La guerra en Ucrania también se libra dentro de placas electrónicas de diversos tipos de armamento, como los misiles o los drones que Rusia utiliza en el frente de batalla. Cada vez que un misil ruso impacta sobre una ciudad ucraniana, los equipos forenses recogen restos de carcasas, cables y fragmentos de circuitos para comprender su funcionamiento, aunque han descubierto en múltiples ocasiones que buena parte del poder de fuego ruso descansa en componentes fabricados en Occidente y canalizados, en muchos casos, a través de terceros países como China.

Uno de los episodios más brutales de 2025, el ataque con misil Iskander 9M723 contra un parque infantil en Kryvyi Rih, que dejó una veintena de muertos, entre ellos varios niños, volvió a poner el foco en esta cadena de abastecimiento. El misil, producido en la planta de Vótkinsk, no habría alcanzado semejante precisión sin microcontroladores, chips de memoria y sensores occidentales incorporados en su sistema de guiado y navegación.
Ucrania lleva años desarmando el arsenal ruso para entender de qué está hecho. La inteligencia militar ucraniana (GUR) creó una base de datos pública que, a mediados de diciembre de 2025, ya registraba más de 5.290 componentes extranjeros identificados en 182 tipos de armamento ruso, desde misiles Iskander y Kalibr hasta drones Shahed reutilizados y municiones merodeadoras. La conclusión es que Moscú puede producir fuselajes, motores y explosivos, pero depende de microelectrónica importada para lograr precisión, contramedidas electrónicas y capacidad de evasión frente a defensas aéreas modernas.
China como arteria tecnológica de la maquinaria de guerra rusa
El misil balístico Iskander 9M723 es un buen ejemplo de la convergencia entre industria rusa y microelectrónica extranjera. Se trata de un sistema de corto alcance, móvil, capaz de maniobrar en vuelo, cambiar trayectoria y volar lo suficientemente alto y rápido como para desafiar a muchas defensas aéreas. Pero su precisión no se logra solo con ingeniería rusa, ya que depende de sistemas de guiado, procesadores de señal y otros componentes que, según las investigaciones ucranianas, proceden de empresas occidentales y llegan a Rusia gracias a esquemas de desvío.

En paralelo al debate sobre las empresas occidentales, Kiev y Washington miran cada vez con más atención a Pekín. Según asesores de la presidencia ucraniana, China se ha convertido en una ruta clave para la entrada de componentes extranjeros en el complejo militar ruso, tanto de origen chino como reexportados desde terceros países.
En julio de 2025, Estados Unidos llevó este señalamiento al plano diplomático y lo denunció ante la ONU, acusando a China de haber suministrado en secreto piezas críticas para el programa de misiles rusos destinados a la guerra en Ucrania. Y es que esta realidad trató de evitarse años antes, cuando comenzaron las sanciones occidentales en 2022 para “cerrar el grifo” de tecnologías sensibles hacia Rusia.

Sin embargo, en la práctica, lo que se ha configurado es un mercado gris internacional en el que intermediarios en Asia, Oriente Medio, el Cáucaso o incluso la Unión Europea compran microchips, sensores y FPGA de uso dual y los revenden a empresas pantalla vinculadas al complejo militar ruso. Y si bien las grandes firmas de semiconductores de Estados Unidos y Europa sostienen que dejaron de operar en Rusia en 2022, el problema ya no es solo lo que venden directamente, sino hasta dónde llega su obligación de rastrear y controlar cadenas de distribución complejas, muchas veces a través de mayoristas y revendedores que operan en jurisdicciones diferentes.
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