Un reciente análisis del Center for Maritime Strategy abrió un debate hasta ahora marginal en la política exterior estadounidense: ¿debería la Armada de EE.UU. establecer una presencia naval permanente en las Islas Malvinas? Aunque se trata de un planteo hipotético, el estudio pone sobre la mesa una posibilidad de alto impacto geopolítico, militar y diplomático para América del Sur.
El artículo sostiene que una presencia de destructores estadounidenses en el Atlántico Sur podría actuar como factor de disuasión ante potenciales conflictos y, al mismo tiempo, permitir un despliegue más ágil hacia zonas estratégicas como el Golfo Pérsico o el Mar Rojo. La propuesta, sin embargo, no forma parte de una política oficial de Washington ni se ha expresado en términos diplomáticos por parte del Reino Unido o del Departamento de Defensa de EE.UU. Aun así, el solo hecho de que se considere esta posibilidad en un foro especializado obliga a proyectar las implicancias de un escenario hasta ahora impensado.
Una disuasión estratégica al sur del continente
Desde la perspectiva del análisis militar, la instalación de destructores con misiles guiados (DDG) en las Malvinas podría representar un cambio sustantivo en el equilibrio de fuerzas regional. Estos poseen capacidades ofensivas y defensivas de largo alcance, además de radares avanzados que podrían integrarse al sistema de vigilancia del Atlántico Sur.

La base militar ilegal británica en las Islas Malvinas (Mount Pleasant) ya cumple una función disuasiva, pero la participación de EE.UU. elevaría la apuesta. Se trataría no solo de una defensa compartida del archipiélago, sino también de una plataforma de proyección hacia múltiples frentes marítimos, con tiempos de respuesta significativamente reducidos frente a eventos de crisis global, como bloqueos en el canal de Suez o emergencias en África Occidental.
El desafío de Argentina
Aunque se trata solo de un planteo teórico, el eventual despliegue estadounidense en las islas sería leído en Argentina como una provocación directa. El reclamo por la soberanía de las Malvinas forma parte de la política exterior histórica del país, sostenido por todos los gobiernos democráticos desde 1983. La presencia militar del Reino Unido ya es un factor de tensión; una alianza militar explícita con EE.UU. escalaría esa tensión a un nuevo nivel.

Para el gobierno argentino, especialmente bajo la gestión de Javier Milei, el escenario presenta un dilema político. Por un lado, el presidente ha reiterado su intención de mantener vínculos estrechos con Estados Unidos. Por otro, no ha abandonado el reclamo por las Malvinas, aunque con un lenguaje más pragmático que sus antecesores. Según el propio estudio, si la situación económica del país se deteriora, no puede descartarse que una administración —de cualquier signo político— recurra a la causa Malvinas como válvula de presión interna.
Una región cada vez más estratégica
El estudio contextualiza este posible despliegue en un tablero más amplio. China ha incrementado su presencia en infraestructura crítica en Argentina y Brasil, e incluso Sudáfrica realizó ejercicios navales conjuntos con China y Rusia en 2023. Para Washington, una base en el Atlántico Sur podría funcionar también como contrapeso ante el avance de estos actores extrarregionales.
Además, la relación de Brasil con el Reino Unido genera incógnitas sobre el rol que podría jugar Brasilia ante un eventual conflicto. El artículo sugiere que, como ocurrió con Chile en 1982, el apoyo de terceros países podría inclinar la balanza en un escenario de tensión regional.
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