La reciente decisión de Rusia y China de llevar a cabo patrullas navales conjuntas en la región del Asia-Pacífico, luego de sus ejercicios en el mar del Japón, confirma un proceso en curso: el fortalecimiento de una asociación estratégica que desafía directamente la arquitectura de seguridad impulsada por Estados Unidos y sus aliados. El Ministerio de Defensa ruso calificó la medida como una respuesta al “incremento de la actividad militar estadounidense en Asia”.
Lejos de ser una exhibición aislada de cooperación, estas patrullas reflejan una sinergia estratégica pragmática que, si bien evita el compromiso formal de una alianza militar, persigue fines comunes: la erosión del dominio estadounidense, la proyección de influencia regional y la consolidación de un mundo multipolar. Pero, ¿hasta qué punto esta cooperación puede alterar el equilibrio geopolítico en el Indo-Pacífico?

China y Rusia: cooperación sin alianza, pero con objetivos convergentes
La literatura especializada ha subrayado que la relación entre China y Rusia se ha profundizado de forma sostenida en las últimas dos décadas, especialmente en el ámbito militar. Sin embargo, este vínculo no responde a un esquema clásico de alianza, sino a una coordinación basada en intereses geoestratégicos comunes y rechazo compartido al orden internacional liderado por Estados Unidos.
China, por un lado, busca consolidarse como potencia regional con proyección global, asegurando sus rutas marítimas y desafiando los límites impuestos tras la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico occidental. Rusia, por otro lado, aunque tiene intereses más limitados en el sudeste asiático, encuentra en esta alianza una oportunidad para proyectar poder, diversificar sus asociaciones tras el aislamiento occidental y garantizar su relevancia en la configuración del nuevo orden global. Le permite a Moscú reducir los costos que implican las sanciones y fortalecer sus lazos con socios comerciales extrarregionales, reduciendo la efectividad de las medidas tomadas por Europa y Estados Unidos.

En este sentido, la cooperación naval —como la reciente patrulla anunciada— tiene un valor simbólico y disuasivo. No se trata solo de una maniobra militar, sino de una declaración política conjunta frente a Washington y sus aliados del Indo-Pacífico.
Estados Unidos y el equilibrio regional en disputa
Desde la perspectiva estadounidense, el Indo-Pacífico representa hoy el núcleo de su estrategia de contención frente a China. Iniciativas como el QUAD (EE.UU., Japón, India, Australia) o AUKUS (con Reino Unido y Australia), además de un incremento sustancial del gasto en presencia naval en la región, reflejan la importancia que Washington otorga a este espacio geopolítico clave.
Pero las respuestas de China y Rusia han sido claras: coordinan sus ejercicios, incrementan su interoperabilidad, profundizan acuerdos de transferencia tecnológica y se presentan como garantes de una arquitectura de seguridad alternativa, en la que no haya “hegemonismos”. Esta cooperación pone en cuestión no solo el liderazgo militar de EE.UU., sino también su capacidad para dividir y aislar a sus rivales, en un contexto donde la política exterior de Washington está ceñida sobre la confrontación e imposición en lugar del diálogo y la cohesión.

¿Estamos frente a una nueva Guerra Fría?
Si bien las comparaciones con la Guerra Fría abundan, esta nueva etapa tiene particularidades. El vínculo sino-ruso se basa más en una asociación táctica y flexible, sin compromisos ideológicos fuertes ni cláusulas automáticas de defensa mutua. Sin embargo, su impacto práctico no debe subestimarse: en contextos como Taiwán, Corea del Norte o el mar de la China Meridional, la posibilidad de coordinación estratégica puede alterar los cálculos disuasorios de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, la intensificación de patrullas conjuntas refuerza el mensaje de que China y Rusia están dispuestas a intervenir —aunque indirectamente— en los escenarios de disputa más sensibles. Esto aumenta el riesgo de incidentes y la posibilidad de escaladas no previstas. Sin embargo, se está lejos de hablar de ejes marcados, y mismo de una Guerra Fría en los términos clásicos. Por un lado, las incertidumbres en materia de seguridad que ahondaron y persisten entre China y Rusia, la competencia por la influencia en Asia Central, la contraposición entre Pakistán y la India hablan claramente de la imposibilidad de generar un eje que confronte a EE.UU. de la forma que se dio en la Guerra Fría.
Por otro lado, hablar en términos de una Guerra Fría puede llevar a confusiones, principalmente tomando a consideración la variación del escenario donde lo cibernético y el crecimiento exponencial de la interconectividad ha mutado por completo la disputa de poder, ya no dándose en puestos fronterizos rígidos ni dividiendo ciudades al medio, sino en un campo amplio, veloz y más efectivo como lo es mediante el internet. Hoy día la disputa gira, en parte, en torno a la aceptación o no de la opinión pública y el manejo de la misma mediante campañas de información y desinformación, pudiendo modificar la percepción de un asunto por completo y generando efectos decisivos, particularmente en Estados democráticos.

Reflexión final
La patrulla conjunta entre Rusia y China no representa aún una amenaza inminente, pero sí una advertencia geopolítica. A medida que el equilibrio regional se redefine, la capacidad de Washington para mantener su influencia dependerá no solo de su poder militar, sino de su habilidad para construir coaliciones creíbles, sostener su narrativa de liderazgo internacional y contener sin aislar. No estamos ante una alianza del tipo OTAN. Pero sí frente a una cooperación estratégica persistente que, en el tablero del Indo-Pacífico, puede inclinar la balanza en direcciones nuevas. Parte de la disputa se dará en la victoria discursiva que cada bando pueda imponer a las sociedades de los demás Estados en buscas de generar legitimidad a su accionar. Hoy día el poder blando de EE.UU no es el mismo que el del consenso de Washington y el poder blando de China se encuentra en plena construcción. Llevar adelante medidas que implican una confrontación directa o semiindirecta dependerá en gran medida del apoyo que puedan conseguir ambos Estados. Hoy en día pensar en un consenso como el de la resolución 660/1990 parece lejano para ambos lados.














