Desde la invasión a Ucrania en 2022, Rusia intensificó el uso de su ley de “agentes extranjeros” para silenciar a periodistas, activistas y opositores políticos. Lo preocupante es que este modelo está siendo replicado, total o parcialmente, en países de Europa como Hungría, Georgia y Francia, bajo la justificación de combatir la “influencia extranjera”. El caso ruso sirve ahora como advertencia sobre cómo una herramienta legal puede convertirse en un arma de represión.
Democracias en la cuerda floja
En Rusia, ser declarado “agente extranjero” implica más que un estigma: significa la pérdida del empleo, la inhabilitación para participar en elecciones, la persecución judicial y la necesidad de exiliarse para evitar represalias. La ley, que existe desde 2012, se convirtió en un mecanismo esencial del aparato represivo desde 2022, cuando el gobierno comenzó a aplicarla sistemáticamente contra voces críticas a la guerra en Ucrania.

El fenómeno no se limita a Rusia. Países con tendencias autoritarias, y aún algunos con instituciones democráticas formales, han comenzado a adoptar leyes similares, bajo diferentes nombres y formatos. En Hungría, por ejemplo, el gobierno de Viktor Orbán ya aplica normas inspiradas en el modelo ruso para silenciar a ONGs y medios que denuncian corrupción. Incluso dentro de la Unión Europea, la propuesta de una directiva sobre “influencia extranjera” ha despertado alertas sobre su posible uso para restringir la participación cívica legítima.
Cómo Rusia institucionalizó la persecución política
Según el Wilson Center, el régimen ruso no solo convirtió la ley de “agentes extranjeros” en una herramienta legal, sino también en un dispositivo simbólico de exclusión. El etiquetado público tiene consecuencias profundas: desde carteles en domicilios hasta menciones forzadas en redes sociales y medios. Esta visibilidad obligatoria transforma la transparencia en un mecanismo de intimidación, donde el señalamiento estatal facilita el hostigamiento social, profesional y legal.

La manipulación del concepto de “influencia extranjera” permite al Kremlin moldear la opinión pública y justificar medidas autoritarias en nombre de la soberanía. En paralelo, la infraestructura legal y tecnológica que respalda este sistema se exporta, explícita o implícitamente, a gobiernos interesados en sofocar a sus opositores sin recurrir a la censura directa. De acuerdo con el Wilson Center, esta lógica se apoya en la erosión de los marcos democráticos y el debilitamiento de los poderes judiciales independientes.
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