Según un informe publicado este martes por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, Rusia tiene un objetivo general más allá de la guerra contra Ucrania: desestabilizar Europa. Los ataques contra infraestructuras críticas, como los sistemas de transporte, las redes financieras y las bases militares, están “en el centro” de ese esfuerzo.

A este escenario se suman los comentarios de un alto funcionario de la OTAN, quien considera que Rusia también está ampliando su cartografía de cables submarinos y oleoductos cerca del Ártico, lo que podría obligar a los aliados del norte de Europa a protegerlos. No obstante, eso incluiría casi con toda seguridad la guerra en Ucrania, profundizando las supuestas intenciones rusas de desestabilizar el viejo continente.
Vulnerables a Moscú
El informe destaca que, aunque Rusia no ha logrado hasta ahora su objetivo principal, “las capitales europeas han tenido dificultades para responder a las operaciones de sabotaje rusas y les ha resultado difícil acordar una respuesta unificada, coordinar la acción, desarrollar medidas disuasorias eficaces e imponer costes suficientes al Kremlin“. Principalmente porque las hostilidades contra Europa persisten todavía, pese al latente conflicto contra Ucrania.

Para los expertos, esta situación “demuestra lo vulnerable que sigue siendo el continente al sabotaje”. Este escenario expone no solo debilidades operativas, sino también una grieta estructural en la arquitectura de seguridad europea, evidenciando la incapacidad de los Estados miembros para articular una defensa común.
Nuevos ámbitos de conflicto, ¿nueva metodología?
Una de las tendencias más notables es la de los ataques híbridos, los cuales permiten establecer que Rusia continúa explorando tácticas híbridas para desestabilizar infraestructuras críticas, reforzando la percepción de vulnerabilidad desde Europa. La intensificación de estos ataques se vincula directamente con el apoyo militar de la OTAN a Ucrania, lo que ha llevado al Kremlin a desplegar acciones encubiertas en las denominadas “zonas grises”.
Aunque el ritmo de los ataques ha disminuido respecto al pico registrado el año pasado, sus efectos siguen siendo disruptivos: cortes de electricidad, interferencias en redes satelitales, cancelaciones de vuelos y sabotajes a infraestructuras energéticas. Estas acciones buscan erosionar la cohesión europea sin cruzar el umbral de una confrontación abierta, ya que son diseñadas para evitar una atribución directa.
En paralelo, el Alto Norte surge como un nuevo frente de preocupación. El deshielo ha permitido a Rusia ampliar su presencia submarina y aérea en zonas poco vigiladas, mientras se multiplican los incidentes cibernéticos en países fronterizos como Noruega, Letonia y Estonia. Desde el control temporal de una presa hidroeléctrica hasta la interrupción prolongada de señales GPS, los ataques híbridos se diversifican y se adaptan al entorno geográfico.
Para algunos analistas, esta guerra no convencional forma parte de una estrategia de largo plazo por parte de Rusia, que anticipa escenarios de confrontación directa con la OTAN, aprovechando las brechas operativas generadas por la sobrecarga en otros frentes.
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