La competencia estratégica entre China y Estados Unidos tiene al Ártico como un nuevo escenario probable. Detrás del discurso sobre ciencia, comercio y rutas polares, Pekín viene construyendo, paso a paso, las condiciones para desplegar submarinos de ataque y con misiles balísticos en el extremo norte del planeta. Para la inteligencia naval estadounidense, eso no sería un matiz más en la rivalidad, sino un cambio cualitativo en la arquitectura de disuasión y en la defensa del propio territorio continental.

Desde Washington empieza a consolidarse una idea: así como la brecha Groenlandia–Islandia–Reino Unido (GIUK) definió buena parte de la guerra antisubmarina contra la URSS, las “brechas” de Bering y de las Aleutianas podrían convertirse en el nuevo cuello de botella frente a China. El problema es que hoy ese flanco está mucho menos vigilado y con mucha menos infraestructura que el Atlántico Norte en tiempos de Guerra Fría.
Según un reciente artículo publicado por el Instituto Naval de los Estados Unidos y los Profesionales de Inteligencia Naval, escrito por el capitán de corbeta Saungwon Ko de la Armada de los Estados Unidos y titulado “Inteligencia naval y la amenaza submarina china en el Ártico”, China lleva años preparando el terreno político y narrativo. Se autodefine como “Estado cercano al Ártico” y se fijó el objetivo de convertirse en una “gran potencia polar” hacia 2035.
Para el militar, esa ambición no es solo económica. En su libro blanco sobre el Ártico de 2018, Pekín ya introducía la cuestión de la seguridad, aunque sin detalles, dejando margen para ajustar la política cuando las capacidades militares acompañaran. Por ende, considera que el Ártico encaja dentro del concepto de “seguridad nacional integral” de Xi Jinping, donde las fronteras entre lo interno y lo externo son difusas.
Ruta de la Seda Polar, ciencia… y datos militares
La proyección china en el Ártico combina diversos niveles. Para el militar, a nivel político busca legitimidad como actor ártico: es observador en el Consejo Ártico y se suma a marcos como el Código Polar de la OMI. En lo económico, impulsa la llamada “Ruta de la Seda Polar” y se asocia con Rusia en proyectos de energía y transporte, aprovechando el aislamiento de Moscú de los mercados occidentales tras la guerra en Ucrania. En paralelo, profundiza su huella científica, ya que los rompehielos de la clase Xue Long y buques como el Tan Suo San Hao permiten cartografiar fondos marinos, recoger datos oceanográficos y estudiar condiciones acústicas bajo el hielo.

Saungwon Ko afirma que, bajo el esquema de “fusión civil–militar”, esa información alimenta tanto proyectos civiles como programas estratégicos: navegación submarina en condiciones extremas, sistemas de comunicación polares, potenciales zonas para sensores submarinos o incluso apoyo a futuros rompehielos nucleares. Por ende, destaca que esta dinámica, desde el punto de vista militar, tiene un interés claro.
Un despliegue de submarinos de la Armada del EPL en el Ártico combinaría ambas dimensiones: serviría tanto a la disuasión nuclear estratégica como a la capacidad de golpear infraestructura clave de Estados Unidos. “Los objetivos del despliegue podrían incluir la disuasión, el cegamiento, la parálisis o la decapitación. Un SSGN o SSBN de la Armada Popular de Liberación desplegado en el Ártico podría disuadir los movimientos de las fuerzas estadounidenses mediante el riesgo de escalada, cegar a Estados Unidos destruyendo centros de datos críticos, paralizar aeródromos clave e incluso decapitar los cuarteles generales de mando y control”, afirma el militar estadounidense.
Lo que propone la inteligencia naval estadounidense
El ensayo no se limita a la advertencia: plantea un paquete de medidas concretas donde la inteligencia naval es el eje que articula capacidades operativas, ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento) y planificación conjunta. La primera, casi simbólica pero muy concreta, es reabrir la base de Adak, en las Aleutianas, para establecer allí un destacamento rotativo de aviones P-8 Poseidon.
Desde Adak, esos P-8 tendrían autonomía y tiempos de patrulla suficientes para actuar como “arquero antisubmarino” en la puerta del Ártico, detectando y siguiendo cualquier intento de cruce hacia el norte. Esos datos, cruzados con información de sensores, satélites y otras fuentes, permitirían a la inteligencia naval construir “patrones de vida” sobre las posibles rutas y tácticas de los submarinos chinos.
La segunda propuesta es institucional: ampliar las funciones del U.S. Alaskan Command a todo el Ártico y rebautizarlo como “Arctic Command”. Sin crear una estructura totalmente nueva, se aprovecharía la base ya existente pero se le asignaría responsabilidad formal sobre el arco ártico, con mayor peso de la Marina, células dedicadas a guerra submarina e ISR, y una integración más fluida con flotas numeradas, fuerzas submarinas y agencias de inteligencia.

El ensayo también sugiere algo que parece menor pero es profundamente estratégico: cambiar el mapa con el que el Pentágono piensa el mundo. China ya usa proyecciones centradas en el Polo Norte donde el Ártico aparece como un “mar interior” que conecta Nueva York, Londres y Tokio a distancias similares. Replicar esa lógica en productos cartográficos para planificación y targeting ayudaría a instalar una percepción distinta del riesgo: el Ártico deja de ser periferia helada y se ve como corredor central entre grandes potencias.
Para cerrar, el autor propone la creación de una Oficina de Inteligencia Marítima del Ártico (AMIO, por sus siglas en inglés), en coordinación entre la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) y la Guardia Costera. Su objetivo: ordenar prioridades, recursos y productos de inteligencia sobre el Ártico, conectando el análisis de largo plazo con las necesidades operacionales del eventual Arctic Command.
Te puede interesar: Canadá busca proyectar su presencia en el Ártico con la apertura de nuevos consulados en Groenlandia y Alaska












