La llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford al Caribe convirtió lo que comenzó como una operación contra el narcotráfico, en una demostración de poder militar con claros efectos políticos sobre el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. El despliegue del Ford y su grupo de ataque -destructores, cruceros, submarinos y un componente aéreo capaz de sostener operaciones de combate prolongadas- marca un salto cualitativo respecto de los ocho buques, un submarino y unos 4.000 efectivos que ya operaban frente a Venezuela desde agosto.

En ese marco, la administración Trump vinculó públicamente su estrategia a la lucha contra el narcotráfico, tras más de 75 muertos en ataques a embarcaciones supuestamente ligadas a redes criminales, mientras advierte que los “días de Maduro están contados”, abriendo la puerta a una campaña más amplia contra activos del chavismo y su entramado ilícito.
Desde el punto de vista operacional, el traslado del Ford desde otros teatros al Caribe se apoya en una lógica de “rotación global” de los grupos de portaaviones. Ese movimiento exige una planificación milimétrica que incluye definición de rutas de tránsito seguras, escalas logísticas, escoltas antisubmarinas, ventanas de reabastecimiento y coordinación con mandos regionales para que el grupo mantenga su capacidad de defensa aérea y de ataque en todo momento. A diferencia de otras misiones más acotadas, el despliegue actual combina tránsito estratégico de largo alcance con la expectativa explícita de poder ejecutar ataques de precisión desde el mar contra infraestructura en Venezuela, sin necesidad de introducir grandes unidades terrestres.
Cabe recordar que Washington ya autorizó operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela y que el Congreso fue notificado de un “conflicto armado no internacional” contra organizaciones designadas como terroristas, lo que habilita una articulación más estrecha entre fuerzas armadas, agencias de inteligencia y organismos de seguridad interna estadounidenses. Al mismo tiempo, el cierre de facto del espacio aéreo sobre y alrededor de Venezuela, junto con la presencia de bombarderos estratégicos y aeronaves de apoyo, coloca a la operación en un formato claramente conjunto, en el que la Marina es la columna vertebral, pero no el único actor relevante.
Implicancias regionales del despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford
La dimensión regional obliga a sumar un tercer nivel de coordinación, tal como es el diplomático-militar con países del Caribe y América Latina. La intensificación de patrullas, sobrevuelos y ejercicios navales en un área donde normalmente operan solo dos o tres buques estadounidenses agrava las preocupaciones de los vecinos de Venezuela sobre soberanía, derecho internacional y estabilidad política.
Algunos gobiernos -como Colombia o México- ya cuestionaron la legitimidad de ataques contra embarcaciones en aguas internacionales, alertando sobre posibles violaciones a convenciones marítimas y el riesgo de que se sienten precedentes peligrosos. Al mismo tiempo, maniobras con marinas aliadas -como República Dominicana o Puerto Rico- y acuerdos de cooperación permiten a Estados Unidos asegurar corredores logísticos, acceso a puertos y espacios aéreos, y compartir inteligencia sobre rutas del narcotráfico, al precio de involucrar a esos países en una operación que muchos perciben como instrumento de presión para un cambio de régimen en Caracas.

En este sentido, el arribo del USS Gerald R. Ford volvió a poner en primer plano la histórica presión estadounidense sobre América Latina, una continuidad que se remonta a la Doctrina Monroe de 1823. El despliegue actual, presentado como parte de la operación “Lanza del Sur”, se interpreta como un gesto político contundente en un contexto de tensión creciente.
Esta lógica reactualiza un largo historial de intervenciones que va desde las “guerras bananeras” de principios del siglo XX hasta las operaciones encubiertas de la Guerra Fría, pasando por el breve intento de desmarque de la era Obama. Bajo la administración Trump, la idea de “América para los estadounidenses” volvió a tomar fuerza, ahora con China como rival estratégico declarado.
¿Estados Unidos está preparado para pagar el costo del conflicto con Venezuela?
La lectura desde Caracas combina reconocimiento de la asimetría con una apuesta a la guerra de desgaste. Ante la imposibilidad de sostener una defensa convencional, Maduro habría impulsado un plan nacional de guerra de guerrillas y sabotaje interno para “anarquizar” el país en caso de invasión, apoyado en milicias, simpatizantes armados e inteligencia territorial. Ese escenario convertiría cualquier operación terrestre en un conflicto prolongado, de alto costo político para Washington, lo que refuerza la lógica de utilizar al portaaviones principalmente como herramienta de disuasión, coerción y ataques selectivos, antes que como preludio inmediato de una ocupación.

Lo cierto es que el dilema estratégico, por tanto, se reduce a cuánto está dispuesto Estados Unidos a pagar —en recursos, legitimidad y estabilidad regional— por convertir esta demostración de fuerza en una intervención abierta, en un Caribe donde cada movimiento del portaaviones reconfigura el mapa de poder.
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De interés persona a fin de apliar cono cimiento sobre relaciones internacionales; so bre la ( Paz Mundial) ; del mundo libre con quienes no lo son.