El cielo de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) vuelve a estar en el centro del debate luego que un avión espía ruso fuera avistado en el Mar Báltico y escoltado fuera de la jurisdicción por aviones de la Fuerza Aérea de Polonia.
Hay que recordar que este cuerpo de agua está rodeado por países de la alianza -Dinamarca, Alemania, Polonia, Lituania, Letonia, Suecia, Finlandia, Estonia- pero también tiene una constante presencia rusa por el enclave de Kaliningrado, uno de los óblast de la Federación Rusa que está entre Polonia y Lituania, desconectado del territorio principal del país euroasiático pero conectado por esta vía marítima.
Según informó el Comando Operacional de las Fuerzas Armadas de Polonia en un comunicado, el avistamiento de la nave espía se produjo este martes, cuando un par de cazas MiG-29 de su Fuerza Aérea “interceptaron, identificaron visualmente y escoltaron con éxito fuera del área de responsabilidad un avión de la Federación de Rusia que volaba sobre el Mar Báltico”. El avión ruso era un Il-20, según informa esta fuente, “que realizaba una misión de reconocimiento en espacio aéreo internacional, sin un plan de vuelo presentado y con el transpondedor apagado”.
La aeronave no entró el territorio aéreo polaco, ni tampoco hay indicios de que este fuera su objetivo. En todo caso, desde la unidad castrense destacaron “la alta preparación para el combate, la profesionalidad de los pilotos y el eficiente funcionamiento del sistema de defensa aérea”, que permitieron llevar adelante las operaciones “de forma rápida, eficaz y segura”. “Proteger el cielo polaco no es sólo un deber, sino también una misión diaria de los soldados”, concluyeron.
La puja geopolítica entre Rusia y la OTAN en el Báltico
La amenaza más reciente para los países de la OTAN tiene la forma difusa de la guerra híbrida y parece venir de Rusia, por lo que Europa se prepara para confrontar con Moscú en la extensa línea de su frontera, donde el Mar Báltico tiene un rol protagónico.
Fuentes militares aliadas confirmaron que, debido al desgaste que experimenta su flota por la guerra en Ucrania, Moscú se ve forzado a redirigir recursos navales para proteger su propio tráfico marítimo en el Mar Báltico, en detrimento de otras áreas estratégicas como el Mediterráneo y el Mar Negro. El fenómeno se atribuye al impacto de Baltic Sentry, una operación marítima permanente de la OTAN que combina vigilancia reforzada, patrullas y control de rutas críticas en el flanco noreste de la Alianza.

La situación en el Báltico, como se mencionó, se retroalimenta con el frente ucraniano: sin control pleno del Mar Negro, Rusia enfrenta limitaciones crecientes de movilidad naval. Ya no puede transferir unidades libremente entre teatros de operaciones ni sostener una presencia relevante en el Mediterráneo oriental.
La vigilancia aliada constante en este cuerpo de agua obliga a Rusia a mantener escoltas navales para su propia logística, una señal de degradación estratégica: una fuerza que protege rutas propias pierde capacidad para proyectar poder fuera de su perímetro inmediato. La OTAN confirmó además que la actividad de la “flota oscura” rusa —buques que operan con transponders apagados o cambio de bandera para evadir sanciones— se redujo significativamente por el incremento del patrullaje aliado y las comunicaciones de advertencia a buques sospechosos.

El escenario actual confirma una tendencia: el Báltico se transformó en el teatro marítimo más activo de Europa desde la Guerra Fría. Rusia busca evitar la pérdida absoluta de control en su frontera naval occidental, mientras la OTAN consolida un cerco marítimo defensivo que limita la libertad de acción rusa.
El conflicto por la seguridad marítima ya no se limita a buques y fragatas: ahora incluye guerra híbrida, sabotaje submarino, tecnologías no tripuladas y operaciones logísticas bajo presión. El dominio del Báltico ya no se mide solo en tonelaje naval, sino en capacidad de vigilancia, resiliencia estratégica y control de información marítima.
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