Una reciente encuesta del Levada Center mostró que el 57% de los ciudadanos en Rusia dicen sentirse satisfechos con su vida, pese a los más de tres años de guerra en Ucrania, la represión política y la creciente censura cultural. Este aparente aumento de la felicidad refleja menos una mejora real en las condiciones de vida y más una estrategia de supervivencia de una sociedad sometida al discurso oficial de Vladimir Putin, donde la apatía, la adaptación y el consumo de ansiolíticos se convierten en formas de resistencia silenciosa.
La normalización del conflicto
Tras las protestas masivas de 2022 contra la invasión, rápidamente sofocadas por el Kremlin, la sociedad rusa se replegó hacia un estado de apatía y aceptación. La represión incluyó la prohibición de medios críticos, el encarcelamiento de activistas y la expansión de la lista de “agentes extranjeros” a más de mil personas y organizaciones. En este entorno, la felicidad expresada en encuestas parece menos un reflejo emocional genuino que una adaptación defensiva frente a la vigilancia y el temor a la delación.

La vida “normal” se sostiene bajo una superficie de simulacros culturales y consumistas. Aunque el Kremlin insiste en rechazar los valores occidentales, los locales rusos continúan reproduciendo la estética de marcas globales como H&M o Uniqlo, mientras restaurantes y cines apenas se distinguen de los tiempos previos a la guerra. Incluso la nueva aplicación de mensajería nacional, diseñada para reemplazar a WhatsApp o Signal, se construyó con códigos extranjeros y lleva un nombre en inglés: MAX. Esta paradoja revela cómo el relato de Putin sobre una Rusia autosuficiente se enfrenta a una realidad de imitación, donde la sociedad se refugia en símbolos importados para mantener una sensación de continuidad y “felicidad” en tiempos de guerra.
Putin intensifica su ofensiva diplomática contra Europa
Mientras en el interior del país el Kremlin promueve la narrativa de una Rusia feliz y estable, en el plano internacional Putin adopta un tono cada vez más beligerante. En el foro de Valdái, celebrado en Sochi, el mandatario amenazó a Europa con una respuesta significativa si continúa armando y financiando a Kiev. El líder ruso acusó a las potencias europeas de alimentar el conflicto y bloquear su resolución, al tiempo que denunció la militarización del continente. En un discurso desafiante, advirtió a Alemania y a sus aliados de que las contramedidas rusas no tardarán en llegar, dejando claro que Moscú percibe la cooperación militar europea como una agresión directa.

La aparente felicidad interna y la retórica agresiva externa forman dos caras del mismo proyecto político: un régimen que busca mostrar control absoluto dentro de Rusia mientras proyecta poder e intimidación fuera de sus fronteras. La sociedad se refugia en la apatía y el consumo para sobrellevar la represión; el Estado utiliza esa apatía como combustible para su política exterior. En esa paradoja, un pueblo anestesiado y un líder amenazante, se configura la verdadera imagen de la Rusia contemporánea bajo Putin: un país que declara su felicidad mientras camina al borde de un nuevo enfrentamiento con Europa.
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