Cuando parecía que no había forma de sumarle incertidumbre al devenir político estadounidense, Trump da positivo de Covid-19. En este punto, es imposible predecir con certeza como afectará este nuevo factor en la opinión pública, existe la posibilidad de que esto mejore su percepción, o tal vez no produzca ningún cambio sustantivo.

Lo cierto es que, con el presidente infectado, la pandemia dominará la agenda mediática a unas pocas semanas de la contienda electoral, algo que Trump buscó evitar por todos los medios, agitando los fantasmas de la anarquía, en el marco de las protestas por la igualdad de derechos, y asociando a sus contrincantes con la venida del socialismo.  

Ya las incertezas abundaban, particularmente teniendo en cuenta la complejidad del sistema electoral de EE.UU., que complejiza aún más la situación.

Algo importante a tener en cuenta es que, en EE.UU., el voto no solo es voluntario, sino que, además, quienes deseen participar del proceso electoral, deben registrarse con anterioridad a cada elección. Por regla general la participación electoral es baja (menos del 60%), en comparación con otros países de la OCDE (70% en promedio). A esto hay que sumarle el sostenido descenso de esta variable, pasando del 64% en 2008, cifra récord, al 53.6% en 2012 y 55% en 2016. Habrá que esperar a ver si estos números se revierten.

La participación (o no) de los indecisos será un factor fundamental. En promedio representan a un 40% de los adultos en capacidad de votar, pero su compromiso a hacerlo puede variar.

Por aquello mismo, y dentro de un marco de creciente polarización y desencanto, puede verse como el discurso de los candidatos y sus allegados, tiende a radicalizarse y dirigirse a sus prodestinatarios, es decir ese voto que ya es propio, pero que deben asegurarse concurrencia a las urnas.

Fuente: Jim Watson/ AFP

En el caso de las elecciones del 2020, la estrategia elegida es batallar por empujar a los propios votantes a participar, desalentar a los del oponente y marginar a los indecisos, cuyo interés por dirigirse a las casillas de votación puede verse mermado, en particular en un contexto de pandemia.

Otro aspecto que debemos recordar es que, en el sistema electoral estadounidense, el presidente no es elegido por voto directo, sino por un colegio electoral compuesto por los representantes de cada Estado.  Con excepción de Nebraska y Maine, en el resto de 48 Estados quien obtiene la mayoría se hace con la totalidad de los postulantes al colegio electoral. De allí el fenómeno, acaecido en las elecciones del 2000 y 2016, que los candidatos que ganaron el voto popular, Al Gore y Hillary Clinton, llegaran al número de electores necesarios para hacerse con la Casa Blanca. Lo importante no es ganar en el total del electorado, sino en los estados bisagra.

Esta no es la única critica realizada al colegio electoral. Por la distribución de los escaños, algunos Estados con menor población, en general rurales y conservadores, se ven sobrerrepresentados, con lo que se favorece el caudal republicano.

En total son elegidos 538 electores, de los cuales 435 son representantes, 100 son senadores (dos por cada Estado), y 3 electores por el Distrito de Washington. Para imponerse, un candidato debe hacerse con 270 de estos.

Resultados de las elecciones del 2016 por Estado y partido. Fuente: Real Clear Politics

Juego de márgenes

Esta singularidad, hace que el esfuerzo de campaña se centre en los estados que tienden a cambiar su postura y tengan más electores, contribuyendo al recuento final. Este año, el gasto reportado por ambos equipos de campaña deja en claro donde está dirigido el foco: 6 estados, Florida, Pennsylvania, Carolina del Norte, Michigan, Wisconsin y Arizona, concentran el grueso del presupuesto de campaña de Biden (90% del total) y de Trump (78%).

En Florida, dos factores son fundamentales, los latinos y la comunidad de retirados. En 2016, Hillary lo hizo mejor con los primeros que con los segundos, quienes se volcaron hacia Trump. Si bien este último se hizo con el distrito, lo logró con una victoria ajustada, por solo 1.2%.  “El secreto de Florida ahora es que es un juego de márgenes”, dijo Gwen Graham, una veterana de numerosas campañas en este crucial distrito.

De aquí podemos entender la relevancia de maniobras como la decisión de la Cámara Federal de Apelaciones, que impidió que más de 770.000 exconvictos, en su mayoría demócratas, puedan registrarse para votar sin antes pagar sus tasas judiciales.

Los votantes latinos son otra constante fuente de preocupación para cualquier aspirante a ocupar el Despacho Oval. En Florida, este se ha caracterizado históricamente por la predominancia de los cubanoestadounidenses, mejor integrados y más conservadores. Pero en los años recientes esta brecha se ha acortado. Pasaron de ser una holgada mayoría, a representar al 51% de la población latina de Florida. Sin embargo, los sondeos muestran un menor desempeño de Biden frente a este grupo, 16 puntos porcentuales por encima de Trump, pero 11 por debajo los que obtuvo Hillary en las elecciones de 2016.

Un letrero se mantiene fuera de un colegio electoral desierto durante las elecciones primarias de Florida en el ayuntamiento de Miami Beach en Miami (EE.UU.), el 17 de marzo de 2020. (Foto de CHANDAN KHANNA/AFP vía Getty Images)

Respecto a la población de adultos mayores (65 años o más), en los anteriores comicios presidenciales, Trump se impuso por 17% en dicho segmento, mientras que hoy es superado por su rival demócrata, aunque sea solo por un punto.  Parte de este cambio deviene del manejo que el mandatario ha tenido sobre la crisis del Covid-19, que golpeo con fuerza en Florida. Es entre ellos que puede resultar decisivo el voto por correo.

Este mismo es otra de las particularidades del sistema electoral de EEUU, que comenzó a utilizarse durante la guerra Civil, cundo miles de jóvenes se encontraban en el frente. El mismo se descontinuó luego de finalizado el conflicto, por temor al fraude. Pero la instauración del voto secreto lo volvió a hacerlo factible, evitando las presiones partidarias y haciendo más accesible la participación electoral en un país que estaba en plena expansión hacia el oeste.

Actualmente, cada estado tiene su propia forma de llevarlo a cabo. Algunos lo hacen irrestrictamente, otros requieren una justificación por enfermedad o por servir en el ejército o solo habilitan la boleta si el elector la solicita. Estados estratégicos como Pensilvania, Florida y Ohio dirigen la boleta a quien la requiera, pero sin necesidad de una justificación.

Se espera que numerosos estadounidenses recurran al voto postal en las presidenciales del 3 de noviembre, a través del servicio de correos federal, el USPS. (ARCHIVO/AP)

El marco de pandemia, combinado con que los demócratas suelen ganar en el voto por correo, generó un nuevo campo de disputa. En Pensilvania, un crucial estado péndulo en el que Trump se impuso por escaso margen en 2016 y en el que hoy se pronostica una holgada victoria de Biden, la Corte Suprema aprobó extender el escrutinio hasta el día 6 de noviembre, lo que levantó las furibundas críticas de los republicanos, quienes lo denunciaron como una posible herramienta de fraude.

Pensilvania es un claro ejemplo de las condiciones en las que se dio la victoria de Trump. Un estado de mayoría blanca, más del 80% de la población, parte del desgastado cordón industrial, golpeado por el proceso de globalización y que también alberga una importante actividad minera.

 A pesar de haber tendido a inclinarse por candidatos demócratas, y de que los sondeos del 2016 auguraban el triunfo de Clinton (por 1.9), Trump logró imponerse, aunque fuese solo por 0.7 puntos. Hoy las encuestas le dan una ventaja a Biden de 6.5%, aumentando la brecha de casi 4% que tenía a fines de septiembre, pero tendremos que esperar hasta noviembre para saber si estos aciertan.

Fuente: EFE

Algo similar ocurre en Michigan, donde la esperada victoria de Hillay por 3.4 puntos se convirtió en un reñido triunfo republicano por 0.3. Hoy se prevén 5.2% de ventaja para Biden.

Entre tanto, continuará la disputa por el voto por correo. Mientras los republicanos apelan a la Corte Suprema nacional para evitar la extensión de los plazos para recibir y contar las boletas, los demócratas habilitan buzones para alentar a quienes deseen sufragar por este mecanismo.

Si, finalmente, un gran caudal de votantes recurre a este método, probablemente no sepamos quien será el próximo inquilino de la Casa Blanca hasta varios días después del cierre de los comicios. Esto puede combinarse con denuncias de fraude, inferidas por el propio presidente y sus partidarios, como lo han hecho a lo largo de toda la campaña, y más allá.  Una mezcla explosiva.

Si bien los expertos aseguran que el sistema es seguro, además de que ya se ha visto puesto a prueba lo suficiente como para comprobarlo, es probable que estas advertencias caigan en saco roto. El  riesgo se pone en relieve cuando consideramos el cierre de Trump durante el primer debate presidencial, donde instó a sus partidarios a estar atentos a cualquier manipulación, y profirió sin dudarlo “they cheat”.

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