Las sanciones económicas volvieron a ocupar el centro de la escena desde la invasión rusa a Ucrania, como el tope al precio del petróleo, castigos a bancos y empresas energéticas, bloqueos tecnológicos y persecución a la “flota en la sombra” de buques rusos. Pero, a casi tres años del inicio de la guerra a gran escala, la pregunta persiste: ¿alcanzan estas sanciones para cambiar el curso del conflicto?

Un análisis reciente de especialistas de Brookings confirmó que, efectivamente, las sanciones impactan fuerte en la economía rusa, especialmente en el sector energético. Puntualmente, desde 2022, la arquitectura de sanciones energéticas contra Rusia se apoyó en dos pilares: el embargo europeo al crudo por vía marítima y el tope al precio del petróleo ruso para cualquier operación que use servicios del G7 (seguros, financiación, transporte). A eso se sumaron en 2025 sanciones directas de Washington a grandes petroleras rusas y a casi dos centenares de buques vinculados a la llamada “flota en la sombra”.
El objetivo no era cortar definitivamente las exportaciones rusas porque dispararía los precios globales, pero sí comprimir el margen de ganancia y los ingresos que financian la guerra. Pero Rusia respondió armando una red paralela de buques petroleros con propiedad opaca, seguros dudosos y banderas de conveniencia para esquivar parte de las restricciones.
Sin embargo, estas sanciones no tienen tanto efecto en el plano militar o estratégico, ya que ambos están mediados por un escenario nuevo: Moscú se apoya en rutas alternativas, socios dispuestos a ayudar y mecanismos cada vez más sofisticados para evadir controles. Los datos económicos muestran que las sanciones funcionaron en su primera misión de presionar los ingresos rusos, pero en su segundo objetivo –forzar un cambio de rumbo estratégico en el Kremlin– los resultados son mucho más modestos. Rusia sigue combatiendo, adapta su economía a un “modo guerra” de largo plazo y apuesta a que el cansancio político en Occidente erosione el apoyo a Kiev.
Un instrumento potente, pero no sustituto
Para los expertos de Brooking, las sanciones, por sí solas, rara vez cambian decisiones de guerra de una gran potencia nuclear. Lo que sí hacen es ir encareciendo cada vez más el conflicto, reduciendo márgenes, complicando la modernización militar y acotando la capacidad de sostener operaciones ofensivas de alto costo.

Y si bien consideran difícil trazar una línea directa entre “sanción X” y “avance o retroceso Y” en el campo de batalla, hay mecanismos claros por los que las restricciones económicas condicionan el esfuerzo militar ruso. Por ejemplo, limitan la reposición de componentes críticos para misiles, radares, electrónica y sistemas de mando y control; o encarecen el mantenimiento de la maquinaria de guerra, sobre todo en tecnología de punta. Asimismo, pueden obligar a priorizar frentes y reducir el margen para campañas simultáneas de gran escala, o presionar las finanzas públicas, lo que a su vez encarece los esquemas de reclutamiento pago con los que el Kremlin buscó evitar nuevas movilizaciones masivas.
Nuevamente, las sanciones y sus implicancias no garantizan un freno inmediato de la ofensiva, pero sí hacen más costoso, lento y frágil el proyecto de guerra prolongada de Moscú. Las sanciones, en ese sentido, funcionan más como un desgaste de largo aliento que como un “interruptor” capaz de apagar el conflicto.
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