La inserción estratégica de Argentina hacia el Sudeste Asiático no puede concebirse únicamente como una operación comercial: constituye un proyecto de política exterior de largo aliento que exige internalización nacional, visibilidad en el ámbito empresario y cohesión pública. Durante la última década, esta región ha dejado de ser un destino marginal para los bienes argentinos y ha empezado a jugar un papel central en la agenda comercial del país. En 2025, Vietnam figura como el principal socio del agro argentino en el bloque del Sudeste Asiático, destacándose que cerca del 20 % de las exportaciones agroindustriales se dirigen hacia esa región. En el promedio 2020-2024, aproximadamente el 93 % de las ventas argentinas a Vietnam correspondieron a harina de soja y maíz. En 2024, además, la región fue identificada como el principal destino del complejo agroexportador nacional
Panorama comercial y diplomático reciente
En el marco institucional, Argentina ha manifestado su voluntad de intensificar el comercio bilateral y la cooperación técnica con la ASEAN, subrayando la importancia de difundir entre la comunidad de negocios nacional los requisitos específicos de esos mercados, tales como las certificaciones halal. Ese tipo de gestos diplomáticos refleja una comprensión creciente de que no basta con exportar, es necesario adaptar estructuras productivas, regulaciones y estrategias de promoción para competir con éxito.

La ASEAN en su conjunto representa actualmente un mercado de más de 650 millones de habitantes, con un producto interno bruto superior a los 3,6 billones de dólares, y una de las tasas de crecimiento más sostenidas del planeta. En 2024, el comercio con dicho bloque arrojó un superávit para Argentina de 3.154 millones de dólares, con exportaciones por 5.802 millones y compras por 2.647 millones, lo que representó un 8,8 % del total exportado. Vietnam e Indonesia concentraron más de dos tercios de ese comercio, consolidándose como socios clave en materia agroindustrial y energética.
Estos avances comerciales y diplomáticos deben interpretarse dentro de un contexto más amplio. El creciente protagonismo del Asia-Pacífico en la economía mundial, la competencia entre grandes potencias y la búsqueda de autonomía estratégica por parte de los países medianos. Para Argentina, el Sudeste Asiático no solo es un socio comercial, es una plataforma para diversificar mercados, consolidar su posición exportadora y fortalecer su margen de maniobra en el sistema internacional.
Neutralidad activa y resolución pacífica de controversias
En este contexto, mantener una política exterior equilibrada y coherente con los principios del derecho internacional es esencial. En un mundo donde China, Estados Unidos y otras potencias disputan influencia, un alineamiento marcado con alguno de esos polos podría limitar la autonomía futura del país, en caso que el equilibrio de poder en el sudeste cambie (hecho que cada vez es más real). La política exterior argentina podría beneficiarse de la neutralidad activa, es decir, un compromiso con la paz y la legalidad internacional que no implique indiferencia, sino prudencia estratégica. El no sostener clivajes marcados es clave en un contexto multipolar, donde apostar a una alianza irredentista con una sola potencia implica cerrar puertas con las demás.

La experiencia demuestra que los países que sostienen posiciones equilibradas pueden reducir los costos derivados de sanciones cruzadas, interrupciones logísticas o cierres de rutas comerciales. Las rutas marítimas y corredores de transporte del Indo-Pacífico (por donde transita la mayor parte de las exportaciones argentinas hacia la región) constituyen espacios de vulnerabilidad global. Una diplomacia que mantenga diálogo abierto positivo con todos los actores regionales permitirá a Argentina preservar la estabilidad de su comercio exterior, incluso en escenarios de tensión internacional.
La construcción de una política hacia el Sudeste Asiático exige una prospectiva regional robusta que combine tres dimensiones fundamentales: densificación comercial, visibilidad interna y resiliencia diplomática. En primer lugar, la densificación comercial supone pasar de un intercambio concentrado en materias primas hacia uno más diversificado y con valor agregado. Los países del Sudeste Asiático demandan cada vez más alimentos procesados, bioproductos, tecnología agrícola y servicios logísticos de calidad. Argentina puede insertarse en esos nichos mediante la articulación de cadenas de valor, acuerdos fitosanitarios, cooperación en innovación agroindustrial y adaptación de sus normas a los estándares regionales.
En segundo lugar, la política exterior debe ir acompañada de una mayor visibilidad interna y participación del sector privado. Un porcentaje de los empresarios argentinos desconoce las oportunidades que ofrece la región o los requisitos específicos de cada mercado. Para revertir esta situación, es necesario impulsar una estrategia nacional de comunicación y educación exportadora que sensibilice a las cámaras empresariales, gobiernos provinciales y universidades. La creación de foros permanentes sobre Asia-Pacífico, programas de capacitación y difusión de informes comerciales contribuiría a formar una cultura empresarial más orientada al Este. El fortalecimiento de los vínculos con ASEAN requiere promover el conocimiento mutuo y generar sinergias público-privadas que consoliden la cooperación técnica y económica, en palabras de la Cancillería argentina.

En tercer lugar, la resiliencia diplomática implica prepararse para escenarios adversos. Argentina debería desarrollar una hoja de ruta que contemple riesgos logísticos, sanciones cruzadas o crisis de transporte marítimo, identificando rutas alternativas, socios complementarios y seguros de riesgo. Una política de diversificación que integre a Tailandia, Malasia, Filipinas e Indonesia en la estrategia exportadora permitiría reducir la dependencia de un solo mercado y aumentar la estabilidad del flujo comercial.
Hacia una política exterior integral
La consolidación del vínculo con el Sudeste Asiático demanda una política exterior integral, articulada entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil. La Cancillería, las agencias de promoción comercial, las provincias productoras y las cámaras empresarias deben trabajar de manera coordinada. No basta con firmar acuerdos o participar en ferias, se requiere acompañamiento institucional, financiamiento de exportaciones, apoyo a certificaciones y consolidación de redes logísticas. En paralelo, la infraestructura nacional debe adecuarse para sostener ese proceso. Los corredores bioceánicos, las terminales portuarias con salida al Pacífico y la conectividad digital con Asia son parte del entramado material de esta nueva orientación. La política hacia el Sudeste Asiático, en suma, debe pensarse como una estrategia de Estado que trascienda administraciones y combine desarrollo económico, autonomía política y prudencia diplomática.
Argentina tiene en esa región una oportunidad para fortalecer su autonomía en un sistema multipolar. Promover una conciencia pública sobre Asia es parte de la política exterior moderna, dado que ningún país sostiene vínculos duraderos con regiones lejanas sin una base interna que los valore.
Cerrando
El Sudeste Asiático es hoy una de las regiones más dinámicas del mundo y un socio cada vez más relevante para la Argentina. Elevar la visibilidad del vínculo con la región dentro del propio país, incentivar al empresariado nacional y profundizar la diplomacia económica serán pasos indispensables para transformar el actual dinamismo comercial en una alianza estratégica de largo plazo. Argentina podría sacar buenos frutos en caso de insertarse plenamente en el siglo asiático con autonomía, previsibilidad y capacidad de diálogo con todos los actores del sistema internacional.
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