La elección de Alaska como sede de la próxima cumbre entre Putin y Trump reavivó el histórico interés de Rusia con respecto al territorio ártico. Algunos señalan que esta coyuntura alimenta una narrativa de propaganda que presenta a Alaska como “tierra rusa” injustamente arrebatada. Desde la venta de 1867 hasta la actualidad, funcionarios y figuras mediáticas del Kremlin han utilizado el simbolismo de Alaska para proyectar fuerza política. Asimismo, el discurso también busca presionar psicológicamente a Washington y reforzar un relato imperialista ante la opinión pública rusa.
El simbolismo de Alaska en la estrategia del Kremlin
Para el Kremlin, Alaska es mucho más que el estado más septentrional de EE.UU. Es un símbolo de un pasado imperial que la propaganda oficial insiste en mantener vivo. Desde la venta del territorio en 1867 por 7,2 millones de dólares (unos 156 millones actuales), políticos y comunicadores rusos han fomentado teorías sobre una supuesta venta ilegal o incluso un arrendamiento de 99 años nunca devuelto. El relato sirvió para colocar a Alaska junto a Crimea, Polonia o Finlandia en la lista de tierras históricas que, según esta óptica, fueron separadas de Rusia injustamente.

En la antesala de la cumbre Putin-Trump, portavoces y altos cargos rusos han multiplicado las referencias a Alaska. Esta última es presentada como un lugar lógico para el diálogo bilateral por su cercanía geográfica y sus intereses estratégicos en el Ártico. Analistas señalan que este discurso no busca realmente reabrir un conflicto territorial con EE.UU., sino reforzar ante la audiencia interna la imagen de un liderazgo fuerte que negocia en sus propios términos, proyectando presión psicológica hacia Washington.
El origen de un reclamo simbólico
La venta de Alaska por parte de Rusia a Estados Unidos en 1867 marcó un hito en la historia estadounidense y dejó una huella profunda en el imaginario ruso. El acuerdo, negociado por el ministro ruso en Washington, Barón Edouard de Stoeckl, y el secretario de Estado estadounidense William H. Seward, respondió a motivos estratégicos y económicos. Entre ellos, cabe mencionar el fracaso de la Compañía Ruso-Estadounidense, el temor a que el territorio indefenso cayera en manos británicas en caso de guerra y la dificultad de administrar una región lejana y costosa.

Pese a que en su momento sectores de la prensa estadounidense ridiculizaron la compra, esta última se revalorizó con el descubrimiento de oro a finales del siglo XIX. En Rusia, en cambio, la cesión fue vista por los círculos imperialistas como una pérdida irreparable. Esta perspectiva impulsó leyendas sobre supuestos arrendamientos o pagos que nunca se efectuaron. Estas narrativas fueron recicladas por la propaganda contemporánea para reforzar el concepto de las mencionadas tierras históricas que algún día deberían volver a Moscú. Hoy en día, Alaska vuelve a posicionarse como territorio clave, en un contexto donde el mundo posa sus ojos sobre el ártico por su ubicación estratégica y codiciados recursos naturales.
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