Por Dylan Bokler, miembro del Grupo de Jóvenes Investigadores IRI 

El 23 de Abril de 2021 el líder más importante de la oposición rusa, el activista Alekséi Navalni, dio por finalizada la huelga de hambre que había iniciado a fines del mes de marzo en protesta a la negativa de los funcionarios de la Colonia Penal de Pokrov a proporciónale una atención médica adecuada. 

El político oriundo de Butýn se encuentra detenido desde principios del corriente año. En enero llegó al aeropuerto de la capital rusa tras meses de tratamiento en Alemania debido al envenanamiento que sufrió en Agosto de 2020. Unos días después, un Tribunal de Moscú lo condena a dos años y medio de prisión por violar los términos de la libertad condicional que tenía desde 2014 dando paso a protestas multitudinarias en las principales ciudades del país. 

Las manifestaciones en favor de Navalni fueron brutalmente reprimidas por las fuerzas de seguridad del estado, muchas organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch denunciaron las detenciones arbitrarias e injustificadas por parte del aparato policial ruso. En diciembre de 2020 la Duma había pasado un paquete de leyes que endurecían las multas y los castigos a los ciudadanos que participaran en eventos no autorizados, restringiendo el derecho a la protesta que ya se encontraba ampliamente limitado.

Aun así, a pesar de un decaimiento de la popularidad del jefe de estado ruso, no parece que Rusia Unida, el partido hegemónico nacional, desde la dimisión de Yeltsin, vaya a dejar al poder en el corto o mediano plazo. Es tal el enraizamiento territorial, social y económico del entramado político de Vladimir Putin, y sus socios, que en el referéndum constitucional del año pasado logro aprobar una serie de medidas para no solo perpetuarse en el poder sino también para continuar reformando las leyes fundamentales del estado a su imagen y semejanza.

En Rusia ha habido importantes manifestaciones a lo largo de los años, sobre todo desde el regreso de Putin a la presidencia en 2012, pero aun así las perspectivas por lograr algún tipo de fortalecimiento democrático son escasas. Al contrario que en otros naciones donde las protestas multitudinarias no tenían un líder claro ni una organización politica establecida, el liderazgo de Navalni como baluarte de la oposición ha sido indiscutido desde 2013 cuando queda en segundo lugar en las elecciones a la intendencia de Moscú. Incluso teniendo un liderazgo de estas características el campo electoral no se ha ampliado, Putin parece ser inamovible.

Un caso similar es el de su vecino Bielorrusia donde las protestas masivas contra Alexander Lukashenko, tras su cuestionada victoria en las elecciones presidenciales de 2020, llegaron a las principales portadas de los diarios internacionales. Miles de bielorrusos salieron a las calles exigiendo transparencia, democracia y libertad de expresión en una nación que se encuentra gobernada bajo mano de hierro hace décadas por el mismo personaje. De la movilización ciudadana también salieron liderazgos como el de Svetlana Tijanóvskaya, que tras el encarcelamiento de su marido se volvió la máxima figura de oposición a Lukashenko. Esta tuvo que exiliarse debido a las amenazas dirigidas a su familia y desde entonces se ha encargado de representar la causa bielorrusa en occidente. Pero hasta el día de la fecha Tijanóvskaya continua en el extranjero, las manifestaciones han menguado y Lukashenko sigue aferrándose al poder.

Los casos de Navalni y Tijanóvskaya presentan numerosas similitudes, ambos lideres políticos han tenido momentos de popularidad y reconocimiento en su país, y en el occidente, que se terminaron viendo opacados por el poder oficialista debido a su manejo discrecional de las fuerzas de seguridad a la hora de reprimir las manifestaciones opositoras y su convivencia con un sistema judicial que carece autonomía, siendole únicamente leal a los intereses del partido gobernante.

Treinta años después de la desintegración de la Unión Soviética, con excepciones, la mayor parte de sus republicas constitutivas, ahora independientes, continúan teniendo un sistema autocrático donde los caudillismos, la corrupción y la centralización del poder atentan contra las perspectivas de transformación democrática. 

Dylan Bokler: Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL). Maestrando en Gobernanza y Derechos Humanos (UAM). 

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