- La Unión Europea (UE) trabaja con el objetivo de enero como nueva ventana para la firma del acuerdo con el Mercosur, tras la decisión de posponerlo.
- En su discurso, el presidente argentino Javier Milei cuestionó el rumbo del bloque, habló de “burocracia” y pidió reformas para habilitar mayor apertura comercial.
- La cumbre quedó atravesada por Venezuela, con Lula advirtiendo sobre el costo humanitario de una salida militar externa.

La cumbre de jefes de Estado del Mercosur en Foz de Iguazú llegó con un dato que condicionó todo el tono político: la firma del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea no ocurrió y la discusión se reordenó alrededor de una nueva fecha tentativa para enero. En ese marco, la reunión terminó funcionando menos como “foto de anuncio” y más como un escenario para exponer diferencias, fijar posiciones y marcar agenda hacia el próximo semestre.
Acuerdo UE–Mercosur: enero como nueva apuesta
La postergación no se explicó por un único factor, sino por el cruce de presiones políticas internas en Europa y demandas adicionales para blindar sectores sensibles. Francia e Italia empujaron el freno y pidieron más garantías para el agro europeo, mientras la Comisión Europea buscó mantener vivo el cronograma sin romper el equilibrio entre capitales. El resultado fue un nuevo corrimiento del calendario, con el objetivo de cerrar “unas semanas más” de negociación política y técnica antes de la firma
En paralelo, el malestar del agro europeo se expresó con protestas visibles en Bruselas, donde el rechazo al acuerdo se convirtió en un elemento de presión adicional sobre los gobiernos. Esa resistencia suele concentrarse en productos como carne y otras exportaciones sudamericanas, que parte del sector interpreta como competencia “barata” o con estándares distintos. Con ese clima, el acuerdo quedó atado a nuevas salvaguardas y a la capacidad de Bruselas de ordenar mayorías en su propio frente interno.

Milei: crítica al bloque y pedido de reformas
En su intervención, Javier Milei llevó al centro un diagnóstico duro sobre el Mercosur y lo presentó como un esquema que no cumplió sus objetivos fundacionales. Sostuvo que “no hay mercado común” y apuntó contra una estructura burocrática “sobredimensionada e ineficaz”, además de insistir en que el bloque necesita una reforma que reduzca costos y habilite mayor dinamismo comercial. En esa línea, defendió la flexibilización como un activo y la planteó como condición para que la integración deje de ser un freno y vuelva a operar como plataforma de crecimiento.
El punto económico no fue aislado: Milei lo conectó con el estancamiento de negociaciones largas —como la europea— y lo usó para reforzar el argumento de que la región no debería seguir atada a discusiones interminables. También enmarcó el debate en términos de competitividad, cadenas de valor y aprovechamiento de activos estratégicos regionales, desde energía hasta alimentos y minerales críticos. La señal política fue clara: Argentina quiere empujar un Mercosur con menos rigidez y con margen para acelerar acuerdos.
La discusión regional también tuvo un capítulo inevitable sobre Venezuela. Lula advirtió que una intervención armada externa podría derivar en una “catástrofe humanitaria” y encendió una alerta sobre el precedente que eso implicaría para Sudamérica. Milei, por su parte, insistió en una condena más dura al gobierno de Nicolás Maduro y volvió a reclamar por la situación del gendarme argentino Nahuel Gallo, incorporando ese tema al paquete político del encuentro.
Además, Milei reiteró el reclamo por Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, ubicándolo dentro del lenguaje tradicional del bloque cuando se habla de soberanía y posiciones regionales. En la previa, la agenda de cancillería también había girado alrededor de cómo modernizar el Mercosur y sostener el frente diplomático sobre los temas que Argentina busca instalar como prioritarios. El resultado fue una cumbre con menos anuncios comerciales, pero con más contenido político explícito.
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