La escalada en las operaciones navales de Estados Unidos en el mar Caribe, oficialmente justificadas como parte de una campaña antinarcóticos, ha provocado una notable respuesta diplomática y militar tanto de la Federación Rusa como de la República Bolivariana de Venezuela. Este escenario de creciente tensión no solo evidencia el resurgimiento de conflictos de interés entre potencias globales en una región históricamente estratégica, sino que también revitaliza el debate crucial sobre la soberanía nacional y el respeto al derecho internacional, en un contexto de intereses estratégicos cruzados.

El eje Ruso-Venezolano: denuncia de uso de la fuerza y cooperación estratégica
Desde Moscú, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zakharova, ha criticado estas maniobras estadounidenses. La diplomática rusa condenó el uso excesivo de la fuerza militar en las misiones antinarcóticos en el Caribe, sosteniendo que tales acciones violan tanto la legislación estadounidense como el derecho internacional, tal como fue reportado en la prensa regional. La Cancillería rusa también reafirmó su disposición a responder adecuadamente a las solicitudes de nuestros socios ante las nuevas amenazas en la región.
Moscú argumenta que estas acciones militares contravienen principios fundamentales establecidos, como el Artículo 2, párrafo 4 de la Carta de las Naciones Unidas, que prohíbe el uso o la amenaza de la fuerza contra la integridad territorial de cualquier Estado. Zakharova señaló que las operaciones no contaron con la aprobación del Congreso, invocando el Artículo I, Sección 8 de la Constitución de los Estados Unidos para argumentar su potencial ilegalidad interna, un aspecto que Rusia considera relevante dado que las acciones militares no fueron consultadas.

Paralelamente a estas declaraciones, Rusia ha consolidado su política de cooperación militar-técnica con Caracas. El legislador ruso Alexei Zhuravlyov confirmó la entrega a Venezuela de sistemas de defensa antiaérea, como los Pantsir-S1 y Buk-M2E. Este suministro, que abarca una “amplia gama de armas”, es considerado por Moscú una medida para salvaguardar la soberanía venezolana, en línea con la Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Zhuravlyov incluso mencionó la potencialidad de suministrar misiles de largo alcance, como el Oreshnik o Kalibr, un movimiento que representaría un salto cualitativo en capacidad estratégica para Venezuela.
¿Cuál es la Postura de Estados Unidos?
El posicionamiento de activos estadounidenses en el Caribe, con el portaaviones USS Gerald R. Ford a la cabeza, se fundamenta oficialmente en la necesidad de “interrumpir las rutas de tráfico” de estupefacientes.

Para poner en contexto esta justificación, cabe señalar que históricamente el Caribe ha sido un punto clave en la ruta global de estupefacientes. Fuentes estadounidenses alegan que entre el 5% y el 10% de la cocaína con destino al norte sale de Venezuela, y que la gran mayoría de los vuelos de drogas (un 95%) proceden de la zona sur del lago de Maracaibo. Las políticas de control de drogas en el Caribe, con un costo multimillonario, han sido un pilar de la política exterior de EE. UU. durante décadas. El entonces presidente Donald Trump reconoció públicamente haber autorizado operaciones encubiertas de la CIA en territorio venezolano, junto con el despliegue de buques adicionales. Esta escalada militar es analizada por expertos como un esfuerzo por reafirmar el poder estadounidense en una zona considerada vital desde la promulgación de la Doctrina Monroe (1823).
En defensa de la posición de Washington, James Story, ex embajador de EE. UU. en Caracas, en una entrevista con la BBC, interpretó la envergadura del despliegue en el Caribe. Según el ex embajador, la lucha se extiende más allá del narcotráfico, abarcando la gestión de problemas de inmigración y estabilidad regional. Story señaló que miles de venezolanos han abandonado su país en búsqueda de oportunidades en naciones como Colombia, Aruba y el propio Estados Unidos. Este argumento sugiere que la operación busca contrarrestar un factor de inestabilidad que amenaza a los aliados regionales de Washington.

Las autoridades estadounidenses y el ex embajador acusaron al gobierno venezolano de ser un “grupo criminal” y a su líder de ser un “dictador”. En respuesta, Nicolás Maduro acusó a EE. UU. de estar “fabricando una nueva guerra”, mientras que Tarek William Saab, fiscal general venezolano, indicó a la BBC que el propósito de Washington era “derrocar a su gobierno”.
América Latina y los desafíos de su autonomía estratégica
En síntesis, el episodio en el Caribe trasciende la mera confrontación entre Washington y Moscú. Pone de manifiesto una cuestión más profunda y estructural: la persistente vulnerabilidad de América Latina ante las lógicas de poder de las potencias globales. Si bien la región ha proclamado su vocación pacifista y su derecho a resolver sus propios asuntos (como lo expresa la Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz), los hechos demuestran que su autonomía estratégica continúa condicionada por las disputas entre potencias externas.
La clave hoy para América Latina es aumentar su “agencia” internacional, es decir, su margen de maniobra ante potencias externas. A la luz del escenario entre Venezuela, Rusia y Estados Unidos, esta noción cobra especial relevancia: no se trata solo de repeler influencias foráneas, sino de afirmar una política exterior propia. Además, caer nuevamente en una lógica de bloques (como durante la Guerra Fría) limitaría la verdadera capacidad de acción de los Estados latinoamericanos.

En este contexto, se reabre el debate sobre la verdadera autonomía que poseen los países de la región para definir sus propias políticas de defensa, seguridad y cooperación. América Latina enfrenta así el desafío de reafirmar su agencia internacional, no desde la alineación con bloques rivales, sino desde una agenda común que priorice la estabilidad, la soberanía y el desarrollo autónomo del continente.
La dinámica actual subraya una tendencia persistente en la política internacional: el uso de escenarios periféricos para la proyección de poder y el contrapeso estratégico. Esta competencia, marcada por la intervención e influencia de actores globales en zonas clave fuera de sus fronteras, constituye un rasgo distintivo de la reconfiguración del orden mundial del siglo XXI. La situación no solo genera fricciones entre las capitales involucradas, sino que también pone a prueba la vigencia real de la Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
Te puede interesar: Informes exponen que Rusia habría enviado drones y material militar a Venezuela














Más vale debieran titular: el mar Caribe, como zona a rapiñar por el imperialismo norteamericano, sería más apropiado.
Interesante documento!!
Muy buen e interesante artículo para pensar a la région caribeña como un escenario geopolítico vulnerable a la proyección de las superpotencias!!