¿Maldición o bendición? Muchos académicos se han planteado este interrogante alrededor de las economías en vías de desarrollo con una gran base de recursos naturales. ¿Son el problema los recursos naturales per se o la mala administración de las ganancias obtenidas a través de ellos? 

Autores como Stiglitz (2006) han planteado que estos recursos son un objeto de conflicto, pero al mismo tiempo la fuente de financiación para que el conflicto continúe.  Dentro de esta corriente de pensamiento se plantean al menos tres problemas. En primer lugar, que los países más ricos, junto con las clases políticas más altas de los países subdesarrollados, se apropian de la riqueza pública dentro del imperio de la ley a través de la “sobornización” y la privatización con contratos injustos para con los dueños de los recursos. 

En consecuencia del desorden público, se genera una segunda problemática basada en la poca obtención de ganancias por parte de los Estados. Esto lleva a que los gobiernos puedan invertir cada vez menos en el país; entonces a falta de capital financiero, hay falta de puestos de trabajo y por ende exceso de capital humano nacional.

Sumada a esta injusticia, se nota una tendencia al despilfarro de los pocos beneficios obtenidos por la explotación de los recursos. En épocas de bonanza el gasto público aumenta (aunque como ya mencionamos, no aumenta lo suficiente) y no hay un anticipo a la caída de precios, generando así que los países ahorren poco o nada.  

Un tercer problema, además de la inmoralidad en los contratos y el gasto irresponsable de los frutos que rinden los recursos, es la enfermedad holandesa. Si los países comienzan a exportar mucho de estos recursos naturales, como sucedió con el petróleo en Holanda en la década de los 60´, ingresa un gran flujo de dólares que hacen que se aprecie la moneda de dicho país, por lo que la exportación de esos productos pierde competitividad, y en el caso de los vendedores locales no pueden competir con las importaciones.  

De todos modos, Stiglitz (2006) plantea que el impacto de esta enfermedad se puede mermar con la reducción de la cantidad que dinero que se cambia a dólares, evitando una gran alza del tipo de cambio. De esta forma se podría generar un fondo de estabilización, con el objetivo de utilizarlo en circunstancias de crisis económica o cuando los precios de los recursos bajan y se genera un déficit en la balanza comercial. 

Stiglitz (2006) delinea un plan de acción frente a este problema. Dentro de este plan se plantea crear reformas que disminuyan la contaminación, que las empresas rindan cuentas por la polución y que los países dañados por la misma, que luego deben limpiar lo que los empresarios dejan atrás y no les sirve, se vean recompensados por ese trabajo. Se debe exigir mayor transparencia en cuanto a los contratos, reducir la venta de armas para no aumentar el conflicto por la tenencia y explotación de los recursos, como también aumentar los precios de los mismos y crear certificaciones para que no sea tan fácil sacar del país las riquezas.  

El autor finalmente plantea que, si bien la maldición existe, no es inevitable. Los recursos naturales forman parte de la globalización actual, pero los países subdesarrollados deben exigir un mejor trato y ayuda genuina por parte de los países desarrollados. Sumado a esto, es de gran importancia que se creen instituciones que disminuyan la corrupción, garanticen una buena inversión y cuiden los recursos como patrimonio.  

Dentro de esta corriente de pensamiento, que ve a los recursos como una oportunidad a pesar de los problemas que presentan, podemos encontrar a López (2012). Este autor plantea que la discusión debe centrarse, no en la abundancia de los recursos, sino en la dependencia de los mismos. Esto empeora si el país es monoproductor, ya que se encuentran más vulnerables ante los ciclos de los precios y ante las decisiones de los países a los que se venden las materias. El autor demuestra que, en un periodo entre 1980-2000, la relación entre dependencia de los recursos y crecimiento económico es negativa basado en el deterioro de los términos de intercambio.  

En general, los países subdesarrollados como los de América del Sur, carecen de capacidad científico-tecnológica y del capital humano necesario para incorporar valor agregado a los recursos. Esto difiere de países como Suecia o Dinamarca que basaron su crecimiento en actividades intensivas en recursos naturales y tienen un gran crecimiento económico debido a su inversión en investigación y desarrollo.  

Esto quiere decir que no hay evidencia concluyente que sugiera que la industria sea superior a la actividad primaria, en cuanto a la presencia o no de ciertos factores que suponemos que contribuyen positivamente al crecimiento en el largo plazo. Sin embargo, hay coincidencia en que la explotación de recursos naturales puede ser positiva para el crecimiento sólo si se avanza en la incorporación y generación de tecnología, la diferenciación de productos, el procesamiento local, la difusión de encadenamientos, etc., ya que todas estas características estuvieron detrás de las experiencias exitosas de crecimiento, no sólo de países con abundantes de recursos, sino también de aquellos países donde estos son escasos, como Japón y Singapur.

En suma, podríamos decir que, si hay países que sufren la abundancia de recursos naturales como una “maldición”, el hecho de que para otros represente en cambio una “bendición” hace evidente que el problema no puede estar en las peculiaridades de esos bienes per se, sino en el modo en que cada sociedad logra organizar su explotación. De todos modos, si bien una alta dotación de recursos naturales no es sinónimo de mala suerte, tampoco los países han logrado en general traducir esa mayor riqueza en un mejor desempeño económico.  

De esta manera, la pregunta que surge es: ¿qué factores convierten a la abundancia de recursos naturales en una “maldición”? Según López (2012), que exista una tendencia declinante de los términos de intercambio de los productores de materias primas. Segundo, la especialización en unos pocos productos primarios pone a la economía en una situación más vulnerable frente a shocks externos. Tercero, la tendencia a la apreciación cambiaria que genera cambios en la estructura económica que pueden no ser beneficiosos para la productividad agregada. Y cuarto, la apreciación real que aumenta la vulnerabilidad externa y los costos reales de un freno repentino. 

En base a los puntos anteriores podemos pasar a analizar a autores tales como Prebisch-Singer que debido a la “maldición” que apareja a la abundancia de recursos naturales, su explotación y exportación, consideran que la industrialización es la única vía hacia el desarrollo. Esto se debe a que la expectativa de los precios de materias primas no presenta grandes variaciones, a diferencia de las manufacturas que cada vez tienen mayor valor. La respuesta frente al problema del deterioro de los términos de intercambio es industrializarse.  

Para la corriente más dura de los estructuralistas, existe un centro y una periferia. Cualquier relación con el centro genera una extracción de riquezas que lo único que hace es empobrecer a la periferia. 

De esta manera, la solución sería sustituir los productos naturales por productos artificiales y sintéticos tal como se hizo en el sudeste asiático en los 70´ donde el desarrollo industrial fue clave para el despegue económico. 

Por su parte, Maristella Svampa (2013) coincide en que es necesario modificar la configuración extractivista sobre la cual está basado el crecimiento económico. Las razones expuestas por la autora tienen un tinte ambientalista, ya que se centra en los conflictos socioambientales desencadenados por la explotación de recursos naturales. El análisis se basa en que los grupos indígenas junto con organizaciones internacionales, buscan resignificar la visión sobre los bienes naturales como algo que posee la comunidad y estamos destruyendo, por lo que es menester modificar la forma en que se extraen estos recursos. Se plantea así la búsqueda de un “desarrollo alternativo” acompañado de políticas públicas que lleve hacia una transición de la forma en que estamos manejando la explotación de los recursos y tomar consciencia del daño que se está generando a la buena calidad de vida y al medio ambiente.  

En síntesis, parece existir un consenso entre los pensadores que analizan la “maldición” de los recursos naturales, de que la abundancia de los mismos plantean un problema con relación al deterioro de sus precios, la enfermedad holandesa, sus externalidades positivas y negativas, la dependencia de los mismos etc. Pero al mismo tiempo el camino a seguir frente a esta problemática difiere, porque algunos creen que con ciertos mecanismos de política macroeconómica ésta maldición podría ser una bendición, mientras que otros aseguran que este problema debe ser resuelto con un cambio total de estructura hacia la industrialización, o un desarrollo alternativo.  

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Sol Lanzieri Rodríguez
Estudiante avanzada de Relaciones Internacionales con beca de la Universidad Torcuato Di Tella.

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