En Honduras sucedió algo inusual que se escribió uno de los capítulos más insólitos en la historia de la política latinoamericana. El pasado domingo 30 de noviembre se debería haber conocido el ganador de la elección presidencial, pero un conteo a fuego lento incendió la furia de los dos candidatos que peleaban por el primer lugar. En el medio, Estados Unidos y su nueva doctrina Monroe que siguieron de cerca los sucesos electorales en el país centroamericano. Tras casi 10 días de conteo de votos, Honduras conoció al ganador, pero que no fue reconocido ni por el oficialismo ni por su principal competidor.
Con más del 99% escrutado, Nasry Asfura, candidato del Partido Nacional, obtuvo el 40,52% de los votos, por sobre Salvador Nasrrala del partido Liberal que cerró con un 39,20%. El tercer lugar lo ocupó la candidata oficialista de Libre, Rixi Moncada, con el 19%. La crónica de las elecciones mantuvo a los medios internacionales día a día siguiendo los resultados, refrescando la página del Centro Nacional Electoral, que solo se actualizaba durante la madrugada.
La mayor parte de las actualizaciones de los resultados la encabezó el derechista Asfura, pero en un momento remontó Nasrrala. El festejo al candidato liberal le duro apenas un día hasta la nueva actualización que lo reubicó a Asfura nuevamente en primer lugar. Esto generó enojo en el equipo de Nasrrala que denunció injerencias en el proceso.

Rixi Moncada fue la primera en romper el silencio este domingo, cuando dijo que “no reconoce” los resultados de los comicios. “Por unanimidad, el Partido Libre desautoriza a todo funcionario público que se ponga a la orden y anuncie cooperar en transición gubernamental con los enemigos del pueblo, autores de este golpe electoral en curso”, expresó en una rueda de prensa. A su vez, Moncada señaló que el partido Libre “ordena a los candidatos electos en este sistema fraudulento no integrar ningún organismo sin autorización del partido”. Por su lado, Nasrrala escribió en X: “Esto es un robo”, al denunciar manipulación en el sistema.
La que dio el golpe final en el marco de una denuncia de fraude fue la presidenta Xiomara Castro, que anunció que el gobierno denunciará un “golpe electoral” ante Naciones Unidas, Unión Europea, la Celac y la Organización de los Estados Americanos. Un país ya calificado por índices internacionales como una democracia híbrida, con rasgos autoritarios y un poder cada vez más concentrado en el entorno de los Zelaya-Castro, que el propio oficialismo denuncie fraude, es como si el dueño del casino se quejara de que la ruleta está arreglada.

“Rechazo que cualquier persona, en base a dichos y no a hechos, ponga en tela de juicio mi honra, honestidad y prestigio profesional. Presido el CNE, pero no puedo meter mano en los resultados; y si pudiera hacerlo, tampoco lo haría”, expresó Ana Paola Hall, consejera presidenta del CNE, apuntada por sectores opositores a Asfura. Además, Castro denunció injerencia de Estados Unidos y Donald Trump en las elecciones del 30 de noviembre. “Condeno la injerencia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando amenazó al pueblo hondureño que si le daban el voto a una valiente y patriota candidata del partido Libre, Rixi Moncada, iban a tener consecuencias”, alertó Castro.
Esto último se debe a que en la previa al 30 de noviembre, los asesores en comunicación del equipo de campaña de Nasry Asfura hicieron un esfuerzo para lograr un apoyo de Trump en redes sociales hacia el candidato de derecha hondureño. El presidente republicano llamó a votar a Asfura en redes sociales: “Si Tito Asfura gana (…) lo apoyaremos firmemente. Si no gana, Estados Unidos no malgastará su dinero”, publicó Trump.
El mensaje de Trump persuadió al votante indeciso que fue determinante en un país que el sistema electoral es de una sola vuelta y cada sufragio cuenta. Pasadas las 48 horas de no conocerse el ganador, Trump lanzó una advertencia: “pareciera que Honduras esté tratando de alterar los resultados. ¡Si lo hacen, se armará un escándalo!”.

El oficialismo de Castro también cuestionó el indulto que Trump le concedió, “en plena campaña electoral”, al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional. Hernández fue uno de los mandatarios con los que se desató el narcotráfico en el país, y había sido condenado en Estados Unidos a 45 años de prisión por delitos de narco. Solo pasó un año tras las rejas, recuperó la libertad este 1 de diciembre, en pleno conteo de votos.
La denuncia de injerencia estadounidense se da, además, en un contexto de tensión militar en el Caribe, con la “Operación Lanza Sur”, el nuevo despliegue impulsado por Washington en la región, como telón de fondo. En suma, Honduras es aliado del régimen venezolano de Maduro. La novela hondureña parece no tener fin. La fecha clave será el 30 de diciembre, el límite que tiene el CNE para proclamar a un ganador. Hoy ese nombre es Asfura, pero el apoyo de Trump en redes, lejos de colaborarle, terminó sembrando más dudas.
Eso no se explica tanto por el republicano, sino por la desconfianza que los propios hondureños arrastran hacia su sistema electoral. Desde Tegucigalpa hasta las redacciones del exterior, la cobertura de esta odisea fue una sucesión de madrugadas frente a una página que casi no se movía, candidatos proclamándose ganadores, conferencias improvisadas y rumores cruzados.
La próxima fecha importante es el 27 de enero de 2026, cuando alguien deberá suceder a Xiomara Castro. Para entonces, Honduras tendrá que haber encontrado no solo un presidente, sino también alguna forma de creer en el resultado. Si falla en ambos frentes, no será un simple tropiezo democrático, será otro paso en la caída de un país jaqueado por el crimen organizado, con la militarización bajo la lupa y la demanda de libertades en el centro de las calles.
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