicolás Maduro y lo acusó de ser la cabeza de un narcoestado. Esta aseveración le permitió flexibilizar los criterios del derecho internacional, al considerar que el narcotráfico es un nuevo tipo de terrorismo que debe ser combatido como lo fue Al Qaeda y Estado Islámico en las últimas décadas.

Con este criterio, Estados Unidos reforzó su flota en el Mar Caribe y el este del Océano Pacífico, contabilizando doce buques -entre ellos su mayor portaviones, el USS Gerald Ford-, más de quince mil infantes de marina listos para el despliegue y aeronaves que realizan patrullajes sobre las aguas internacionales cercanas a la costa de Venezuela.
Esta incursión se corporizó en los ataques sobre los más de veinte ataques a embarcaciones pequeñas supuestamente ligadas al narcotráfico, donde ya han muerto más de cien personas cuyas identidades y supuestos vínculos con el narcotráfico no han sido difundidas. Mientras crece el cuestionamiento a este tipo de ataques -señalados por la ONU como “ejecuciones extrajudiciales”, Estados Unidos sumó la incautación de barcos petroleros provenientes de Venezuela, un esfuerzo por secar sus reservas de dinero.
El presidente ha evitado dar definiciones contundentes sobre sus próximos pasos contra el régimen de Nicolás Maduro, azuzando la posibilidad de intervenciones terrestres. En cambio, se ha limitado a decir que los días del jerarca “están contados” y aumentar su presión, que de convertirse en operaciones militares podría contrarrestar su imagen como un “presidente de la paz”.
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