La política exterior del primer año del segundo mandato de Donald Trump giró en buena medida alrededor de la relación con China. Mientras el presidente norteamericano cumplió su promesa de campaña de librar una guerra comercial contra la potencia asiática, también terminó cerrando un acuerdo económico que les permite a los dos países intercambiar recursos con vistas al desarrollo de nuevas tecnologías.

Mientras que Estados Unidos utilizó su predominio sobre Taiwán para retacear las ventas de chips de última generación producidos por Nvidia en la isla a China, Pekín aprovechó su control sobre los mayores reservorios naturales de tierras raras en el mundo como una herramienta de negociación poderosa. Al final del camino, la necesidad mutua abrió las puertas para un acuerdo integral que permitió reestablecer en buena medida el comercio de estos materiales, críticos para el desarrollo de la inteligencia artificial y otras tecnologías, entre las dos naciones.
Pero esta pax comercial sellada en noviembre fue el final de un largo ida y vuelta que tuvo como protagonistas a los aranceles impuestos por la Casa Blanca a las importaciones de China y otros países en los primeros meses de su mandato. Ya en febrero el presidente cumplió su amenaza de aumentar un 10% los aranceles a productos de China, con la intención declarada de impedir el ingreso de fentanilo al país. Para marzo, este porcentaje ya era del 20%, en medio de una escalada diplomática y comercial que generó repercusiones en todo el mundo. Más adelante, el pasado 2 de abril, en el llamado “Día de la Liberación” donde Trump anunció oficialmente las distintas tarifas que corresponderían a los productos globales, China recibió un 54% de aranceles, que fueron aumentados dos veces hasta alcanzar 145% el 10 de abril.
Si bien buena parte de las tarifas anunciadas el “Día de la Liberación” se retrotrajeron, en gran medida por la presión inflacionaria que no cedió en Estados Unidos con el republicano, en el caso de China también requirió una negociación paciente sobre varios puntos, ya que la potencia asiática contraatacó con su propia batería de aranceles. En mayo, luego de negociaciones comerciales en Ginebra, se anunció que la tarifa base sería del 10% por 90 días, una tregua que debió ser extendida hasta noviembre. Sin embargo, el impacto en el comercio entre las dos naciones estaba hecho: el think tank China Briefing estimó que, en los primeros ocho meses del año, los intercambios entre Estados Unidos y China cayeron 14,4% respecto al mismo período del año pasado.
Las discusiones para poner fin a la guerra comercial incluso se formalizaron al más alto nivel con un encuentro bilateral entre Donald Trump y Xi Jinping en la cumbre de la APEC (Asian Pacific Economic Cooperation) en Corea del Sur, realizado el 30 de octubre. Por entonces, pendía la amenaza de una serie de aranceles del 100%, anunciados por el norteamericano como respuesta a una mayor restricción en la exportación de tierras raras implementada por China.
Pero tras esta reunión, los dos países también comunicaron avances en términos de control de la producción de fentanilo, que tiene origen en China y luego cobra vidas en Estados Unidos, la expansión del comercio agrícola que se hallaba suspendida como contramedida de China por los aranceles y la resolución de algunos casos corporativos, entre los que destaca el funcionamiento de la red social china TikTok en el país norteamericano, una operación para la que Trump planteó la posibilidad de que la filial local de la compañía sea comprada por un inversor estadounidense.

El relativo acercamiento que la administración republicana ejerció con la china a lo largo del año se observa también en la desaceleración del discurso de Trump alrededor de Taiwán. Si bien recientemente el Congreso de Estados Unidos aprobó el mayor paquete armamentístico en la historia de la isla, la agencia de noticias china Xinhua también reportó en noviembre que, en una llamada telefónica entre los dos líderes, Trump afirmó que “China fue una parte importante de la victoria en la Segunda Guerra Mundial” y habría subrayado que “Estados Unidos entiende lo importante que es la cuestión de Taiwán para China“.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional señala a China como un competidor, no un enemigo
La visión de China como un competidor comercial y no como una amenaza para la soberanía y el estilo de vida estadounidense se cristalizó en la última Estrategia de Seguridad Nacional que publicó la administración Trump, donde el lenguaje sobre la potencia asiática se modera hasta tonos desconocidos por sus antecesores.
“Yendo hacia adelante, vamos a rebalancear la relación de Estados Unidos con China, priorizando la reciprocidad y la justicia para restaurar la independencia económica norteamericana”, señala el documento, donde las menciones a las violaciones de Derechos Humanos en China, tan presentes en las estrategias de gobiernos anteriores, no aparecen. En cambio, el documento político enfatiza que “el comercio con China debe ser balanceado y centrarse en factores no-sensibles”.

La respuesta de China a la publicación del documento también fue amable. El vocero del Ministerio de Asuntos Exteriores, Guo Jiakun, resaltó los beneficios del “mutuo respeto, la coexistencia pacífica y la cooperación donde ambos lados se benefician”. “China está dispuesto a trabajar con Estados Unidos para promover el desarrollo estable de las relaciones EE.UU.-China, mientras firmemente protege su propia soberanía, seguridad e intereses de desarrollo”.
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