Una encuesta difundida por el organismo estatal VTsIOM sugiere que una mayoría de ciudadanos rusos espera el fin de la guerra con Ucrania en 2026. El relevamiento, de 1.600 entrevistas telefónicas en 80 regiones, captó un cambio relevante en el “clima de expectativas”: más de la mitad de los consultados considera que la llamada “operación militar especial” estaría entrando en su fase final durante el próximo año.

El dato no implica necesariamente un corrimiento automático hacia posiciones pacifistas, pero sí funciona como termómetro social: el fin de la guerra se instala como uno de los horizontes que ordenan la lectura del escenario interno, en un país donde el conflicto atraviesa desde la economía hasta la agenda política. En contextos de alta sensibilidad, además, la medición del humor social suele moverse entre dos carriles: lo que la población cree probable (expectativa) y lo que prefiere (deseo). La cifra de VTsIOM se ubica en el primer registro: qué creen que ocurrirá.
El factor economía: inflación, tasas y una desaceleración reconocida
La expectativa de cierre en 2026 aparece, además, cuando el propio liderazgo ruso reconoce señales de enfriamiento. En Moscú, el Banco Central recortó la tasa de referencia a 16% y, al hacerlo, admitió una economía que “lucha por crecer” mientras la inflación continúa condicionando el pulso cotidiano. En ese marco, Vladímir Putin atribuyó la desaceleración a la política monetaria contractiva aplicada para contener precios, y economistas citados por Reuters describieron el crecimiento en torno al 1% como un nivel que el mercado ve insuficiente para reimpulsar actividad.
El mismo reporte da otra pista clave: aunque el gobierno destaque promedios, en la interacción pública aparecen mensajes vinculados a alimentos y salarios, un patrón típico cuando la economía deja de “acompañar” el relato político. Reuters también consignó proyecciones oficiales sobre una baja de inflación en 2025 (y estimaciones del Banco Central a mediados de diciembre) junto con la persistencia de desconfianza social frente a las cifras.

En paralelo al sondeo estatal, un relevamiento del Centro Levada (independiente) citado por la prensa indica que 66% apoyaría conversaciones de paz, mientras que 25% se inclinaría por continuar las operaciones militares. Más allá de que ambas mediciones no son directamente comparables (metodologías y marcos distintos), tomadas en conjunto apuntan a un patrón: el fin de la guerra aparece como un objetivo socialmente deseable, aun cuando no exista consenso sobre las condiciones.
En términos estratégicos, esto agrega una capa a la ecuación del Kremlin: sostener la iniciativa militar sin abrir un frente de erosión interna en un año donde las variables económicas —tasa, inflación, ingresos reales— vuelven a pesar con fuerza en la percepción cotidiana. La expectativa de cierre en 2026, entonces, no es solo una cifra: es una señal sobre cuánta “paciencia social” hay para un conflicto prolongado y qué tipo de desenlace empieza a ser imaginado como plausible.
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