- Corea del Norte mostró el casco “completado” de lo que denomina un submarino nuclear con misiles, una señal de avance en su ambición de sumar una capacidad de disuasión marítima.
- El movimiento llega en una secuencia de gestos militares paralelos: el Norte anunció el primer ensayo de un nuevo misil antiaéreo de gran altitud y criticó la escala de un submarino de ataque estadounidense en Corea del Sur.
- En Seúl, el paso se lee dentro de una carrera submarina: Corea del Sur ya lanzó su propio plan para desarrollar un submarino nuclear (sin armas nucleares), con apoyo acordado con Washington.

AP/KCNA vía KNS
Corea del Norte volvió a empujar el tablero estratégico del noreste asiático al difundir imágenes del casco “terminado” de lo que describe como un submarino nuclear estratégico con misiles guiados. Más allá de la discusión sobre plazos reales de despliegue, el mensaje es claro: Corea del Norte quiere trasladar parte de su disuasión nuclear, hoy dominada por misiles terrestres, al dominio submarino, donde la detección y el seguimiento son mucho más complejos.
Las fotos oficiales exhiben a Kim Jong-un inspeccionando una estructura ya soldada y de gran porte. Especialistas interpretaron que el nivel de avance del casco sugiere progreso tangible, aunque la pregunta decisiva sigue siendo tecnológica: reactor, integración, seguridad, sensores y entrenamiento. Un submarino de propulsión nuclear no es solo “un casco con un motor diferente”: exige dominio de ingeniería nuclear compacta, blindajes, control térmico, gestión acústica y una cadena logística industrial sostenida.
Cómo cambia el balance de seguridad en Asia
El efecto inmediato no es que el equilibrio militar “se invierte” de un día para el otro, sino que se complejiza el cálculo de disuasión. Japón, Corea del Sur y Estados Unidos ya enfrentan un problema de saturación por la cantidad de vectores norcoreanos (misiles de distinto alcance, drones, artillería). Un eventual componente submarino agrega una dimensión donde la defensa depende de redes de guerra antisubmarina (ASW), patrullas aéreas, sonares fijos, inteligencia acústica y coordinación multinacional, todo intensivo en tiempo y recursos.

Además, el anuncio se produjo mientras Pyongyang criticaba la presencia naval estadounidense en el Sur y difundía avances en defensa aérea con un nuevo misil superficie-aire de gran altitud. En conjunto, la señal es de arquitectura A2/AD (antiacceso/negación de área): dificultar la libertad de maniobra alrededor de la península, elevar costos de intervención y ganar margen político en una negociación futura.
El episodio se monta sobre un cambio ya en marcha: en noviembre, Estados Unidos acordó ayudar a Corea del Sur a desarrollar su primer submarino de propulsión nuclear, en un marco donde Seúl insiste en que no incorporará armas nucleares y se ampara en la disuasión extendida estadounidense. Para Corea del Sur, el argumento es operativo: patrullas más largas, mayor velocidad sostenida bajo el agua y mejor capacidad para seguir amenazas en un entorno marítimo congestionado.
En paralelo, la escala de un submarino de ataque estadounidense en un puerto surcoreano —presentada oficialmente como visita logística— funciona como recordatorio de que Washington mantiene activos de alto valor en el área. Pyongyang lo denuncia como factor de inestabilidad, pero para Seúl y Washington es parte del paquete de señales de presencia y de interoperabilidad.
La variable Rusia, el acelerador posible
El punto más sensible es el “cómo” y el “cuándo”. La propulsión nuclear submarina requiere un salto industrial que Corea del Norte, en teoría, tardaría años en completar por sí sola. Por eso gana peso la hipótesis de asistencia externa: con la cooperación militar Norcorea–Rusia en aumento, analistas y autoridades surcoreanas sostienen que Moscú podría aportar materiales, know-how o componentes que recorten plazos, incluso si el resultado inicial es limitado o experimental. Ese riesgo —más que una fecha de botadura— es el que empuja la preocupación regional.
En el corto plazo, el “casco completado” opera como mensaje político y como presión estratégica: recuerda que Pyongyang sigue expandiendo su menú de capacidades mientras la región ajusta presupuestos, doctrinas y despliegues. En el mediano, si el programa madura, el cambio central sería doctrinario: pasar de una disuasión predominantemente terrestre a una más diversificada, donde el mar se convierte en un espacio adicional de incertidumbre, vigilancia y fricción entre potencias en Asia nororiental.
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