- La intensificación de la presión estadounidense sobre Venezuela plantea la posibilidad de iniciar un conflicto prolongado en el país.
- Gobiernos de la región advierten que un colapso repentino del régimen de Maduro podría desencadenar caos institucional, migración masiva y una guerra prolongada alimentada por grupos armados y estructuras criminales ya consolidadas.
- Pese a la impopularidad de Maduro, la mayoría de los actores internacionales rechaza una acción militar y apuesta por negociaciones graduales, alertando que una intervención podría generar un conflicto regional comparable a las “guerras eternas” del siglo XXI.
Un derrocamiento de Nicolás Maduro en Venezuela, impulsado desde Estados Unidos mediante sanciones, presión política y militarización del Caribe, podría no sellar el fin de un gobierno autoritario. En cambio, podría inaugurar un ciclo prolongado de violencia, caos institucional y fragmentación social que se prolongue por años.

En este sentido, la escalada comenzó hace meses, cuando Washington intensificó su “máxima presión” sobre Venezuela con sanciones económicas, recompensas por la captura del presidente, restricciones a ayuda humanitaria, y apoyo a sectores radicales de la oposición. A ello se suman despliegues navales, operaciones contra narcotraficantes en aguas del Caribe, y amenazas abiertas de intervención. El riesgo de una operación militar directa aparece cada vez con más fuerza.
Para el gobierno venezolano, los movimientos de Estados Unidos constituyen una alarma. Maduro afirmó recientemente que, en caso de agresión, Venezuela responderá defendiendo su soberanía con todas sus fuerzas y advirtió que el país declarará “una república en armas”. Según él, “este es el mayor peligro que ha enfrentado nuestro continente en un siglo”.
Sin embargo, la preocupación se extiende más allá de Caracas y escaló a niveles regionales. El exministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim -hoy asesor diplomático del gobierno de Lula da Silva- advirtió que una intervención podría desencadenar un conflicto al estilo de Vietnam, con consecuencias para toda la región. Dado este contexto hay que destacar que la fragmentación territorial de Venezuela -con presencia de grupos armados, milicias, narcotraficantes, redes criminales y colectivos paramilitares- aumentaría el riesgo de guerra de baja intensidad, insurgencia y violencia generalizada.
¿Estados Unidos tiene un “plan B” para Venezuela?
Otro problema central sería el “día después”, es decir, la ausencia de un liderazgo opositor cohesionado para asumir el poder, la debilidad institucional, el posible colapso de servicios básicos, la crisis humanitaria y una migración masiva. El colapso del Estado favorecería a actores ilegales que ya controlan zonas mineras, fronterizas y rutas de narcotráfico, lo que podría convertir a Venezuela en un caos estructural prolongado. Esa posibilidad plantea dudas serias sobre la idea de una “liberación inmediata” con retorno a la democracia.

Al mismo tiempo, la región y buena parte de la comunidad internacional se muestran reticentes a respaldar una intervención militar. Gobiernos latinoamericanos advierten que cualquier agresión podría desestabilizar toda América del Sur. Por lo tanto, la opción de una solución negociada -diálogo, apertura política, reformas, negociaciones internas- adquiere fuerza como camino menos destructivo y potencialmente más viable para una transición pacífica.
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