La revelación del presidente surcoreano Lee Jae-myung de que Estados Unidos habría aceptado avanzar en un “joint venture” para enriquecer uranio y habilitar submarinos de propulsión nuclear marca un punto de inflexión en la política de no proliferación de Washington. Más que un mero acuerdo técnico, la iniciativa abre interrogantes sobre el equilibrio estratégico en Asia nororiental y sobre los límites de la doctrina de “no difusión” de tecnologías sensibles.

Según explicó Lee, durante la visita de Donald Trump a Corea del Sur en octubre se habría acordado un emprendimiento conjunto 50/50 para enriquecer uranio destinado a combustible nuclear. La autorización política de Washington para que Seúl adquiera submarinos de ataque de propulsión nuclear, habitualmente alimentados con uranio altamente enriquecido (HEU).
El proyecto contempla una planta de enriquecimiento comercial que podría ubicarse en territorio estadounidense o surcoreano. Un dato clave: el comunicado de la Casa Blanca del 29 de octubre destacó la cooperación entre Centrus Energy (EE.UU.), Korea Hydro Nuclear Power y POSCO International para expandir la capacidad de enriquecimiento en Piketon, Ohio. Es decir, el primer paso sería sobre suelo estadounidense, pero sin descartar una futura planta en Corea del Sur.
Qué quiere Corea del Sur y qué implica para la región
Seúl persigue al menos tres objetivos estratégicos. En primer lugar, autonomía energética nuclear: Corea del Sur opera 26 reactores nucleares y depende en torno a un 30% de combustible enriquecido de origen ruso. Producir su propio uranio enriquecido reduciría esa vulnerabilidad. En segundo lugar, proyección industrial: un ciclo de combustible propio reforzaría su oferta de exportación de reactores y servicios nucleares a terceros países (E.A.U., Arabia Saudita, Europa del Este, etc.). Por último, ventaja militar cualitativa: los submarinos de propulsión nuclear ampliarían el alcance, la persistencia y la discreción de la marina surcoreana frente a Corea del Norte y, crecientemente, frente a China.
El problema es que el enriquecimiento y el reprocesamiento de plutonio son tecnologías “de doble uso”, que sirven tanto para combustible civil como para fabricar armas nucleares. Llevar a Corea del Sur al umbral tecnológico de esas capacidades tensiona décadas de política estadounidense. Además, desde los años 70, la política de Washington con Seúl se había basado en un principio claro: no permitir a Corea del Sur enriquecer uranio ni reprocesar plutonio sin consentimiento previo.

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El eventual aval al enriquecimiento –aunque comience “bajo paraguas” estadounidense y en un esquema de joint venture– implicaría colocar a Corea del Sur muy cerca de una capacidad de umbral nuclear, en un contexto donde el debate interno sobre desarrollar armas propias frente al arsenal norcoreano ha crecido. Además se corre el riesgo evidente de sentar un “precedente contagioso”, lo que se concede a un aliado clave en Asia puede utilizarse como argumento para relajar exigencias en otros contextos mucho menos estables.
Pero el Pentágono y la administración Trump parecen justificar este cambio bajo tres vectores, como la competencia estratégica con China y Corea del Norte (fortalecer rápidamente las capacidades submarinas de Corea del Sur refuerza el entramado militar aliado en el Indo-Pacífico), un beneficio industrial estadounidense (ya que el esquema pasa por Centrus en Ohio, lo que abre mercado para la industria nuclear de EE.UU., alineado con la lógica transaccional de “America First”) y un control relativo de la tecnología (mientras el enriquecimiento se concentre en territorio estadounidense o bajo fuerte control técnico norteamericano, Washington sostiene que puede gestionar el riesgo de proliferación).
El acuerdo subraya que, en la práctica, el acceso de Corea del Sur a tecnología de enriquecimiento y know-how estadounidense diluye esas barreras a medio plazo. Pero en el plano regional, la ecuación se vuelve aún más delicada, considerando que Corea del Norte podría utilizar el anuncio como justificación propagandística para acelerar sus propios ensayos y desplegar más capacidades nucleares y balísticas, o China vería el desarrollo de una flota surcoreana de submarinos nucleares y la instalación de capacidades de enriquecimiento como un salto cualitativo del “cinturón antichino” impulsado por EE.UU. en el Indo-Pacífico.
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