Las elecciones parlamentarias de medio término en Japón dejaron una sorpresa que reconfigura el tablero político del país con el avance de partidos nacionalistas y populistas de derecha, que lograron captar el voto joven con discursos identitarios, antiglobalistas y de corte conservador. Entre ellos, el partido Sanseito, cuyo líder, Sohei Kamiya, se declara abiertamente admirador del “estilo político audaz” de Donald Trump y Javier Milei, fue el más resonante.

El gobernante Partido Liberal Democrático (PLD), encabezado por el primer ministro Shigeru Ishiba, perdió su mayoría en ambas cámaras del parlamento por primera vez desde 1955. En estos comicios se renovaban 124 de los 248 escaños de la cámara alta, y la coalición oficialista no alcanzó los 50 que necesitaba para mantener la mayoría, quedando tres por debajo de ese umbral. Esta debacle se suma al revés sufrido el año pasado en la cámara baja, profundizando la fragilidad del oficialismo en un momento de incertidumbre económica y creciente descontento social.
Nacionalismo japonés, discurso antiélite y rechazo al globalismo
Sanseito irrumpió durante la pandemia a través de redes sociales, especialmente en YouTube, donde difundió mensajes contra las vacunas y denuncias sobre supuestas conspiraciones globales. Desde entonces, creció rápidamente como alternativa antisistema. Su líder, Sohei Kamiya, un exprofesor de inglés y gerente de supermercado, ha sabido captar el malestar de sectores tradicionalistas y jóvenes desencantados con la política tradicional.

La plataforma del partido también incluye un fuerte respaldo a los roles de género tradicionales, rechazo al multiculturalismo y escepticismo ante la inmigración. Aunque Kamiya aclaró que no propone una expulsión de extranjeros, enfatizó que Japón debe priorizar a sus ciudadanos. Este discurso se da en un contexto en el que la población inmigrante alcanzó un récord de 3,8 millones de personas, en medio de un marcado envejecimiento demográfico.
El gobierno tambalea, pero se mantiene, por ahora
A pesar del duro golpe, el primer ministro Ishiba aseguró que no renunciará y que su prioridad es evitar un vacío de poder en un contexto global adverso, marcado por amenazas comerciales y tensiones geopolíticas. No obstante, su liderazgo quedó severamente cuestionado, y podría enfrentar presiones internas dentro del PLD para abandonar el cargo o negociar una nueva coalición.

Por primera vez en décadas, los votantes parecen dispuestos a romper con el consenso institucionalista que dominó la política nipona de la posguerra, y muestran una apertura hacia discursos nacionalistas, escépticos del orden global y más confrontativos.
El fenómeno recuerda en parte a lo ocurrido con Javier Milei en Argentina, aunque con matices locales. En ambos casos, se trata de outsider políticos que canalizan el desencanto ciudadano con propuestas disruptivas y un estilo comunicacional agresivo. Japón, tradicionalmente visto como un bastión de estabilidad, podría estar entrando en una nueva era política donde los movimientos antisistema comienzan a jugar un rol cada vez más decisivo.
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