Tras las recientes declaraciones del Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea de EE.UU., general Dave Alvin, sobre la incorporación de los cazas F-47, el gobierno estadounidense sostiene que estas nuevas capacidades fortalecerán significativamente las ventajas operativas del país en un posible conflicto frente a China. Estos aviones serían capaces de mejorar el rendimiento de Washington en la región, proporcionando un mayor alcance para misiones estratégicas y fortaleciendo su presencia aérea en el Indo-Pacífico.

El principal cuestionamiento para EE.UU. recae en que, en un posible conflicto en el Pacífico, los aviones de la Fuerza Aérea tendrían que atravesar vastas extensiones de océano para llegar al territorio chino. Pero sin garantías de reabastecimiento aéreo en un espacio altamente disputado, la mayor preocupación recae en que las capacidades actuales no cuentan efectivamente con el alcance necesario para cumplir este tipo de misiones sin apoyo externo.
Esta incertidumbre reavivó el debate sobre la necesidad de modernizar la flota aérea del país y optimizar las estrategias operativas actuales para garantizar la superioridad aérea frente a China. Por ello, EE.UU. planea que su caza de sexta generación F-47 pueda volar mucho más lejos que los anteriores, además de que tendría un radio de combate de más de 1.000 millas náuticas, capacidades avanzadas de sigilo y sería capaz de volar a velocidades superiores a Mach 2, o más de 1.500 millas por hora.

Si estas predicciones se cumplen, el F-47 tendría un alcance mucho mayor que el F-22 Raptor (cuyo radio de combate es de 590 millas náuticas) y que el F-35A (de 670 millas náuticas), y hasta sería mucho más rápido que el F-35A (cuya velocidad máxima es de Mach 1,6, o unas 1.200 millas por hora). Y si bien las expectativas sobre este desarrollo son amplias, China sigue avanzando con pruebas de sus propias aeronaves de sexta generación, desafiando a EE.UU. y reafirmando su intención de consolidar su poder aéreo en la región.
Rivalidad tecnológica y demostraciones de poder
El desarrollo de cazas de sexta generación se ha convertido en un nuevo campo de competencia estratégica entre Pekín y Washington. La confirmación de que Boeing liderará la construcción del F-47 marcó un punto de inflexión en esta “rivalidad”, coincidiendo con un aumento en los vuelos de prueba de aeronaves chinas.
En este contexto, los constantes avistamientos del caza furtivo J-36 de China sugieren que Pekín no sólo está acelerando el proceso técnico, sino que también aprovecha cada oportunidad para exhibir su capacidad militar a nivel global. Esta situación se tornó aún más frecuente luego de los anuncios del presidente Donald Trump sobre los avances del proyecto.

Efectivamente, la frecuencia y visibilidad de las pruebas chinas han crecido, generando interrogantes sobre las verdaderas intenciones detrás de esos despliegues. Algunos expertos sostienen que las pruebas responden a la necesidad de evaluar avances tecnológicos, mientras que otros consideran que China impulsa una estrategia de “propaganda” para mostrar al mundo el avance de su industria militar.
Pero la competencia entre ambas potencias no se limita a la tecnología, ya que un programa de desarrollo exitoso para cualquiera de los dos países fortalecerá sus capacidades militares, pero más que nada, redefinirá la seguridad en la región del Indo-Pacífico. El despliegue de cazas avanzados es producto de la relevancia que adquiere la región para ambos países, y “prepara el terreno” para la intensificación de estas maniobras en pos de reforzar las proyección de poder sobre el disputado continente asiático.
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