En un frente cada vez más estancado, Ucrania ha definido una nueva estrategia: llevar la guerra al interior del territorio ruso. Misiles y drones de largo alcance han comenzado a atacar refinerías, fábricas, puertos y líneas ferroviarias en el corazón industrial de Rusia, con el objetivo de presionar al Kremlin a negociar.
El cambio táctico ocurre en un momento de bloqueo diplomático: las conversaciones impulsadas por la administración Trump permanecen paralizadas desde agosto, cuando Moscú rechazó un alto el fuego.
“Sanciones de largo alcance”
El presidente Volodímir Zelenski ha descrito la ofensiva como una forma de “sanciones de largo alcance”, destinada a golpear la economía rusa y trasladar los costos de la guerra a su población civil.
“Putin ha rechazado todas las propuestas de paz, nuestras y de Estados Unidos. Por lo tanto, es justo que Rusia cargue con el costo total de esta guerra”, declaró Zelenski en un reciente mensaje televisado.
Con esta estrategia, Kiev busca erosionar el aparato económico que sostiene el esfuerzo bélico ruso y, al mismo tiempo, estimular el descontento interno dentro de una sociedad hasta ahora controlada por la censura y la propaganda estatal.

Drones y misiles de fabricación nacional
Ucrania ha desplegado una nueva generación de armamento de largo alcance, entre ellos los misiles Flamingo y Neptune, y drones de ataque como el Furious y el Beaver.
El Flamingo, desarrollado por ingenieros ucranianos, tiene un alcance estimado de 1.800 millas (2.900 kilómetros), suficiente para alcanzar los Urales. El Neptune, originalmente un misil antibuque, fue adaptado para atacar objetivos terrestres estratégicos.
Fabricados con componentes accesibles —plástico, fibra de carbono y cartón—, los drones ucranianos son capaces de volar más de 1.000 kilómetros y penetrar el espacio aéreo ruso pese a sus sistemas antiaéreos.
Energía: el nuevo campo de batalla
Los ataques se concentran en refinerías y centros logísticos del oeste de Rusia, considerados puntos neurálgicos de su economía. La destrucción de instalaciones petroleras ha generado escasez de combustible en varias regiones y un impacto psicológico visible: columnas de humo y explosiones que se observan desde kilómetros a la redonda.

Para Kiev, estas operaciones buscan establecer una “paridad del dolor”: detener los bombardeos rusos sobre ciudades ucranianas a cambio de un alto al fuego recíproco.
Trump y la diplomacia del equilibrio
El presidente estadounidense Donald Trump ha mantenido una posición ambigua. Aunque ha elogiado los ataques ucranianos —afirmando que “es imposible ganar una guerra sin atacar al país invasor”—, también ha advertido que el envío de misiles Tomahawk a Ucrania representaría “una nueva etapa de escalada”.
Trump evalúa condicionar esa transferencia como instrumento de presión diplomática sobre Moscú, en el marco de su propuesta de paz. Ucrania, por su parte, ha buscado mostrar plena cooperación con Washington, incluso ofreciendo prioridad a empresas estadounidenses en futuros contratos mineros y de reconstrucción postguerra.
Un equilibrio delicado
Para Moscú, los ataques en profundidad confirman la participación indirecta de Estados Unidos. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, advirtió que “el uso de misiles de largo alcance por parte de Ucrania marca un momento dramático y eleva el riesgo de un enfrentamiento directo”.
Sin embargo, en Kiev la interpretación es opuesta: solo cuando Rusia sienta el costo real del conflicto estará dispuesta a negociar. En palabras de un alto funcionario ucraniano: “No buscamos escalar, buscamos que Moscú comprenda que la guerra también tiene precio para ellos”.
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