La competencia por el control del Ártico se ha convertido en un eje estratégico de las tensiones geopolíticas entre EE.UU., Rusia y China. Mientras el presidente estadounidense Donald Trump insiste en la anexión de Groenlandia por razones de seguridad nacional, Moscú moderniza sus bases militares en el norte helado y Pekín amplía su presencia con rompehielos y patrullas conjuntas. El deshielo de la región y su potencial económico están acelerando una nueva carrera armamentista en uno de los territorios más frágiles del planeta, donde cada movimiento tiene la capacidad de redefinir el equilibrio global.
Groenlandia regresa al centro de la seguridad nacional estadounidense
La intención del presidente Donald Trump de anexar Groenlandia, un territorio autónomo del Reino de Dinamarca con apenas 56.000 habitantes, ha reavivado antiguos intereses estratégicos de EE.UU. en el Ártico. Argumentando razones de “seguridad nacional”, Trump señaló en más de una oportunidad la importancia geopolítica de la isla como bastión clave para la defensa y el control del espacio ártico. Durante la Guerra Fría, EE.UU. ya había establecido en el norte de Groenlandia la base de Thule (hoy Base Espacial Pituffik), donde opera un radar que forma parte fundamental del sistema de alerta temprana de misiles balísticos (BMEWS).

La renovada presión de Washington sobre Groenlandia no solo genera tensiones con Rusia, que ve peligrar su capacidad de disuasión frente al fortalecimiento de la defensa antimisiles estadounidense, sino que también incomoda a Europa, especialmente a Dinamarca, miembro de la OTAN. Declaraciones recientes de Trump insinuando la incorporación de Groenlandia o incluso de Canadá como el “estado 51” de EE.UU. fueron recibidas con indignación por los gobiernos europeos, que temen una fractura dentro de la alianza atlántica si Washington intenta avanzar unilateralmente sobre territorios aliados.
El Ártico como frontera geopolítica y ambiental de Rusia
Si EE.UU. busca proyectar poder en el Ártico a través del control geoestratégico de Groenlandia, Rusia ya opera desde una posición dominante en la región. Con una quinta parte de su territorio dentro del Círculo Polar Ártico, Moscú controla más de la mitad del litoral ártico, alberga las mayores reservas conocidas de recursos naturales en la zona y posee la red de áreas protegidas más extensa del hemisferio norte, conocidas como zapovedniks. No obstante, esa dualidad entre custodio ambiental y potencia militar es cada vez más tensa.

Rusia está modernizando sus bases en el norte, relanzando la actividad en instalaciones como Nagurskoye y desplegando su Flota del Norte desde la península de Kola, sede de sus submarinos nucleares. La creciente importancia de esta flota responde al cierre del Báltico por la expansión de la OTAN, lo que ha hecho del Ártico su nuevo corredor estratégico. Más allá del plano militar, el Ártico es crucial para Rusia desde una perspectiva ambiental, económica y climática. Alberga importantes poblaciones indígenas, ecosistemas únicos y vastas reservas de petróleo, gas y minerales.
Su deshielo acelerado no solo representa una amenaza ecológica global, sino que también abre rutas comerciales clave, como la Ruta del Mar del Norte, que Moscú considera vital para su seguridad energética y su conexión con Asia. Sin embargo, la presión internacional sobre la militarización rusa y las sospechas de que el Kremlin utiliza la protección ambiental como cobertura estratégica generan un nuevo dilema: ¿puede un actor tan central en el Ártico liderar su preservación sin dejar de ser una amenaza geopolítica?
China y Rusia consolidan su vínculo polar con reservas y objetivos dispares
La cooperación sino-rusa en el Ártico avanza, pero está marcada por límites estructurales. Desde la invasión rusa a gran escala de Ucrania en 2022, la relación entre China y Rusia en el Ártico ha cobrado nueva relevancia, ampliándose hacia áreas antes restringidas como la cooperación militar y guardacostas, además del refuerzo en comercio marítimo a lo largo de la Ruta del Mar del Norte. Sin embargo, esta alianza sigue siendo más táctica que estratégica, con límites claros.
Mientras Moscú mantiene el control del ritmo y el alcance de la colaboración, Pekín avanza con una política de inserción selectiva, evitando involucrarse en proyectos que puedan exponerse a sanciones occidentales. La expansión china ha estado mayormente confinada al Ártico ruso, sin presencia significativa en territorios de Canadá o Groenlandia. Cabe recalcar que esto último, de producirse, encendería alarmas en la OTAN, acarreando conflictos considerables para China. Así, aunque ambos países comparten interés en desestabilizar el orden polar actual, también compiten por influencia y acceso a recursos en una región donde sus objetivos no siempre convergen.
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