La segunda administración de Donald Trump está reformulando drásticamente las relaciones transatlánticas. Mientras Europa continúa dependiendo de EE.UU. como socio clave en seguridad, las políticas económicas y comerciales impulsadas por Washington están generando una ola de incertidumbre en las capitales europeas. Esta tensión entre cooperación militar y confrontación económica está obligando a varios países a replantear su estrategia de posicionamiento internacional.
Seguridad compartida, comercio fracturado
Las relaciones de defensa entre EE.UU. y Europa se han intensificado en respuesta a la amenaza rusa. Países como Polonia, Estonia, Lituania, Dinamarca, Hungría y Eslovaquia han fortalecido su cooperación con Washington mediante la compra de armamento, la firma de acuerdos de defensa y el despliegue de tropas estadounidenses. Esta colaboración militar se percibe como vital para disuadir a Moscú y preservar la seguridad regional, especialmente en Europa del Este. Incluso naciones como República Checa y Países Bajos han incrementado sus compromisos con la OTAN bajo liderazgo estadounidense.

Sin embargo, esta alianza en materia de seguridad contrasta con las tensiones económicas que emergen del giro proteccionista de Trump. Su retórica agresiva y las amenazas arancelarias han puesto en jaque a varias economías europeas. Alemania, a pesar de haber visto a Estados Unidos convertirse en su principal socio comercial, se enfrenta ahora a posibles tarifas sobre productos como el acero y los automóviles fabricados en México. Austria podría registrar una pérdida del 0.3% en su PBI, mientras que su industria automotriz podría sufrir caídas de hasta el 1.6%. Irlanda, por su parte, enfrenta presiones crecientes debido a su modelo basado en la IED estadounidense y a la ofensiva reindustrializadora de Trump.
Europa reevalúa su vínculo con Washington
Más allá del comercio, Washington ha impuesto restricciones a la exportación de tecnología sensible, particularmente chips de inteligencia artificial, incluso hacia países aliados como Polonia, Lituania y Estonia. Estas medidas, diseñadas para evitar filtraciones hacia China, han sido recibidas con críticas por parte de autoridades europeas que las consideran discriminatorias y contraproducentes. En este sentido, los países del viejo continente comienzan a percibir que la lealtad al gobierno de la Casa Blanca no garantiza acceso ni beneficios económicos automáticos.

Este escenario está provocando una creciente desconfianza hacia EE.UU. En países como Austria y Dinamarca, las encuestas muestran que una parte significativa de la población considera que EE.UU. no es un socio confiable, en ocasiones superando la desconfianza hacia China. A pesar de esta noción, EE.UU.continúa siendo un actor económico clave en Europa. Sin embargo, la volatilidad política y la imprevisibilidad de la administración Trump obligan a los países europeos a evaluar hasta qué punto pueden seguir considerando a Washington como un aliado estable en el largo plazo.
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