A menos de un año de su expiración, el tratado New START —último acuerdo vigente de control de armas estratégicas entre Estados Unidos y Rusia— se encuentra en una situación crítica. Su disolución no solo eliminaría los últimos límites formales a los arsenales nucleares de ambas potencias, sino que también marcaría el fin de una era de acuerdos que, durante décadas, buscaron reducir el riesgo de una confrontación nuclear directa.
El tratado firmado en 2010 por Barack Obama y Dmitry Medvedev estableció límites verificables al número de ojivas desplegadas (máximo de 1.550 por país), misiles balísticos intercontinentales (ICBM), lanzadores submarinos (SLBM) y bombarderos estratégicos, además de un sistema robusto de inspecciones e intercambio de datos. Aunque fue prorrogado en 2021 por cinco años, tras la invasión rusa a Ucrania en 2022, Moscú suspendió su participación alegando “medidas de represalia” ante la política occidental.

Desde 2023, Rusia bloqueó el acceso a inspectores estadounidenses, situación que se agravó con el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia y la modificación de su doctrina militar, que ahora contempla el uso de armas nucleares ante agresiones convencionales a gran escala o ataques indirectos respaldados por potencias nucleares.
El desmantelamiento del régimen de control nuclear
La suspensión de Rusia del tratado se suma a un proceso más amplio de desintegración de los acuerdos de control de armas nucleares. Desde los años setenta, ambos países firmaron múltiples tratados —SALT, START, INF, SORT, ABM— que hoy están caducos o abandonados. El retiro de EE.UU. del INF en 2019, la finalización del ABM y la inviabilidad del START II dejaron al New START como el último bastión multilateral vigente.
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2025 agrava las perspectivas de renovación del New START. Durante su primer mandato, Trump ya había rechazado su prórroga y promovió, en cambio, un nuevo esquema que incluyera a China. Ahora, en su segundo mandato, su política exterior ha reafirmado un enfoque unilateral y de baja prioridad hacia los compromisos multilaterales.

A esto se suma la exigencia rusa de incorporar a Francia y al Reino Unido en cualquier futura negociación, en respuesta a las iniciativas como el “paraguas nuclear” europeo propuesto por Emmanuel Macron y el ofrecimiento polaco de albergar armamento nuclear francés. Esta falta de consenso sobre los actores a incorporar obstaculiza cualquier diálogo formal.
En este marco, los intereses técnicos también son divergentes. Washington pretende incluir las armas nucleares no estratégicas rusas, mientras que Moscú demanda la inclusión de sistemas hipersónicos y de defensa como el “Iron Dome” estadounidense.
Las implicancias de la caída del tratado son globales. El temor a un vacío normativo ha incentivado debates en países como Japón, Alemania, Arabia Saudita o Corea del Sur respecto a la necesidad de desarrollar capacidades nucleares propias, ante la percepción de una seguridad colectiva debilitada. El “efecto paraguas” de EE.UU. ya no ofrece garantias.
La expiración del tratado en 2026 sin un sucesor a la vista marcaría la primera vez en más de 50 años que Estados Unidos y Rusia no están sujetos a un acuerdo bilateral de control de armamento estratégico. En un entorno global cada vez más militarizado, eso representa un retroceso alarmante en materia de estabilidad nuclear.
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