Donald Trump volvió a encender el tablero geopolítico con una frase que condensó un diagnóstico inquietante: “Estamos por delante de China en todo aspecto militar… excepto en buques. Pero pronto los alcanzaremos”. El comentario, lanzado durante una entrevista reciente, reabrió el debate sobre el equilibrio estratégico entre Washington y Pekín en el Indo-Pacífico. ¿Está Estados Unidos perdiendo su ventaja naval? ¿O la diferencia se mide en algo más que en el número de barcos?

Más cascos, no necesariamente más poder

Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el gasto militar mundial superó en 2025 los US$ 2,7 billones, el valor más alto desde que se tienen registros. Solo Estados Unidos y China concentran casi la mitad del gasto global. En ese marco, Pekín destina cada año más recursos a la modernización de su flota y, de acuerdo con el International Institute for Strategic Studies (IISS) en The Military Balance 2025, ya opera la armada más numerosa del mundo, superando los 370 buques de combate principales.

Crédito; PLA

Pero el volumen no lo es todo. Washington conserva ventajas estructurales en tonelaje total, en la aviación embarcada de quinta generación, en el número de portaaviones nucleares operativos (once frente a los tres de China) y en la capacidad de lanzamiento vertical (VLS), el estándar que define cuántos misiles puede emplear un buque en combate.

A diferencia de China, la Armada de Estados Unidos combina esa potencia con una red global de bases y alianzas —Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia y el Reino Unido— que multiplican su alcance operativo. Como advierte el propio IISS, “el poder marítimo estadounidense se define menos por el número de cascos que por la arquitectura de coaliciones que puede activar en tiempos de crisis”.

El músculo industrial detrás del mar

El factor industrial es donde el equilibrio comienza a tensarse. China controla más del 40% de la construcción naval comercial global, y parte de esa escala se traslada al plano militar. Astilleros civiles y militares operan en sincronía, con una mano de obra masiva y líneas de producción que reducen tiempos de mantenimiento y aumentan la rotación de unidades.

El Departamento de Defensa de Estados Unidos (DoD) reconoció en su informe China Military Power Report 2024 que la capacidad china de “producir y reparar plataformas de superficie excede significativamente a la estadounidense”. Los analistas del Congressional Research Service (CRS) y del Center for Strategic and International Studies (CSIS) añaden que los astilleros norteamericanos “enfrentan cuellos de botella críticos en mano de obra y proveedores secundarios”, lo que retrasa los programas de nuevos destructores y submarinos.

Sin embargo, Estados Unidos mantiene una ventaja tecnológica en I+D, guerra electrónica, integración ISR (Intelligence, Surveillance and Reconnaissance) y submarinos nucleares de ataque —su carta estratégica más sólida—. El desafío, advierte el CRS, es “convertir ese músculo financiero en productividad industrial antes de que la brecha de cascos se vuelva estratégica”.

Geografía, bases y alianzas: dónde se juega

China despliega su densidad militar en la primera cadena de islas, del Mar de China Meridional al de China Oriental, un entorno que favorece operaciones cortas y logísticas. Sus puertos y astilleros forman una periferia marítima vinculada a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, capaz de sostener presencia constante cerca de casa.

Estados Unidos, en cambio, juega en modo red. Entre 2023 y 2025, Filipinas amplió a nueve los sitios de acceso del acuerdo EDCA, Japón elevó su gasto militar al 2% del PBI, y el pacto AUKUS abrió la puerta a submarinos nucleares australianos. Corea del Sur, Singapur y aliados europeos como Francia o el Reino Unido rotan buques por la región, reforzando la interoperabilidad.

El IISS y el CSIS coinciden en que esta arquitectura aliada “multiplica el poder de disuasión sin requerir paridad de cascos”. En otras palabras: Pekín puede tener más barcos, pero Washington tiene más océanos donde operar.

Poder de fuego y marco operativo

El poder naval no se mide solo en acero, sino en alcance y coordinación. China perfeccionó su estrategia A2/AD (Anti-Access/Area Denial) con misiles DF-26 y YJ-21 capaces de amenazar bases y portaaviones aliados. Según The Military Balance 2025, la Armada del EPL “ha logrado un salto cualitativo en la densidad de fuego regional”.

Estados Unidos responde con una flota menos numerosa, pero de mayor potencia por unidad, respaldada por portaaviones nucleares, bombarderos estratégicos y submarinos invisibles. Su modelo se apoya en la disuasión distribuida: más nodos, más redundancia y más interoperabilidad.

USS Harry S. Truman (CVN 75) transita por el Océano Atlántico. MC2 Matthew Nass

“Lo decisivo no es cuántos buques tiene cada uno, si no desde dónde pueden sostener operaciones y con qué socios”, resume un informe de USNI News de 2025. En ese sentido, el liderazgo estadounidense sigue firme, aunque la ventaja relativa se acorta cada año.

Compromisos globales y ventana de riesgo

A diferencia de China, que concentra sus fuerzas en el Pacífico occidental, Estados Unidos debe cubrir tres teatros simultáneamente: Europa, Oriente Medio e Indo-Pacífico. Esa dispersión genera una “ventana de riesgo” reconocida por el propio Pentágono: si la modernización naval estadounidense no acelera, China podría intentar cambiar el statu quo antes de que Washington recupere capacidad industrial plena.

El DoD ya propuso un paquete de contratos multianuales y programas de incentivos industriales para expandir astilleros y proveedores. “La resiliencia logística y la modularidad de diseños serán la clave del equilibrio en los próximos cinco años”, advierte el CSIS.

“Salvo en buques”: la mitad de la historia

Trump tiene razón en una parte: China ya superó en número a la Armada estadounidense. Pero se queda corto en el diagnóstico. El balance real se define por alianzas, tecnología, tonelaje, ISR y submarinos nucleares. Como resume el IISS Military Balance 2025, “la superioridad marítima estadounidense sigue vigente, pero su mantenimiento dependerá de su capacidad industrial más que de su presupuesto”.

En el corto plazo, la competencia se jugará en la disuasión: bases, interoperabilidad y rapidez de respuesta. En el largo, en la capacidad de sostener una flota predecible y escalable. Ahí se decidirá si la frase “salvo en buques” es una provocación política o la señal temprana de un cambio de era.

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